viernes, 3 de marzo de 2017
ECONOMÍA CONDUCTAL
Lennon y McCartney de la economía conductual
Una obra indaga en el vínculo de los psicólogos que iniciaron el estudio sobre los efectos del comportamiento en lo social
En los ámbitos de la economía y de la categoría de no ficción, los libros de Michael Lewis se volvieron tan esperados como ocurre con J. J. Abrams en el rubro series de TV o con una nueva versión del FIFA para los fanáticos de los videogames. Lewis, el autor de clásicos del género como Póker de mentirosos, Moneyball o The Big Short no defrauda y su última aventura, The Undoing Project (editado a fin de 2016 y aún no traducido al español) vuelve a poner la vara de la escritura periodística en un nivel muy alto. La bajada del título de tapa es "La amistad que cambió nuestra mente", y se refiere a la historia de la relación entre los psicólogos israelíes Daniel Kahneman y Amos Tversky, dos premios Nobel de Economía que en la década del 70 "crearon" el campo de la economía del comportamiento.
Los dos académicos eran nietos de rabinos del este europeo, y se conocieron en Tel Aviv a fines de los 60. Durante 15 años construyeron el edificio teórico que postuló que el comportamiento racional de los agentes que habitan en los supuestos de los modelos neoclásicos es más una excepción que una regla. Por décadas esta rama permaneció en los márgenes de la economía hasta que en los últimos 10 años explotó: se multiplicaron los journals y departamentos de economía del comportamiento, la temática fue eje de best sellers de no ficción, más de 30 países abrieron oficinas para aplicar los descubrimientos de la economía conductual a la políticas públicas y líderes mundiales (entre ellos Barack Obama) se volvieron entusiastas de esta nueva avenida teórica.
Kahneman y Tversky describieron y catalogaron decenas de sesgos o errores sistemáticos (la cuenta va por unos 160) que nos apartan a las personas de la racionalidad estricta: entre los más famosos están la aversión a perder, el sesgo de costo hundido, el exceso de confianza o la falacia narrativa: "La gente no toma decisiones en base a números, las toma en base a historias", dicen los protagonistas.
Pero The Undoing Project no es un compendio de explicaciones sobre sesgos (para eso conviene leer el fabuloso Pensar Rápido, Pensar Despacio, de Kahneman), ni tampoco una celebración entusiasta de uno de los campos de moda en la economía. Lewis se centra en la particular relación entre dos figuras brillantes y complementarias: ambos se alegraban cuando estaban juntos, completaban las frases del otro y no podían determinar dónde empezaba el aporte de uno y dónde el del otro. La esposa de Tversky comentó que la relación de su marido con Kahneman era más intensa que la que mantenía con ella.
Esta exposición del método creativo, de cómo dos mentes muy distintas se fusionaban al punto tal que parecían una sola, es uno de los aportes más valiosos del libro. De alguna manera, Kahneman y Tversky fueron a las ciencias cognitivas lo que Lennon y Mc. Cartney a la música pop.
El hecho de que Lewis optara por este camino habla de un signo de época: la rama alcanzó su punto máximo de "jipeo" y hoy debate su futuro entre dudas. La tasa de aumento de investigaciones y equipos de research sobre este tópico se desaceleró en los últimos dos años y surgieron críticas por varios flancos. Una de ellas es la de la afectividad de las políticas públicas basadas en economía conductual.
En 2015, un informe de la OCDE relevó las políticas de los gobiernos diseñadas a partir de las enseñanzas de la economía conductual, y llevó a la economista Allison Schrager a publicar una nota feroz contra esta rama, titulada: Don't believe de hype (No le creas a las modas: homenaje al hit de 1988 del grupo de rap Public Enemy), en la que informaba un panorama más bien decepcionante en lo que hace a resultados de gestión pública en relación al boom académico. La mayor parte de las acciones relevadas tenían que ver con obligar a organismos estatales y empresas a ser más transparentes y a dar mayor información: no quedaba para nada claro, según Schrager, que estas acciones no hubieran sucedido de todas maneras más allá de la etiqueta cool de economía del comportamiento. En definitiva, la rama tuvo mucho más éxito en charlas TED, libros de divulgación y el ámbito de los workshops de innovación y design thinking que en las "efectividades conducentes".
El propio Kahneman se quejó de que muchos estudios de psicología se "vendían" como economía del comportamiento para lograr financiamiento. El espíritu de los tiempos no ayuda mucho: fueron los demócratas y los laboristas en Inglaterra los que siempre vieron con mejores ojos a la agenda Nudge (bautizada así por el libro de Richard Thaler y Cass Sunstein, que propone "pequeños cambios" en esquemas de incentivos para lograr grandes cambios de hábitos). Los republicanos, que hoy gobiernan desde la administración Trump, la consideran demasiado dirigista.
A nivel teórico, la decepción llegó a partir de promesas tal vez excesivas de algunos de los académicos que entraron en este campo, que llegaron a pronosticar que la economía del comportamiento barrería por completo con la línea neoclásica y llevaría a un nuevo paradigma dominante. El macroeconomista de la Universidad de Michigan Christopher House escribió en 2014: "Hoy parece que la economía del comportamiento estuviera desacelerando su marcha. La corriente fuerte de «comportamiento» que muchos teóricos venían anticipando hace diez años no se materializó, ni este espacio ganó prestigio definitivo".
Una explicación tiene que ver con que las sutilezas de la psicología humana son mucho más complejas y difíciles de modelizar de lo que muchos economistas estuvieron en su momento dispuestos a aceptar. Los sesgos a menudo sirven para explicar decisiones completamente contradictorias, como dijo tiempo atrás el economista de la UBA y de la Udesa Daniel Heymann: la aversión a perder supone estrategias más conservadoras, mientras que el exceso de autoconfianza prevé lo contrario: mayor toma de riesgos. El poder predictivo y la utilidad de la teoría se va al diablo. Y es muy difícil que en una decisión opere un único sesgo en estado "puro"; por lo general interactúan varios, con lo cual las mediciones y modelizaciones se vuelven muy complejas.
Hay esfuerzos por mantener el barco a flote. En breve se publicará un libro de Andrew Lo, economista del MIT, quien propone una suerte de "los dos a la final" en esta disputa. Su hipótesis de los "mercados adaptativos" plantea que en la economía real la irracionalidad y la racionalidad coexisten. Basado en aportes de la psicología, de la biología evolucionista, de las neurociencias, de la inteligencia artificial y de otros campos, Dice que la teoría de los mercados eficientes no es errónea, pero sí básicamente incompleta. Cuando los mercados son inestables, los inversores reaccionan en forma instintiva, creando ineficiencias que otros aprovechan.
La dupla Lennon y McCartney de las ciencias cognitivas ya no opera para liderar un reverdecer de la economía del comportamiento: Tversky murió de cáncer tiempo antes de que los dos académicos recibiera el Nobel en 2002, y Lewis cuenta en su libro que tras 15 años de colaboración intensa, los celos comenzaron a aflorar y la relación se deterioró, al igual que pasó con los dos Beatles más famosos. Habrá que esperar la llegada de un equipo creativo que se le acerque en talento (¿un Oasis de la economía conductual?) para que la cruza entre economía y psicología retome su marcha acelerada de antaño.
S. C.
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