martes, 6 de junio de 2017

LECTURA RECOMENDADA


 La habitación alemana, de Carla Maliandi
J. P. B.
Contrastes en una ciudad ajena

Siempre se agradecen los libros que, además de ofrecer una historia, cuentan los entretelones de una ciudad, sus rincones, peculiaridades y atmósferas a tal punto que esa porción del mundo se transforma casi en un personaje más.
La habitación alemana, primera novela de Carla Maliandi -dramaturga, directora teatral y docente que nació en Venezuela pero es argentina- invita a recorrer la ciudad de Heidelberg, "un lugar de cuento de hadas, irreal, una de las pocas ciudades alemanas que no han sido bombardeadas" que, a la manera de una casa grande, en cada uno de sus ambientes parece guardar historias: la universidad más antigua del país, el centro histórico que sube hasta el infaltable castillo, el río Neckar y el viejo puente, los carnavales y los vampiros, el lago congelado y ese matiz inclasificable a partir del cual cada autor se apropia literariamente de un territorio.
Esa ciudad tan ordenada y prolija que invita a perderse en sus calles, como recomendaba Walter Benjamin, le resulta a la protagonista al mismo tiempo extraña y familiar: ahí vivió, con sus padres y un amigo de la familia, los primeros cinco años de su vida como consecuencia del exilio a raíz de la dictadura. Con más de treinta años y una separación incómoda a cuestas, la protagonista vuelve sin saber bien por qué a ese rincón germano del mundo con la intención de ocupar una habitación en una residencia de estudiantes (aun cuando no sigue ningún curso), donde experimenta una especie de viaje de egresados tumultuoso. Sufre sueños premonitorios, se hace amiga de un tucumano del que se burla por cómo aspira las eses, asiste a una fiesta de karaoke que pretende ser inolvidable, se entera de algo que la sumerge en la incertidumbre, se involucra en una relación mucho más complicada de lo que sugiere Facebook, sufre un suicidio de una de las estudiantes y el extraño acoso de una madre maníaca que viaja desde Japón para despedir a su hija y para recuperar, quizás, el tiempo perdido.



El contraste es una de las características que mejor define La habitación alemana, una novela realista con trasfondos filosóficos y resonancias esotéricas que recuerda un poco a Phoenix (2009), novela de Eduardo Muslip en la que también había un viaje, un nutrido repertorio de personajes y un protagonista sin nombre. El contraste de este libro tiene que ver con la paradoja del exilio voluntario y la sensación de encierro que provocan los lugares de tránsito, tan distinta de la sensación de fluidez y confort de los lugares que se intuyen definitivos.
En esta estadía indeterminada en la que, además de acumularse cientos de mails, se cruzan el deseo difuso de permanecer y la amenaza del regreso, la protagonista de La habitación alemana no hace nada pero le pasa de todo. El relato de su experiencia, más que centrarse en las vicisitudes del aprendizaje, cuenta la evolución de un profundo reconocimiento.
LA HABITACIÓN ALEMANA
Por Carla Maliandi
Mardulce
187 págs., $180



Santos y eruditos, de Terry Eagleton
Un trío de personajes inolvidables

M. C.
Una novela escrita por un teórico de la talla del inglés Terry Eagleton (Lancashire, 1943) genera la misma dosis de curiosidad como de sospecha. Curiosidad por ver cómo una inteligencia como la del autor de La función de la crítica, La estética como ideología y Marxismo y crítica literaria, entre otros libros relevantes de las últimas décadas, ha lidiado con el género novela, y sospecha porque a menudo este tipo de incursiones resultan fallidas, indigeribles. Pero no es el caso de Santos y eruditos.
Publicada originalmente en 1987 y recientemente traducida al castellano, la única novela de Eagleton, un texto que según George Steiner "desborda diversión y tristeza en estado puro", está protagonizada por un trío de personajes históricos que adquieren en la página espesor literario: los filósofos Ludwig Wittgenstein y Nikolai Bajtín (hermano mayor de Mijaíl), por un lado, y James Connolly, líder socialista irlandés, tercer vértice de este triángulo irregular.
La novela empieza una mañana de mayo de 1916. El ejército inglés está por fusilar a Connolly, apresado luego de encabezar en las calles de Dublín el Alzamiento de Pascua contra las tropas inglesas. El modo en que Eagleton narra los preparativos del fusilamiento, su descripción del procedimiento y de los funcionarios involucrados, prende de un chispazo el entusiasmo de la lectura, y es un proceso de combustión que logra mantenerse encendido a lo largo de las ciento ochenta páginas siguientes.

Añadir leyenda


Con las balas volando hacia el pecho de Connolly, Eagleton echa mano a un clásico recurso novelístico: expandir y manipular, jugar con la plasticidad del tiempo narrativo; en esos pocos segundos antes de que Connolly caiga muerto, aprovecha para contar una historia. Una historia que, aclara en la nota introductoria, es ficticia aunque los personajes no lo sean.
Wittgenstein y Bajtín viven en Cambridge, donde dan clases. Ambos terminaron recalando en Inglaterra; ambos son productos de dos dinastías, la rusa y la austríaca, "a punto de desmoronarse, vástagos de clases dominantes cuya hora había llegado. Rusia se reprimía por falta de cultura; la Viena de Wittgenstein agonizaba sofocada por su exceso. En Rusia, el espíritu crecía obcecado y delirante a base de magras raciones carcelarias; en Viena se marchitaba bajo el resplandeciente detrito de siglos". El contraste que Eagleton delinea entre ambos -el austríaco, atormentado y abstemio; el ruso, bebedor incansable y de espíritu dionisíaco- le permite dar forma a una dupla literaria, un monje y un bufón, cuya dinámica funciona como espina dorsal del relato.
Una noche, sumido en una crisis depresiva, Wittgenstein decide que lo mejor es abandonar el claustro académico y recluirse una temporada en una cabaña en la costa oeste de Irlanda, acompañado por el mayor de los Bajtín. La sorpresiva irrupción de Connolly, que viene malherido, escapando del ejército inglés, desembocará en la escena crucial de la novela, un diálogo a tres voces sobre teoría y praxis de la acción política, sobre la naturaleza del Estado, las identidades nacionales y los alcances de la revolución.
Si bien en esta escena Eagleton se revela como un buen tiempista y dialoguista (no en vano es también autor de varias obras de teatro), la potencia de Santos y eruditos no reside en los momentos de esgrima verbal en que los personajes se baten a duelo intelectual. Tampoco en su retrato de Wittgenstein (en otra de sus facetas, Eagleton escribió el guión de la biopic de Derek Jarman estrenada en 1993), ya que no logra plasmar los matices, la complejidad, los fiordos mentales del autor del Tractactus.
Por el contrario, cuando el narrador da rienda suelta a su propia voz, en las descripciones de la vida en Viena y en Moscú, en el relato de la insurrección irlandesa y de la vida bajo el dominio inglés, así como en la mencionada escena del fusilamiento, lleva a que la curiosidad y la sospecha inicial muten hacia la lamentación porque, a treinta años de su publicación, Santos y eruditos parece haber sido un affaire aislado de juventud.
SANTOS Y ERUDITOS
Por Terry Eagleton
El Cuenco de Plata. Trad.: T. Arijón
190 páginas,$ 290



Esperando a mister Bojangles, de Olivier Bourdeaut
F. F.
Un folletín excéntrico y agridulce

"Mis padres bailaban a todas horas, en todas partes", es uno de los datos pintorescos que aporta el narrador de Esperando a mister Bojangles, la primera novela de Olivier Bourdeaut (Nantes, 1980), a medida que va construyendo un retrato familiar, en apariencia idílico.
Este hijo es un chico de edad indefinida que asiste a la escuela. Su padre, Georges, hizo una fortuna con una cantidad enorme de talleres mecánicos que luego vendió a un competidor. Se lanzó a este negocio impulsado por un amigo senador que decidió imponer una inspección técnica obligatoria a todo el parque automovilístico. Sus ganancias le han permitido comprarse un castillo en España y dejar de trabajar.
Los domingos por la tarde Georges hace unos ejercicios con pesas que denomina "gim-tonic" porque en la pausas se toma un gin-tonic. A todas horas se dedica a escribir libros y nunca llama a su esposa "del mismo modo más de dos días seguidos". Ella trata a su hijo "como a un personaje de novela" y no quiere "saber nada de preocupaciones ni de penas". "Cuando la realidad sea aburrida y triste -le dice al chico-, invéntese usted una buena historia y cuéntemela."



El matrimonio tiene de mascota a una grulla y en un viejo tocadiscos siempre ponen la versión de Nina Simone de la canción "Mr. Bojangles". Por su desacuerdo con las prácticas pedagógicas escolares, los padres sacan a su hijo del colegio y aplican en él sus propias ideas educativas. "Para las matemáticas -cuenta el chico-, me adornaban con pulseras, collares y anillos, me hacían contarlos para que aprendiera a sumar y luego me hacían quitármelo todo [.] para que aprendiera a restar."
El narrador describe todas estas excentricidades con afecto, humor y naturalidad y parece no compartir en absoluto la opinión de su maestra de que son "una familia de chiflados". A lo largo de la primera mitad de la novela, el autor francés invita a sus lectores a un inofensivo juego de fantasía que algunos considerarán muy divertido. A otros les costará participar de él porque quizá les resulte superficial y no encuentren suficiente "interés humano" como para lograr "la voluntaria y momentánea suspensión de la incredulidad" de la que hablaba Coleridge.
Después de ciertos incidentes la actitud del chico cambia y reconoce que su madre está "perdiendo la cabeza por completo". Cuando ella casi incendia la casa, la internan en una clínica psiquiátrica. Incluso en esta situación persiste un criterio positivo de la locura que surge más sensata, entretenida y amable que una supuesta cordura regida por una normalidad alienada, aburrida y severa. Esta paradoja ya fue tratada con maestría y sutileza poética por el director Philippe de Broca en la película Rey por inconveniencia. Poldy Bird también la abordó -desde una perspectiva más intimista- en su cuento "Mamá de niebla".
Bourdeaut intercala en la trama central fragmentos de los textos que Georges escribe en sus cuadernos privados y que su hijo añade a su propio relato. "Yo no podía resignarme -dice en uno- a terminar la novela que era nuestra vida sin añadirle un punto final teatral. Teníamos que ofrecer a nuestro hijo un desenlace a la altura de lo que había sido la narración: un folletín alegre, lleno de sorpresas y rebosante de amor." Para cumplir ese propósito Georges y su hijo fingen el secuestro de la madre, la sacan clandestinamente de la clínica psiquiátrica y los tres se refugian en el castillo español.
Aunque en la parte final los hechos irrumpen de manera impiadosa y quiebran el tono despreocupado (las palabras del padre incluso podrían traslucir una ironía ominosa), en la interpretación de los hechos se busca preservar el "folletín alegre" y se sacrifica la congruencia emocional a favor de una verdad ilusoria, edificada "con mentiras a diestra y siniestra".

ESPERANDO A MISTER BOJANGLES
Por Oliver Bourdeaut
Salamandra
Trad.: J. A. Soriano
149 páginas, $ 245




No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.