miércoles, 24 de octubre de 2018

HISTORIAS DEL CRIMEN,


Dos veces dieron con Marcelo Sajen: primero en un control vehicular; luego cuando se llevó la pistola a la sien. Fue el mayor pervertido sexual del país, con al menos 100 violaciones. En los próximos días comenzará a filmarse en Córdoba la película, con Daniel Aráoz como intérprete.
Corría el mediodía del 22 de diciembre de 2004 y Marcelo Mario Sajen, aquel ladrón tantas veces acostumbrado a vérselas con policías, ya sea uniformados como de civil, volvía a toparse con investigadores.
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La excusa era un control policial.
Sajen, “el Turco”, andaba en un Fiat Uno blanco con su hijo mayor y unos pesquisas lo habían cruzado en barrio General Urquiza, de la ciudad de Córdoba. El hombre desconocía que el operativo había sido ordenado por el fiscal Juan Manuel Ugarte, quien hacía poco más de tres meses se había hecho cargo de la causa del violador serial que azotaba en Córdoba y coordinaba a investigadores de la Policía Provincial y de la Justicia.
Tenía la orden explícita e implícita de atrapar, después de tanto fracaso de sus antecesores, al depravado que andaba de cacería desbocado y generaba pavor en la sociedad.
El por entonces gobernador José Manuel de la Sota se sentía contra las cuerdas con este nuevo gran problema de inseguridad, sobre todo por las masivas marchas que un grupo de jóvenes mujeres alineadas en el grupo Podemos Hacer Algo realizaba en las calles.
Esa agrupación se había movilizado luego de que una de sus amigas –“Ana”– escribiera un conmovedor mail tras haber sido violada. “Hay un violador suelto, todos en la Policía y en la Justicia lo saben y nadie hace nada”, dijo.
Ugarte había ordenado un profundo trabajo investigativo que había obtenido un dato esencial: los ataques del depravado habían empezado en 1991 y se interrumpían en 1999, para luego retomarse en 2002 hasta por ese entonces, 2004.
Los casos eran calcados: el hombre sorprendía a mujeres jóvenes, por lo general solas, que caminaban de noche, las abrazaba y tras amenazarlas con un arma, les decía cosas para confundirlas mientras las hacía caminar como si fueran pareja. Finalmente, en un descampado, las abusaba. Antes de irse, las asaltaba.
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Los casos habían ocurrido primero en Empalme y adyacencias, luego habían virado a San Vicente y posteriormente a Nueva Córdoba, Ciudad Universitaria y cercanías.
Los casos se interrumpían entre 1999 y 2002. ¿Acaso el violador se fue de viaje? ¿Estuvo enfermo? ¿Está atacando en otro lado? ¿O estuvo preso durante ese tiempo?
Los pesquisas se orientaron en la última hipótesis: estuvo preso. Así fue que se dispuso investigar a todos los violadores que además tenían antecedentes por robo y que habían estado presos en ese lapso en la Penitenciaría.
A esa etapa se la llamó “el período ventana”.
500 casos
Ugarte recibió unos 500 expedientes. El funcionario judicial mandó a seleccionar, de todos esos reclusos, quienes respondían a las características físicas del pervertido. Así terminó con una docena de sumarios, entre los que sobresalía un tal Marcelo Sajen.
"Yo lo conozco. Nosotros supimos condenar a un Marcelo Sajen en 1985 cuando violó a una chica en Pilar", dijo Ugarte. Y mandó a investigarlo.
“¿Por qué me están filmando?”, dijo Sajen aquella mañana, mientras miraba fijo a un policía que lo enfocaba con una cámara desde un auto en un ficticio control vehicular.
El rostro del hombre morocho, con pelo raleado y remera blanca, quedaría grabado en nuestras memorias.
“Quedate tranquilo, es rutina. Nos hacen filmar los operativos para que no haya problemas”, mintió uno de los investigadores, mientras se paraba a su lado y cotejaba su altura.
Cuando terminó el control, Sajen supo que lo buscaban. Pero no por qué. Decidió entonces calzarse la pistola 11.25, teñirse el pelo de rubio y desaparecer de su casa. En realidad, se fue a vivir primero con una amante, con quien tenía un hijo, y luego con un tío.
Cuando vio la filmación, el fiscal Ugarte no se atrevió a detenerlo. Sentía que no era el hombre que buscaban. Ninguna víctima había dicho que al violador le faltaban pelo y dientes. Dudó y mucho.
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Si bien algunos policías intentaron convencerlo de que lo demoraran por averiguación de antecedentes, el fiscal entendió que no era legal.
Algo dentro suyo le hacía temer que, si no era el serial, iba a quedar mal ante la prensa. Eso sí, ordenó una discreta custodia del sospechoso, que nunca se hizo.
El fiscal dispuso luego un allanamiento en la casa del sospechoso para obtener elementos para cotejar un ADN. La casa de Sajen, en barrio General Urquiza, fue allanada y se secuestraron sábanas y un cepillo de dientes, los que fueron enviados al Ceprocor. El día del procedimiento, Sajen ya era un fantasma otra vez.
Los resultados científicos llegaron en días y comprobaron que el ADN del violador serial que buscaban era compatible con el perfil genético de Sajen. Pero fue dicho: el violador se había hecho humo.
La cacería
Rostro. El 28 de diciembre de 2004 por primera vez se difundió el rostro del acusado.
Se ordenaron varios allanamientos, pero ninguno dio resultados. Sajen parecía burlarse de todos. Andaba en una moto, teñido de rubio, y hasta quiso violar a una chica en Santa Isabel.
Ante la falta de respuestas, De la Sota convocó a una conferencia de prensa, con Ugarte y las principales autoridades, un 28 de diciembre de 2004. Mostró la foto del criminal, ofreció 50 mil de recompensa y pidió ayuda a la población.
Al anochecer de aquel miércoles, la Policía logró dar con Sajen gracias al llamado de un "amigo" de aquel que lo delató.
“No voy a volver a caer en cana. Estoy jugado”, les gritó a los policías, antes de pegarse un tiro en la sien frente a una casa en barrio Santa Isabel.
Con muerte cerebral, finalmente dejó de existir en la madrugada siguiente en el Hospital de Urgencias. Los exámenes determinaron que no era portador de VIH ni de enfermedades venéreas.
Agonía. El 28 de diciembre a la noche, Sajen fue ingresado en el Urgencias con muerte cerebral
Con un centenar de abusos sexuales cometidos y la sospecha de decenas más nunca denunciados, Sajen se convirtió en el mayor depravado serial de la historia del país.
Su caso, en Córdoba, sirvió para que la Provincia y la Justicia dispusieran que las víctimas de violaciones fueran atendidas por mujeres profesionales y no hombres, como se hacía hasta aquel 2004.
C. G. 

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