lunes, 5 de noviembre de 2018
LA PÁGINA DEL MORDAZ,
KARSKI, EL MENSAJERO
El hombre está próximo a cumplir los 30 años, es de rasgos delicados, apuesto y estampa impecable, siempre se halla elegantemente vestido, y en este caso no hace excepción y menos si se encuentra en el Salón Oval de la Casa Blanca y su interlocutor es Franklin D. Roosevelt. Sin embargo, sus ropas ocultan marcas indelebles en el pecho y la espalda, secuelas de horribles torturas que sufrió cuando cayó prisionero de la Gestapo.
Jan Karski (1914-2000)
Jan Karski miembro de la Resistencia Polaca, ahora se desempeña como mensajero informante de la situación de los judíos en la Europa gobernada por los nazis. Dispone de fotos, filmaciones y sobretodo su experiencia personal de los horrores de los campos de concentración, el Ghetto de Varsovia y los trenes de la muerte. Occidente sabe muy poco de todo esto y Karski comprueba angustiado que sus relatos no despiertan la reacción que el esperaba.
En 1943 todavía se podían salvar muchos judíos, había habladocon miembros del gobierno polaco en el exilio, con autoridades del gobierno británico, con obispos, con periodistas, con embajadores, con escritores como Arthur Koestler y H. G. Wells. También se contactó con la Comisión de Crímenes de Guerra de las Naciones Unidas y llegó incluso a Anthony Eden, el secretario de Asuntos Exteriores de Churchill. Pero el primer ministro no lo recibió: estaba demasiado ocupado.
Ahora se encuentra en Estados Unidos, para realizar, él que es un católico, la última gestión como mensajero de salvación del pueblo judío. El presidente Roosevelt lo escucha atentamente mientras saborea su cigarro. Karski termina su informe y agrega:“Señor presidente, la situación es horrible. El punto es que, sin ayuda externa, todos los judíos polacos morirán. ¿Qué mensaje debo transmitir?” “Dígales que los Aliados ganaremos la guerra”, le responde, reclinado en su sillón, el dedo en alto. “Dígales que los culpables serán castigados por sus crímenes. Tienen un amigo en el presidente de los Estados Unidos.” Una respuesta muy política, muy simpática, muy convencional, pero como en anteriores ocasiones totalmente inservible para el objetivo de salvar a los judíos del Ghetto de Varsovia.
Con el objeto de indagar como empezó Karski su lucha para intentar frenar el holocausto, nos remontamos varios años atrás para detenernos en la noche del 23 de agosto de 1939. La embajada portuguesa en Varsovia estaba iluminada, una orquesta desgranaba valses de Strauss, mientras arribaban carruajes de los que descendían hombres de etiqueta y damas elegantísimas. En esa recepción se encontraba Karski, con un doctorado en puerta en Diplomacia, graduado con honores en Derecho y poliglota, y además, había conseguido trabajo en el Ministerio de Relaciones Exteriores. También tenía otro título que él consideraba totalmente secundario y olvidado: había egresado del servicio militar con el grado de subteniente de Artillería.
La mañana siguiente recibió un telegrama que le evaporó inmediatamente los restos de alcohol que tenía en el cuerpo: los ejércitos del Reich se dirigían hacia la frontera polaca y el mundo se encontraba en la antesala de la Segunda Guerra Mundial.
Karski es incorporado a un regimiento de caballería que fue diezmado por los tanques alemanes. Trató de alcanzar la frontera húngara, pero cayó prisionero del ejército soviético. Milagrosamente es uno de los pocos que logró salvarse de la matanza de oficiales realizada por los rojos, crimen de guerra que es recordado como la masacre de las Fosas de Katyn.
Dos meses después se trasladó a Varsovia y allí integró el SZP (Służba żwycięstwu Polski), el primer movimiento de resistencia europeo contra el invasor. Mientras se desplazaba en la clandestinidad, según las circunstancias, además de utilizar su nombre, adoptó alrededor de seis apodos. Karski poseía una memoria fotográfica que lo convirtió en el candidato ideal para actuar como mensajero sin llevar ningún tipo de informe escrito, estableciendo enlaces entre la resistencia subterránea y el gobierno polaco en el exilio, que primero se instaló en París y cuando Francia fue invadida se radicó en Londres.
En julio de 1940, durante una de sus misiones, mientras cruzaba las montañas de Eslovenia, fue descubierto y arrestado por la Gestapo. Karski es encerrado en una mazmorra inmunda, de donde lo extraían periódicamente para torturarlo. No lograron sacarle información, pero quedó psíquicamente quebrado y con fracturas de costillas y pérdida de dientes, intentó suicidarse cortándose las venas y se desvaneció.
Se despertó en la cama de un hospital de Polonia donde había sido trasladado por la Gestapo y a los pocos días logró rescatarlo un Comando de la Resistencia. Después de un período de recuperación logró fugarse y lejos de arredrarse por lo que había sufrido, continuó con su función de mensajero.
A principios de octubre de 1942 Karski se reunió con los líderes de la Resistencia Judía en una casa semiderruida de los alrededores de Varsovia. Allí le informaron que la situación de los judíos era desesperante y le preguntaron si se animaba a ingresar al Ghetto para tener un informe directo de lo que ocurría. También le dijeron que si aceptaba la oferta su vida estaba totalmente en riesgo, nadie lo podría rescatar.
Seguramente que antes de responder, por la mente de Karski pasaron como fogonazos las escenas y recuerdos de las torturas sufridas por la Gestapo. Si esta vez lo volvían a atrapar, los castigos y sufrimientos serían mucho peores. Sin embargo aceptó.
Pocos días después, a través de un túnel ingresó a un infierno que estaba más allá de su imaginación. Cuerpos esqueléticos se desplazaban como zombies entre excrementos, muertos en descomposición, niños moribundos y un olor a muerte insoportable.
También vio los trenes de la muerte, donde los condenados eran hacinados en vagones y morían como moscas deshidratados mientras el convoy esperaba en vía muerta la locomotora que transportaría a los pocos sobrevivientes a las cámaras de gas.
Meses después con todas esas imágenes en la retina se fue a Londres y de allí a Estados Unidos, donde regresamos al principio de la historia. Los aliados, Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Soviética, no movieron un dedo para frenar el genocidio, ni siquiera intentaron bombardear las vías férreas.
Terminada la guerra Karski se radicó en Estados Unidos, se doctoró en la Universidad de Georgetown donde enseñó temas de la Europa del Este. En 1965, contrajo matrimonio con Pola Nirenska, una coreógrafa y bailarina de origen judío-polaco. Gran parte de su familia había muerto entre ghettos y campos de exterminio. “Aquel día me convertí en judío”, dijo Karski refiriéndose a su casamiento. “Soy polaco, norteamericano, judío, cristiano, católico practicante y aunque no soy un hereje, declaro que el ser humano ha cometido un segundo pecado original: por ignorancia autoimpuesta o por insensibilidad, por egoísmo o por hipocresía o incluso por frío cálculo. Este pecado va a perseguir a la humanidad hasta el final de los tiempos. A mí me persigue. Y quiero que lo haga.”
Hasta el día de su muerte el 13 de julio de 2000, Karski, recibió condecoraciones, medallas, homenajes, placas conmemorativas, compartió conferencias sobre sus hazañas, fue nombrado ciudadano honorario de Israel y nominado para el premio Nobel. Asistió a todos estos eventos mientras su mente volaba al pasado atroz y murmuraba: “demasiado tarde”.
Ana Wajszczuk. El Mensajero. suplemento RADAR, 01/02/2015.https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-5517-2015-02-01.html
Rafael Narbona. Jan Karski: el primer mensajero del Holocausto.
Marco Rizzo, Lelio Bonaccorso. Jan Karski. El hombre que descubrió el holocausto. Norma Editorial.
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