La larga agonía del ciclo kirchnerista
Jorge Ossona
Alberto Fernández y Cristina Kirchner
Los resultados de las recientes elecciones afianzan la percepción de un cambio de ciclo. Sus síntomas se vienen esbozando desde hace más de una década, pero nuestra vorágine cortoplacista perturbó la perspectiva de su continuidad temporal. Los argentinos solemos concebir estas torsiones con dramatismo. No es para menos: durante las últimas décadas fueron precedidas por memorables conmociones sociales y políticas. Aquello que debería sustanciarse mediante una serena y previsible alternancia aquí se vive como una odisea.
Haciendo un ejercicio abusivo de imaginación, la etapa alfonsinista pudo haber representado un gobierno de centroizquierda sucedido por otro de centroderecha, el menemismo; para volver a rotar a la izquierda durante el kirchnerismo. Pero las cosas fueron muy distintas. Cada uno de estos períodos, haciendo la salvedad de sus respectivas especificidades, evoca la perenne vigencia de un valor cardinal de nuestra cultura política: el regeneracionismo. Una pretensión casi siempre asociada a figuras providenciales de vocación hegemónica. Se cimenta en la creencia colectiva de un pasado ideal truncado al que urge retornar mediante un atajo de excepción tentado a sortear los límites de la república.
Su fracaso precipita desilusiones que, a la manera de una adicción, invitan a una nueva ensoñación refundacional. El problema es que las sociedades no son de plastilina ni renacen ex nihilo. Menos en los vertiginosos tiempos contemporáneos de “cisnes negros” que a la velocidad del rayo dan por tierra con toda pretensión de dominio futuro. El ciclo que concluye se incubó tras los fragores de la crisis de 2001 y coaguló en la figura de Néstor Kirchner. Producto imprevisto de la restauración peronista tras el breve interregno de la Alianza, el kirchnerismo se desplegó por etapas.
En sus primeros años, Kirchner representó al ciudadano honesto e indignado por el saqueo menemista, dispuesto recomponer la mellada autoridad presidencial e incluso a recuperar al menos una parte de la depredación “neoliberal”. Pero los conocedores de sus gobiernos provinciales advirtieron que no era sino una impostura para disimular sus designios autoritarios y su desmedida voluntad de poder. Forzó, primero, la renuncia de varios miembros de la Corte Suprema de Justicia a través de recursos intimidatorios.
Luego derogó, por vías también cuestionables, las leyes de punto final y obediencia debida para ganarse el apoyo de las organizaciones de derechos humanos. Por último cooptó a varios movimientos piqueteros creando, a la par, otras organizaciones desde las que privilegió la canalización de fondos para reintegrar a los pobres mediante su cooperativización forzada. Todo regado por la lluvia de divisas de los precios exorbitantes de nuestras commodities exportables. Maná celestial que le permitió reeditar el perimido proteccionismo redistributivo de posguerra simulando la restauración de un Estado fuerte e igualitario.
Pero esa inesperada y pródiga coyuntura exhibió signos de agotamiento tras el largo conflicto con el campo de 2008. Las subsiguientes crisis internacionales y la muerte de Kirchner, sin perjuicio de la gloriosa reelección de su viuda, los confirmaron. Ni bien comenzó su segundo gobierno, algunos observadores empezaron a formular el balance de una época próxima a encallar. Los superávits gemelos se fueron esfumando y los stocks de las inversiones realizadas durante los estigmatizados años 90 comenzaron su implacable descapitalización.
El estancamiento económico aceleró el proceso inflacionario y los índices de pobreza volvieron a ascender a contramano de sus presuntos programas inclusivos. Tras una memorable tragedia ferroviaria y en medio de apagones masivos se fue desentrañando la matriz de un sistema recaudatorio venal sin precedente en nuestra historia. Las multitudinarias movilizaciones opositoras de 2012 y 2013, los conatos de saqueos suburbanos en vísperas de la Navidad de ambos años y la derrota electoral del kirchnerismo en su núcleo bonaerense presagiaron el epílogo.
Luego vino el asesinato de un fiscal de la Nación justo el día anterior a su presentación en el Congreso para probar el abandono fáctico de las investigaciones sobre el atentado contra la AMIA a raíz de la firma del misterioso memorándum de entendimiento con Irán. Una claudicación que, de paso, ponía al descubierto la alineación del país con las autocracias más autoritarias de la región; y por su intermedio, con sus sponsors fundamentalistas de Medio Oriente. Sin un heredero a su medida, fue derrotado en 2015 por una alianza opositora forjada poco antes. Pero fue otro interregno cuya inmadurez y algunos desaciertos fatídicos lo condenaron a un rápido desgaste atizado por la oposición destituyente del kirchnerismo. Este recuperó el gobierno en 2019; aunque mediante una formula exótica cuya funcionalidad lo coloca en el borde de la legalidad constitucional.
Sus contradicciones internas se exacerbaron en la pandemia reeditando un fenómeno conocido: la remisión a su interior de su prédica gregaria. Los indicios profundos del fin de su ciclo resultan perceptibles en sus otrora apoyos socioculturales más sólidos. Tendencia aún difusa pero indudablemente dirigida a la baja calidad de los bienes públicos ofrecidos a lo largo de sus casi 15 años de gestión.
En los sectores excluidos, las privaciones de la cuarentena han disipado el hartazgo de los dispositivos de supervivencia. La queja apunta a los contornos del asistencialismo de gobiernos comunales y organizaciones sociales. Exigen un cambio profundo en las condiciones del hábitat suburbano y trabajo genuino. Y no más paliativos administrados a su antojo por la densa burocracia neofilantrópica no siempre amable con sus referentes de base. La insuficiencia ha motivado, incluso, experiencias de autogestión social mucho más eficaces que la estatal en materia alimentaria y de seguridad.
La demanda se potencia en otro de sus segmentos estratégicos: la nueva generación de jóvenes sin memoria histórica de su época dorada. Su diestro manejo de las redes sociales ha dejado al desnudo el estilo de vida suntuario de gobernantes disociados de sus representados. Pero el reclamo también evoca la conciencia de una problemática económica más profunda expresada tanto por la inflación como por un estancamiento que ya lleva una década.
Y de un gasto público sospechado de ser la fuente de los privilegios de lo que algunos han denominado “la casta”. Abarca tanto al kirchnerismo como a su oposición; aunque a diferencia de 2001 no se plasma, al menos por ahora, en un cuestionamiento de “la política”, sino de las actitudes de su establishment progresista. El ciclo kirchnerista que nació prometiendo restablecer la autoridad presidencial, mejorar la administración de la justicia y erradicar la pobreza se está agotando en el vacío de poder del vicepresidencialismo, una situación económica y social parecida a las vísperas de los colapsos de 1975, 1989 y 2001, y una rebelión de jóvenes particularmente afectados por una cuarentena que afinó su mirada crítica respecto del “relato”.
Nos aguarda una transición más larga que la de 2001-2002 o la de 1989-2001, de desenlaces aún inimaginables, y no necesariamente en el mejor sentido. Un legado concluyente de este ciclo agónico que habrá que estudiar en sus diferentes dimensiones. Con la serenidad despojada de las pasiones que cultivó reeditando una dialéctica que se supuso superada durante las primeras dos décadas democráticas.
Miembro del Club Político Argentino y de Profesores Republicanos
El estancamiento económico aceleró el proceso inflacionario y los índices de pobreza volvieron a ascender a contramano de sus presuntos programas inclusivos. Tras una memorable tragedia ferroviaria y en medio de apagones masivos se fue desentrañando la matriz de un sistema recaudatorio venal sin precedente en nuestra historia. Las multitudinarias movilizaciones opositoras de 2012 y 2013, los conatos de saqueos suburbanos en vísperas de la Navidad de ambos años y la derrota electoral del kirchnerismo en su núcleo bonaerense presagiaron el epílogo.
Luego vino el asesinato de un fiscal de la Nación justo el día anterior a su presentación en el Congreso para probar el abandono fáctico de las investigaciones sobre el atentado contra la AMIA a raíz de la firma del misterioso memorándum de entendimiento con Irán. Una claudicación que, de paso, ponía al descubierto la alineación del país con las autocracias más autoritarias de la región; y por su intermedio, con sus sponsors fundamentalistas de Medio Oriente. Sin un heredero a su medida, fue derrotado en 2015 por una alianza opositora forjada poco antes. Pero fue otro interregno cuya inmadurez y algunos desaciertos fatídicos lo condenaron a un rápido desgaste atizado por la oposición destituyente del kirchnerismo. Este recuperó el gobierno en 2019; aunque mediante una formula exótica cuya funcionalidad lo coloca en el borde de la legalidad constitucional.
Sus contradicciones internas se exacerbaron en la pandemia reeditando un fenómeno conocido: la remisión a su interior de su prédica gregaria. Los indicios profundos del fin de su ciclo resultan perceptibles en sus otrora apoyos socioculturales más sólidos. Tendencia aún difusa pero indudablemente dirigida a la baja calidad de los bienes públicos ofrecidos a lo largo de sus casi 15 años de gestión.
En los sectores excluidos, las privaciones de la cuarentena han disipado el hartazgo de los dispositivos de supervivencia. La queja apunta a los contornos del asistencialismo de gobiernos comunales y organizaciones sociales. Exigen un cambio profundo en las condiciones del hábitat suburbano y trabajo genuino. Y no más paliativos administrados a su antojo por la densa burocracia neofilantrópica no siempre amable con sus referentes de base. La insuficiencia ha motivado, incluso, experiencias de autogestión social mucho más eficaces que la estatal en materia alimentaria y de seguridad.
La demanda se potencia en otro de sus segmentos estratégicos: la nueva generación de jóvenes sin memoria histórica de su época dorada. Su diestro manejo de las redes sociales ha dejado al desnudo el estilo de vida suntuario de gobernantes disociados de sus representados. Pero el reclamo también evoca la conciencia de una problemática económica más profunda expresada tanto por la inflación como por un estancamiento que ya lleva una década.
Y de un gasto público sospechado de ser la fuente de los privilegios de lo que algunos han denominado “la casta”. Abarca tanto al kirchnerismo como a su oposición; aunque a diferencia de 2001 no se plasma, al menos por ahora, en un cuestionamiento de “la política”, sino de las actitudes de su establishment progresista. El ciclo kirchnerista que nació prometiendo restablecer la autoridad presidencial, mejorar la administración de la justicia y erradicar la pobreza se está agotando en el vacío de poder del vicepresidencialismo, una situación económica y social parecida a las vísperas de los colapsos de 1975, 1989 y 2001, y una rebelión de jóvenes particularmente afectados por una cuarentena que afinó su mirada crítica respecto del “relato”.
Nos aguarda una transición más larga que la de 2001-2002 o la de 1989-2001, de desenlaces aún inimaginables, y no necesariamente en el mejor sentido. Un legado concluyente de este ciclo agónico que habrá que estudiar en sus diferentes dimensiones. Con la serenidad despojada de las pasiones que cultivó reeditando una dialéctica que se supuso superada durante las primeras dos décadas democráticas.
Miembro del Club Político Argentino y de Profesores Republicanos
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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