miércoles, 24 de noviembre de 2021

LA SOCIOPATÍA...EL MAL QUE NO TIENE CURA


La jefa no necesita levantar la voz
¿Por cuánto tiempo la política argentina seguirá girando alrededor de la expresidenta? El silencio de Cristina Kirchner es el rasgo más sugestivo de lo que Alberto Fernández intenta llamar la nueva etapa del Gobierno

Francisco Olivera

La vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner en una sesión virtual del Senado en el Congreso de Buenos Aires el 4 de diciembre de 2020

Hay que observar a los que, sin ser kirchneristas, hablan con Cristina Kirchner. Dicen que, una vez frente a ella, es casi inevitable reportarle un respeto paralizante y desmesurado. A uno de ellos, que la ve con frecuencia, le cuesta explicar incluso su propia reacción: siempre cuenta que, sin ser él su empleado ni deberle favor alguno, impresionan los ojos con que ella mira cuando, por ejemplo, se le hace alguna refutación con la que no está de acuerdo. Que mete miedo.
La incógnita es por cuánto tiempo la política argentina seguirá girando alrededor de la expresidenta. Y cuánto de esa sugestión irá quedando después de la derrota del domingo pasado, principalmente en la provincia de Buenos Aires. Desde entonces, el peronismo viene haciendo esfuerzos por mostrarse unido. Eduardo de Pedro, autor de la primera carta de renuncia que desencadenó la última crisis dentro del Gobierno, es de alguna manera la medida de esa voluntad general: donde él no esté, aunque se congreguen el resto del gabinete y todo el PJ, no habrá garantía de kirchnerismo presente. El ministro del Interior es consciente de ese rol de embajador camporista. No solo estuvo el miércoles por la noche en la comida que reunió al Gobierno después del acto organizado por el Movimiento Evita y la CGT para respaldar al Presidente, sino anteanoche con funcionarios bonaerenses en un ámbito más privado, El Mangrullo, restaurante de Alejandro Granados, donde se celebró el cumpleaños 70 del intendente de Ezeiza. Ahí coincidió con jefes comunales, Kicillof, Insaurralde, Manzur y hasta Daniel Scioli.


Es cierto que, para una agrupación que hace de los gestos un arte o una religión, el mensaje de esta semana a la Casa Rosada fue bastante ambivalente. La Cámpora llegó tarde y vio desde las últimas filas el escenario montado por incondicionales a los efectos de apoyar a Alberto Fernández. “¡Fuerza, Presidente!”, tuiteó el diputado electo Leandro Santoro, por si quedaban dudas del motivo de la convocatoria. Si surtió efecto, eso ya parece estar languideciendo. La frase más importante del único orador, el jefe del Estado, podría interpretarse además como una refutación al armado electoral de Máximo Kirchner: dijo que su mayor aspiración era que en 2023 las candidaturas, desde el último concejal hasta el presidente, fueran elegidas primero por compañeros del Frente de Todos. No es un detalle: es el reclamo que hizo renunciar a Agustín Rossi al gabinete y, después, pelearse a Berni con La Cámpora. Toda una novedad, si no hubiese sido puesta en duda 15 horas después por Oscar Parrilli. “El 2023 está muy lejos y me parece que hablar de eso [eventuales internas] es hablar de los problemas nuestros y no los problemas de nuestro pueblo y de nuestra gente”, observó el senador. Parrilli no tiene un rol relevante en el Frente de Todos, pero sus palabras cobran importancia cuando, como ahora, la jefa está sin hablar.
Ese silencio de Cristina Kirchner, el mismo que le permitió volverse protagonista excluyente del cierre de campaña en Merlo, es ahora el rasgo más sugestivo de lo que Alberto Fernández intenta llamar la nueva etapa del Gobierno. Al menos, o hasta ahora, esta vez no hubo cartas. Es un avance para un gabinete que, después de aquel texto que siguió a la derrota en las primarias, manejaba dos opciones para el futuro: había que plantarse, dejar que el Presidente se emancipara para siempre o, de lo contrario, sería ella la que cooptaría el Gobierno. Un sindicalista justificaba esta semana aquella evaluación carente de matices: “Al kirchnerismo no le interesa el consenso: o conduce o pelea”.
Son sentencias que se vienen escuchando desde el día en que el Frente de Todos llegó al poder. Aquel miércoles de la presentación de renuncias que encabezó De Pedro, y después de un mediodía en el que apagó el teléfono y decidió ausentarse por unas horas para almorzar con Mario Ishii, Alberto Fernández se reunió con una docena de colaboradores que, preocupados, empezaron a plantearle cuáles creían que eran las alternativas o rumbos por tomar. El 80% de ellos le proponía romper la relación con Cristina Kirchner. “No es el momento”, concluyó finalmente el Presidente, y en el argumento incluyó que quedaba por delante la elección del domingo pasado. ¿Lo hará entonces ahora? Quienes lo conocen afirman que, en la intimidad, hace tiempo que fantasea con eso, pero que parece no tener tan claro de qué modo debería concretarlo. No se siente cómodo con los conflictos. Al contrario: como tampoco es ambicioso, dicen sus amigos, ni siquiera económicamente, se conformaría con poder caminar tranquilo por la calle y que la sociedad se lo permitiera.
La unidad del espacio pende entonces de estas cuestiones. El primer gran test será la próxima medida económica importante que deba tomar el Gobierno. Por ejemplo, el acuerdo plurianual con el Fondo, que el kirchnerismo le sepultó a Guzmán hace un año y que ahora parece más propenso a avalar. Tiene lógica. Es lo mismo que el Instituto Patria hizo con el acto del Movimiento Evita y la CGT, que hace dos meses había pedido cancelar y ahora al menos aceptó. ¿Mirará Máximo Kirchner la negociación de Guzmán con la misma distancia que se autoimpuso el miércoles en la Plaza de Mayo? “Estamos todos en la misma página, queremos resolverlo este año”, dijo ayer el ministro en una entrevista con Radio con Vos.
La Argentina no saldrá de la crisis sin inversión ni programa económico. ¿O el plan es paliar la caída en los ingresos repartiendo recursos generados por nuevos impuestos? El proyecto de la ley de envases, que tuvo dictamen esta semana y prevé una alícuota de hasta el 3% para las empresas que lo usen, parece ir en esa dirección. Cuando, anteayer, durante su exposición virtual en un foro del acero en San Pablo, Paolo Rocca hizo una advertencia para América Latina, probablemente estaba pensando primero en la Argentina. “¿Cuál es el camino? Son las empresas, el sector privado –dijo–. Hay que revalorizar el rol del sector privado en América Latina con toda la fuerza; no podemos seguir con países donde se aumenta el rol del Estado para también sostener parte de la población que tiene empleo pobre, informal o no empleo, y en definitiva condiciona las decisiones, el nivel impositivo y todo”.
¿Son también esas las urgencias del Gobierno? Habría que preguntarle a la más callada del Frente de Todos. Todo parecería indicar que al menos no están en su lista de prioridades. Quienes la visitan tienen, sin embargo, una esperanza mínima: que, por instinto de supervivencia, evite cascotear la gestión. Es decir, que vuelva a sorprender. Como cada vez que, seca y frontal, los recibe en ese living de Juncal y Uruguay que, dicen, ha llegado a tener las persianas cerradas en días de sol. Nada que llame especialmente la atención: la Argentina también necesita ventilarse.

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