Academia Belladonna, de Pablo de Santis
Entre el policial de enigma y el género de aventuras
J. M. B.
Se le han dado y seguirán dando al asunto todas las vueltas posibles: del verosímil aristotélico a la “suspensión de la incredulidad” proclamada por Coleridge, y desde ahí a la ingenuidad que defendía Steve Ratliff, el personaje de Ricardo Piglia, y que es el oxígeno necesario para cualquier lector de ficciones. Leer es una cuestión de fe, pero también es cierto que esa fe no resulta incondicional y que muchas veces –como ocurre con ciertas modulaciones de lo “maravilloso”– la relación entre el texto y quien se adentra en él se torna demasiado cándida y pasiva.
Algo de eso ocurre, aunque en un registro diferente, en Academia Belladonna, la más reciente entrega de Pablo De Santis (Buenos Aires, 1963). En este nuevo libro, el autor de El calígrafo de Voltaire y de El enigma de París retorna a espacios e imaginarios ya transitados en su obra, bien conocidos por sus lectores. Sin embargo, el verosímil parece entrar aquí en riesgo a cada momento, como si la novela terminara por ser víctima de algunas de sus arbitrariedades.
La historia hace pie en ese ámbito privilegiado para el crimen que es la Europa de entreguerras: un joven asiste, en Londres, a una no tan misteriosa escuela de asesinos, en busca de las destrezas necesarias para vengar la muerte de sus padres. A partir de ahí, sin embargo, la lógica de la novela empieza a trastabillar: saberes injustificados, intuiciones desmesuradas, pistas falsas artificiales en exceso. Hay también derivaciones argumentales imposibles de asimilar. El hecho, por ejemplo, de que el protagonista se haga cargo de un negocio de filatelia con la única ayuda de un libro o una criminal experimentada que encadena asesinatos sin imaginar que las potenciales víctimas estén en guardia. O, también, un enfrentamiento entre escuelas de asesinos que, aunque contiene una cuota de engaño lícito en términos de la trama que se oculta, tiene como característica más notoria que de un lado hay aprendices y del otro criminales de largo prontuario, algo que a nadie parece llamarle la atención en la novela.
A medio camino entre el policial de enigma y el género de aventuras, en un tono cercano a la novela juvenil, Academia Belladonna transmite una suerte de ligereza que no carece de encanto, especialmente en la caracterización de algunos personajes y en los vínculos que se establecen entre ellos. Pero esa ligereza no termina por aliarse con aquella levedad que reclamaba Italo Calvino como reacción contra la opacidad del mundo. Academia Belladonna le impone a quien lee una suerte de mansedumbre que lo exime de responsabilidades sobre la coherencia interna del relato. Un lector puede aceptar que un simple mortal vuele, pero como mínimo le exigirá que en adelante no olvide cómo volver a hacerlo.
Academia Belladonna
Por Pablo De Santis
Planeta
189 páginas, $ 1690
Se le han dado y seguirán dando al asunto todas las vueltas posibles: del verosímil aristotélico a la “suspensión de la incredulidad” proclamada por Coleridge, y desde ahí a la ingenuidad que defendía Steve Ratliff, el personaje de Ricardo Piglia, y que es el oxígeno necesario para cualquier lector de ficciones. Leer es una cuestión de fe, pero también es cierto que esa fe no resulta incondicional y que muchas veces –como ocurre con ciertas modulaciones de lo “maravilloso”– la relación entre el texto y quien se adentra en él se torna demasiado cándida y pasiva.
Algo de eso ocurre, aunque en un registro diferente, en Academia Belladonna, la más reciente entrega de Pablo De Santis (Buenos Aires, 1963). En este nuevo libro, el autor de El calígrafo de Voltaire y de El enigma de París retorna a espacios e imaginarios ya transitados en su obra, bien conocidos por sus lectores. Sin embargo, el verosímil parece entrar aquí en riesgo a cada momento, como si la novela terminara por ser víctima de algunas de sus arbitrariedades.
La historia hace pie en ese ámbito privilegiado para el crimen que es la Europa de entreguerras: un joven asiste, en Londres, a una no tan misteriosa escuela de asesinos, en busca de las destrezas necesarias para vengar la muerte de sus padres. A partir de ahí, sin embargo, la lógica de la novela empieza a trastabillar: saberes injustificados, intuiciones desmesuradas, pistas falsas artificiales en exceso. Hay también derivaciones argumentales imposibles de asimilar. El hecho, por ejemplo, de que el protagonista se haga cargo de un negocio de filatelia con la única ayuda de un libro o una criminal experimentada que encadena asesinatos sin imaginar que las potenciales víctimas estén en guardia. O, también, un enfrentamiento entre escuelas de asesinos que, aunque contiene una cuota de engaño lícito en términos de la trama que se oculta, tiene como característica más notoria que de un lado hay aprendices y del otro criminales de largo prontuario, algo que a nadie parece llamarle la atención en la novela.
A medio camino entre el policial de enigma y el género de aventuras, en un tono cercano a la novela juvenil, Academia Belladonna transmite una suerte de ligereza que no carece de encanto, especialmente en la caracterización de algunos personajes y en los vínculos que se establecen entre ellos. Pero esa ligereza no termina por aliarse con aquella levedad que reclamaba Italo Calvino como reacción contra la opacidad del mundo. Academia Belladonna le impone a quien lee una suerte de mansedumbre que lo exime de responsabilidades sobre la coherencia interna del relato. Un lector puede aceptar que un simple mortal vuele, pero como mínimo le exigirá que en adelante no olvide cómo volver a hacerlo.
Academia Belladonna
Por Pablo De Santis
Planeta
189 páginas, $ 1690
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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