Adoptar una estrella
Massimo Mostacchi
En un pueblo no muy lejos de aquí viven Ernesto y María, una pareja de jóvenes
esposos.
En las noches de verano, en lugar de ver la televisión, se sientan a la puerta de su
casa para contemplar el cielo estrellado.
De repente, en el cielo se destaca una estrellita que cae velocísima hacia la Tierra.
María coge la mano de Ernesto y le dice:
—Rápido, pide un deseo. Pero no digas cual es porque, si no, no se cumplirá.
Abrazados, María y Ernesto observan la estrella que cae.
Por la mañana, después de un abundante desayuno, Ernesto sale a trabajar a los
campos. Está satisfecho con su vida y por eso todo le parece más fácil.
En la era, los animales esperan impacientes a que llegue María con la comida. Hoy,
sin embargo, la rodean inquietos: parece que quieren llevarla a alguna parte…
María los sigue, curiosa. Todos juntos salen
de la era y atraviesan un campo, después una
colina, luego un camino arbolado.
Cuando María ya está cansada de caminar y
decide volver a casa, le parece ver que algo se
mueve suavemente entre los matorrales.
Con el corazón latiéndole muy deprisa, se
aproxima a un claro y allí ve a una bellísima niña
dormida.
Al instante, la emoción se convierte en una inmensa alegría.
Los planes y proyectos que María alberga para la niña que ha encontrado corren
más rápido que las piernas que la llevan a casa.
A su regreso, Ernesto se siente muy feliz al ver a la niña, pero también se muestra
preocupado.
—¿De dónde vendrá? ¿Quiénes serán sus padres? ¿La estarán buscando?
María no se hace tantas preguntas.
Le basta con tenerla consigo.
—Intentaremos averiguar de dónde ha venido antes de quedárnosla para siempre
—dice sonriendo a la niña, que se ha dormido entre los brazos de Ernesto.
Muy temprano por la mañana, Ernesto y María se ponen en camino.
Han decidido visitar todos los pueblos vecinos.
De pueblo en pueblo, Ernesto pregunta:
—¿Sabéis de quién es esta niña?
¿Conocéis a sus padres?
Pero nadie sabe nada ni puede
responderles.
Por la tarde, Ernesto y María
regresan a casa.
—La niña se queda con nosotros —
decide Ernesto, satisfecho.
—Se llamará Estrella —dice María,
tranquila por fin.
Estrella crece feliz y parece estar dotada de un encanto especial.
En sus fantasías, todos los seres de la naturaleza son sus compañeros de juego.
Ernesto y María cada día la quieren más, y han dejado de preguntarse de dónde ha venido. Estrella es, ahora y para siempre, su niña adorada.
Saben que, la noche en que vieron una estrella fugaz, los dos desearon tener una
hija, y que este deseo se ha cumplido.
Mientras tanto, en el cielo reina una gran confusión.
Las estrellas se han dado cuenta de que falta una y deciden bajar a la Tierra para
buscar a la estrellita perdida.
Con las primeras luces de la mañana exploran los montes, el mar, las ciudades y los pueblos, pero su brillo se hace cada vez más pálido.
Después de tanto buscar y buscar parece que la estrellita se ha desvanecido sin
dejar rastro.
Desilusionadas y tristes, las estrellas deciden volver al cielo, pero..., de pronto,
descubren una lucecita que procede de una niña que juega alegremente con su balón.
—¡Ésa es nuestra estrellita! ¡Es ella! ¡Es ella! —susurran temblando de emoción.
Las estrellas siguen a la luz hasta el jardín de la casa de Ernesto y María. Cuando los padres abrazan a Estrella, las pequeñas luces giran alrededor de ellos.
Y se dan cuenta del gran amor que les une. ¿Cómo podrían arrebatar la niña estrella a unos padres que la quieren tanto?
Ya ha oscurecido y las estrellas vuelven a brillar en el cielo.
Cada año, regresarán para ver a su estrellita y para proteger a otras frágiles luces que brillan en la Tierra.
Autor:
Silvia García
Edades:
A partir de 4 años
Valores:
valorar lo que tenemos, caridad
Álvaro era un niño de 11 años que vivía en una gran ciudad, no tenía hermanos y sus padres siempre habían intentado que no le faltara de nada. Si necesitaba libretas, tizas, colores, mochilas... se lo compraban. Si necesitaba un chándal nuevo, un balón, una raqueta…le compraban lo mejor del mercado y si Álvaro se enfadaba porque sus amigos tenían algún juguete que el no tenía, se lo compraban también.
Pero llegó un día en el que la obsesión de Álvaro por tener cosas nuevas llegó al límite y una mañana no quiso desayunar porque vio encima de la mesa del desayuno los mismos cereales del día anterior.
- Mamá ¿No hay otros cereales? – preguntó extrañado –
- No hijo, cuando se acaben esos compraré otros – contestó su madre -.
- Pues no quiero desayunar lo mismo que ayer así que me marcho al colegio sin desayunar-.
- Álvaro hijo, no podemos seguir así. Todos los días necesitas algo nuevo para estar contento.
La madre de Álvaro estaba preocupada y decidió ir al colegio para hablar con la profesora de su hijo para preguntarle qué podía hacer.
La profesora, que se llamaba Soledad, la atendió rápido:
- Buenos días Soledad. Quería hablar con usted porque estamos preocupados porque vemos que está todos los días enfadado porque quiere tener muchas cosas nuevas y no aprecia todo lo que ya tiene. No sabemos si en clase se comporta así y si hay alguna forma de que usted nos ayude.
- La verdad es que en el colegio le pasa lo mismo. Si los compañeros juegan con los mismos juguetes que el día anterior, se aburre y ya no quiere jugar. Si un compañero trae un bolígrafo nuevo, ya no quiere escribir con los suyos... Creo que ha tenido siempre tantas cosas que ya no sabe valorar lo que tiene.
¿Sabe? Tengo un amigo que colabora en una Fundación con niños con pocos recursos. Es increíble lo felices que son esos niños con muy poquito. Podría ser bueno que Álvaro los conociera. ¿Qué le parece?
- ¡Es una idea buenísima! Perfecta para el viernes, que es su cumpleaños.
El día del cumpleaños de Álvaro éste se levantó entusiasmado dispuesto a abrir todos sus regalos. Sin embargo, al llegar a la mesa del desayuno vio un sobre encima de la mesa y una caja llena de juguetes suyos con los que ya no jugaba.
- ¡Mamá!, ¿Pero qué es esto? ¿Dónde están mis regalos? – suplicó gimoteando-.
- Buenos días hijo, lee el sobre. Este año, será un cumpleaños diferente.
Alvaro abrió el sobre corriendo y se encontró una nota que ponía: “Felicidades Álvaro, este año celebrarás tú cumpleaños en la Fundación no más niños tristes para que aprendas a disfrutar de todo lo que tienes”
Esa tarde fue con sus padres a la fundación y cuando llegó y le presentaron a todos los niños se quedó sorprendido al ver los pocos juguetes con los que jugaban, las pinturas viejas con las que pintaban, las zapatillas pasadas de moda que llevaban.. pero sin duda lo que más le sorprendió fue ver lo felices que eran sin tener nada de lo que él tenía.
Álvaro pasó la tarde jugando con los niños de la fundación y cuando se marchó de allí le dijo a sus padres:
- Papá, mamá, gracias por un cumpleaños diferente. El próximo viernes vendré a
traerles a mis nuevos amigos muchos de mis juguetes. Yo no necesito tener tantos y ¡ah! otra cosa. Desde hoy os prometo que cuidaré mucho más de mis cosas.
VER MÁS ALLÁ DE UNO MISMO PARA ENTENDER LOS DEMÁS
¿Cuántas veces nos ha ocurrido estar aparentemente escuchando a otra persona, cuando en realidad estábamos sumergidos en nuestros propios pensamientos?
Max quería proponer un reto a sus tres alumnos favoritos: Clara, Alberto y Marta:
A Clara le había lanzado el reto de encontrar la primera habilidad necesaria para relacionarse con los demás: la escucha.
Marta había sido la responsable de descubrir la segunda: estar en contacto con los propios sentimientos.
Alberto tendría que descubrir la tercera.
Con la intención de no ponerle las cosas fáciles a Alberto, le envió un escueto mensaje que decía: “Es tu propia melodía la que no te deja escuchar mi música”.
Alberto alucinó. Sabía que se referiría a la tercera habilidad para relacionarse con los demás, pero no le encontró ni el más mínimo sentido a aquel mensaje.
Sin embargo, le encantaban aquellos retos y disfrutaba con los juegos intelectuales de Max. Así pues, cogió un rotulador y escribió la frase de Max en un folio. Luego lo colgó en su despacho de forma que tuviera la frase siempre a la vista.
Con ello pretendía que fuera su subconsciente el que encontrase las primeras pistas.
De repente, le vino un recuerdo a la memoria. Una noche en la que Max, en medio de una larga conversación y viéndolo totalmente absorto en sus pensamientos, le preguntó:
—Alberto, ¿dónde estás? ¿En tu mundo o en nuestro mundo?
Alberto empezó a atar cabos. En el enigma de Max, la música era una metáfora de los pensamientos. “Mis pensamientos no me dejan captar los tuyos”, se dijo; y aún fue un paso más allá: “La atención en mí no me deja prestarte atención a ti”.
Este era uno de los problemas de Alberto y lo admitía sin excusas: le costaba percibir lo que les ocurría a los demás porque estaba demasiado metido en sí mismo, en sus problemas o preocupaciones.
Y ello lo hacía ser especialmente torpe en sus relaciones: algunas veces había actuado con absoluta insensibilidad y, en otras, había cometido manifiestos errores de percepción.
No tenía duda de cuál era aquella tercera habilidad que Max lo incitaba a descubrir: para poder comunicarnos con los demás de manera constructiva, debemos ser capaces de captar en todo momento sus sentimientos.
Alberto debía aprender a interesarse por el otro; ser capaz de apagar de vez en cuando su melodía y escuchar con los cinco sentidos la MÚSICA DE LOS DEMÁS.
Ferrán Ramón-Cortés
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