lunes, 20 de marzo de 2017

LECTURA RECOMENDADA


El nuevo libro del médico especialista en psiquiatría y terapeuta cognitivo, Pablo Hirsch, llamado Inteligencia para el bienestar. El capítulo que les ofrecemos habla de la felicidad.


Ser feliz
“Ser feliz”. ¿Es lo que más deseamos para nuestra vida? Probablemente, la mayoría de las personas responderían que sí —sin importar su país de origen o residencia, el género o el contexto sociocultural—.
Ya Aristóteles afirmaba que la felicidad es el objetivo principal de todo ser humano.
Y la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, que data de 1776, manifiesta que entre los derechos inalienables están la vida, la libertad y la “búsqueda de la felicidad”.
En algunos países, como Japón, Corea del Sur y, más recientemente, Brasil, la felicidad se ha vuelto un derecho constitucional.
Pero ¿cómo orientamos su búsqueda? Esa es, quizá, una pre¬gunta muy ambiciosa y difícil de contestar.
Desde que nacemos, somos buscadores innatos de placer.
Solo unos pocos días después de haber nacido, los bebés ya adoran el sabor dulce y odian el amargo, prefieren tocar superficies suaves en vez de ásperas y se calman al escuchar melodías consonantes, pero se inquietan con las disonantes.
En la adultez, nos despertamos todos los días con la esperanza de que una parte de lo que vamos a hacer nos sirva para sentirnos mejor en el futuro inmediato o lejano.
A medida que pasan los años, tal vez nos esforzamos para obtener un nuevo título académico, cambiar el auto o formar una pareja. Todos estos u otros proyectos tienen un objetivo común: sentirnos mejor.
Sin embargo, es evidente que lo que se logra no resulta indefectiblemente en estados emocionales positivos y duraderos.
A pesar del esfuerzo realizado a lo largo de los años, de las decisiones que tomamos y de los nuevos objetivos que alcanzamos, no siempre nos sentimos mucho mejor que en el pasado.
¿Por qué sucede esto? La respuesta es, sin duda, compleja.
En primer lugar, nuestra capacidad para controlar las emociones se encuentra limitada por la genética y por los cambios en nuestro entorno.
En segundo lugar, nuestras decisiones pueden ser incorrectas. Las creencias personales, la familia y la sociedad pueden llevarnos todo el tiempo a conclusiones equivocadas sobre qué tenemos que hacer para mejorar nuestra calidad de vida.
Lo que pensamos que hará realmente una diferencia solo genera un pequeño cambio, mientras que no tenemos presente lo que puede impactar de modo significativo en nuestro bienestar personal.
Así, por más que busquemos todo el tiempo, nuestro margen de error es grande. Y ni la escuela ni la universidad nos brindan conocimientos o inculcan hábitos que nos ayuden a mejorar esto.
Sin embargo, esos conocimientos existen y se han profundizado durante las últimas dos décadas: gracias a diversos estudios de investigación, hoy sabemos, por ejemplo, que ser muy exitoso en el ámbito laboral o tener mucho dinero no se vincula necesariamente con una mayor satisfacción.
Y no es este el único caso en el que la ciencia contradice nuestras creencias o ciertas “imposiciones” sociales.
Por eso, puede ayudarnos cambiar el enfoque: confiar en los avances científicos para guiar nuestros pensamientos y acciones, y sumar así herramientas para mejorar nuestra experiencia de vida.
“Ser feliz”: un concepto, múltiples definiciones
El término “felicidad” siempre despertó controversias, y no existe un consenso respecto a sus cualidades.
El Diccionario de la Real Academia Española lo define concisamente como ‘un estado de grata satisfacción espiritual y física’, lo que da lugar a discusiones sobre los límites temporales del estado emocional, su intensidad y su medición.
Por ejemplo, ¿la felicidad es la suma de pequeños momentos en el día a día? ¿O su principal característica es su volatilidad, su capacidad de aparecer y desaparecer de forma constante durante nuestras vidas?
¿Cómo sabemos si alguien es feliz? ¿Es la propia persona quien lo tiene que definir o un observador externo?
A lo largo de la historia, los filósofos de Oriente y Occidente meditaron sobre los elementos que contribuyen a la felicidad de las personas y debatieron sobre el verdadero significado de la felicidad.
Los antiguos griegos, por ejemplo, desarrollaron al menos tres posturas:


“Ser feliz” es autorrealizarse, alcanzar las metas propias de un ser humano, postura defendida por Aristóteles. Según Platón, el horizonte de la felicidad se abre a la vida incluso después de la muerte.
“Ser feliz” es ser autosuficiente, valerse por sí mismo sin depender de nada ni de nadie.
“Ser feliz” es experimentar placer intelectual y físico, y conseguir evitar el sufrimiento. Es la postura que defendía Epicuro.
Algunos filósofos de Oriente han sostenido que la felicidad es un estado de armonía interna que se manifiesta como un sentimiento de bienestar que perdura en el tiempo y no como un estado de ánimo de origen pasajero.
Aunque fueron las bases psicológicas de las enfermedades mentales el eje central del pensamiento, de las teorías y de las obras de Sigmund Freud, hay quienes le atribuyen una conocida frase —lieben und arbeiten (‘amar y trabajar’)— con la que habría expresado cuál era la cuestión detrás de la felicidad.
Desde entonces, y, sobre todo, durante las últimas décadas, referentes de distintas disciplinas se abocaron a investigar el tema.
Sonja Lyubomirsky, por ejemplo, profesora de Psicología en la Universidad de California, Riverside (Estados Unidos), le ha dedicado la mayor parte de su carrera.
Para ella, la felicidad es una experiencia de alegría, satisfacción o bienestar positivo, combinada con la sensación de que nuestra vida es buena y tiene sentido.
El psicólogo clínico barcelonés Ferran Salmurri también lleva más de cuarenta años investigando las emociones.
En sus palabras, la felicidad “es un sentimiento, un estado de ánimo caracterizado por emociones de satisfacción, agrado y placer”.
Y agrega: “Somos felices cuando nos sentimos bien con nosotros mismos y con nuestro entorno”.
Sin duda, más controvertida es la definición de felicidad como ‘la ausencia de miedo’ que adoptó Eduardo Punset, escritor, economista y divulgador científico español.
Para este autor, el miedo tiene una presencia permanente en nuestra experiencia de vida: miedo a la enfermedad, miedo al futuro, miedo a perder el trabajo, miedo a la incertidumbre, etcétera.
“Quien logre ausentarse de esos miedos, dejarlos escondidos en un cajón, tiene, con toda seguridad, más oportunidades de sentirse feliz durante más tiempo”, sostiene.
Asimismo, existen diferencias respecto al concepto de felicidad entre distintas culturas o grupos sociales.
Lyubomirsky indica que algunos estudios han demostrado que los asiáticos valoran la experiencia de las emociones positivas de baja excitación (como la serenidad y la calma), mientras que las personas de origen europeo o americano valoran las emociones positivas de excitación (como la euforia o el entusiasmo).
Las múltiples definiciones de “felicidad” pueden dar lugar a cierta confusión. De hecho, algunos autores incluso utilizan el término como sinónimo de “bienestar”, solo un reflejo del nivel de complejidad que requiere su estudio.

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