Los dilemas de la reproducción sin sexo
Allá por la década del 60, la llamada revolución sexual cambió la relación de gran parte de la humanidad con el sexo. Este movimiento social, también llamado liberación sexual, amplió los alcances de lo que se consideraba moralmente aceptable hasta entonces y sentó las bases para el modo en que la mayoría vive la sexualidad hoy en día. El cambio más importante en aquel momento, gracias al avance de los métodos anticonceptivos y en especial la aparición de la píldora, fue abrir la puerta al sexo sin reproducción.
Cincuenta años después, una compañía fundada en los Estados Unidos por Martín Varsavsky, uno de los más notables emprendedores argentinos, podría tener un impacto tan grande como aquel y dar lugar a una segunda revolución sexual, la de la reproducción sin sexo.
Cincuenta años después, una compañía fundada en los Estados Unidos por Martín Varsavsky, uno de los más notables emprendedores argentinos, podría tener un impacto tan grande como aquel y dar lugar a una segunda revolución sexual, la de la reproducción sin sexo.
Una de las características salientes de nuestra época es un notorio atraso en la edad reproductiva, especialmente en las clases medias y el mundo desarrollado. Mientras en la mayoría de los países subdesarrollados, la edad de las mujeres al momento de tener su primer hijo apenas supera los 20 años, en buena parte de Europa, Japón y Norteamérica el promedio supera ya los 30. Este retraso es en buena medida resultado de la creciente inclusión de las mujeres en la fuerza laboral. Ya sea por la necesidad de posponer la maternidad para mantener el empleo o para aprovechar oportunidades de carrera, más y más mujeres demoran la llegada de su primer embarazo.
La biología, sin embargo, no se hace eco de los cambios culturales. La etapa fértil de las mujeres no se ha modificado y los riesgos de embarazos perdidos y problemas congénitos o genéticos crecen notoriamente con el paso de los años, especialmente a partir de los 35. La causa principal reside en el envejecimiento de los óvulos. Prelude Fertility, la empresa creada por Varsavsky, propone congelar óvulos a edad temprana y sostiene que con ellos es posible tener hijos a edades muy avanzadas con los riesgos reducidos de la juventud.
Si bien el congelamiento no es una práctica nueva, Prelude se propone masificarla, congeniando los tiempos culturales y laborales de las mujeres con los biológicos y desactivando el tictac de la cuenta regresiva que muchas experimentan. Y va un paso más allá: combinándola con los procedimientos de fertilización in vitro, selección genética de los embriones e implante de un único embrión para reducir embarazos múltiples, Prelude sostiene que tal vez tener sexo ya no sea la manera ideal de reproducirse.
Como toda tecnología que involucra temas tan sensibles, estos cambios acarrean dilemas éticos y no llegan sin polémicas. Por un lado, la iniciativa en los Estados Unidos de algunas empresas como Apple de pagar por el congelamiento llevó a muchos a cuestionar si realmente las mujeres serán más libres de reproducirse cuando lo deseen o resultarán más presionadas a subordinar su maternidad a los tiempos del mercado laboral. Por otro lado, el análisis y la selección genética de embriones abre la puerta a abusos y prácticas que desafían con la moralidad actual. Finalmente, un conflicto entre la conveniencia individual y la colectiva: la caída de la tasa de fertilidad generada por el retraso reproductivo ha funcionado como un efectivo mecanismo espontáneo para mitigar el riesgo de superpoblación global.
Una vez más, lo fundamental es apreciar que una tecnología no es buena o mala en sí misma. Entender los dilemas morales y prácticos que cada una genera para tomar buenas decisiones es la mejor manera de aprovechar las oportunidades que ofrecen y evitar los riesgos que acarrean.
S. B.
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