viernes, 10 de marzo de 2017

LOS HORIZONTES


Sueño con el deseo de un horizonte.
Allí residen mis sueños en las brumas que produce el sol tardío.
A los 20 años fui en bicicleta desde Rodos, Grecia, hasta la aldea de Lindos. Al llegar a la cima de la bahía que contiene al pequeño pueblito blanco sobre el mar, se veía muy lejos la costa de Turquía, un horizonte que nunca olvidaré.
La fuga quizá sea el último vértice al que llegan nuestros ojos, luego de dejar atrás todas las formas anteriores que lo incluyen.

La línea de fuga al mirar, es un pensamiento recurrente de mi presente y también de mi memoria. Le da forma a la perspectiva, que incluye los detalles que otorgan el volumen de la medida, desde los primeros planos hasta la pérdida visual en el espacio remoto.
Describir esas distancias parece improbable por la complejidad de estratos que integran la profundidad de campo que lo componen. Son el pintor o el fotógrafo quienes mejor plasman con sus narrativas los detalles de planos que establecen estas bellas vistas que iluminaron e inspiraron, a través de la historia, la formación de todos los diseños creados, en milenios de cultura y arte.
Sin duda, fue la imponente naturaleza quien le enseñó al hombre la armonía y la presencia del volumen, la dimensión y la masa. Sólo ver la magnitud de los milenarios alerces en la provincia de Chubut para comprender la agudeza de escala que nos da un bosque con la avenencia de espacios que lo componen. Ciertamente hay en los bosques una conciliación natural de medidas y armonía dada por las mismas formas y tamaños de las especies que lo forman, dando esa escala de medidas de musgos, líquenes, pastos, pastizales, arbustos y las diferentes tallas de los renovales arbóreos.
Desde lo brutalmente tosco de un peñasco hasta la fineza de trazo de edificios, monumentos y extensas avenidas arboladas.
Al mirar los Andes desde la distancia de las áridas mesetas patagónicas, podemos gozar de la variada superposición de estratos; como son las primeras elevaciones bajas de la precordillera con sus bosques de ñires, y por detrás la cadena cordillerana con sus alturas en nieves. Por encima el cielo con nubes negras que finalmente contrastan con el cielo azul.
La magnitud del espacio, sumado a la luz y a la sombra, establecen a lo largo de la vida nuestros parámetros de belleza. Ya sea en la naturaleza remota o en las ciudades. Entre mis favoritas está la Avenida de los Campos Elíseos, en París, entre el Arco de Triunfo y la Plaza de la Concordia. Allí se extiende uno de los campos visuales mas refinados por sus perspectivas y extensa fuga.
Hay un don en el uso del volumen y la medida. Pienso que quizá se nace con ello. Técnicamente, un arquitecto o un ingeniero tienen conocimiento y aprobación para realizar sus diseños edilicios, aunque la vasta mayoría no logra irrumpir en el ámbito de la correcta escala y la armonía de volumen, aberturas y espacios. Esto incluye no sólo la belleza del propio proyecto y su ejecución, sino también la convivencia del mismo con la vecindad y su entorno.
 Los códigos de edificación no protegen las ciudades y los pueblos, y aquel libre albedrío crea un prodigio de inspiraciones que lentamente van quitando carácter a los lugares.
Aldea Beleiro, en la Patagonia austral, y la ciudad de Nueva York difieren completamente en cada aspecto posible. Sin embargo, desde la distancia de aproximación ambas conmueven con sus perspectivas, opuestas pero al fin humanas y sentidas.
Hay una mística en los horizontes, ellos le dan a la vida un refinamiento que está más allá de los viajes, verdaderamente somos dueños de nuestros horizontes. Siempre es mejor abrir amplia la ventana para mirar la distancia; allí se encuentra el silencio de la ilusión.
F. M.

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