viernes, 10 de marzo de 2017

-USÁ EL CEREBRO-......FACUNDO MANES


Donde se escriben los sueños
El neurocientífico conserva el papel donde apuntó, a los 16 años, el discurso que lo llevó a conducir el centro de estudiantes de su colegio

El tiempo lo devora todo. La memoria es sólo un ramillete de islas dispersas en medio de un océano de olvido. Parecen palabras de aquel viejo ciego que imaginó un personaje condenado a recordarlo todo, pero quien habla es Facundo Manes, que me extiende un puñado de tierra traído de uno de esos archipiélagos que persisten sin que nada pueda borrarlos. Se trata de una hoja rayada en la que un adolescente de puño febril apuntó sus sueños en una tinta azul quizás indeleble. ¿Por qué conservamos un pedazo de papel durante más de treinta años? Otra vez, Manes responde desde las neurociencias, disciplina en la que brilla como investigador y divulgador: "Si olvidamos todo, ¿qué recordamos? Lo que nos emociona. Por eso guardo este papel".
Ese papel, fechado el 17 de mayo de 1985, está encabezado así: "Se acabó la Celeste, se acabó la Blanca, el lunes empezamos todos". Escritas bajo la invocación de Raúl Alfonsín y Oscar Alende, esas palabras son parte del discurso que un Manes de 16 años bosquejó para ganar la conducción del centro de estudiantes de la Escuela Normal José de San Martín, de Salto. Lo inspiraba el idealismo juvenil y el soplo de euforia que recorría el país tras la vuelta a la democracia. Llenó la página durante un descanso en la imprenta Gutenberg, donde por las tardes trabajaba como cadete. Lo urgía el cierre de campaña, en el que pondría en juego sus dotes de orador frente a todo el colegio y las fuerzas vivas de la ciudad, incluido el intendente. Aquello sería un acontecimiento: la suya era una de las primeras escuelas del interior en crear un centro de estudiantes.
Tenía con qué enfrentar el desafío: era inquieto, simpático, entrador. Lejos había quedado la timidez que arrastraba de niño por las calles de Arroyo Seco, un pueblo de 1500 habitantes al que llegó de Quilmes junto con su familia con apenas 1 año. Allí su padre ejerció de médico rural. Cuando Facundo empezó la primaria, la familia se mudó a la vecina Salto. Crecer allí marcó su modo de plantarse ante el mundo: "Yo sabía que era un lugar periférico, que había un horizonte a conquistar. El traslado de Salto a Buenos Aires, donde vine a estudiar Medicina, fue más impactante que la mudanza de Buenos Aires a los Estados Unidos, donde después fui a trabajar. En Salto me sentía en los márgenes. Y hoy me siento igual: no pertenezco a ningún establishment".
En el cierre de campaña, cuando le tocó hablar, ese chico que escribía en la imprenta Gutenberg puso en juego la capacidad escénica que adquirió en un grupo de teatro al que había entrado con un solo fin: conquistar a una chica de clase alta que parecía inalcanzable. El teatro marcó un antes y un después. Le dio la novia que buscaba y le quitó la timidez. A tal punto que cuando subió a la tarima desplegó una convicción que le valió un cerrado aplauso y el éxito electoral: la lista Blanca, cuya fórmula integraba con su amigo Gustavo Navarrine, sacó el 90 por ciento de los votos. Así lo consignó El Centinela, el diario local, en una página completa que Manes conserva junto con la hoja donde aquella tarde inspirada volcó sus ideas.
Entonces, la esperanza de una democracia recuperada ayudó a superar las divisiones.
 Hoy ese horizonte común parece vacante y la gente necesita un nuevo paradigma que la invite a alzar la vista al futuro, dice Manes. Desde su especialidad, propone uno: la aspiración a que todos puedan acceder al conocimiento.
A treinta años de aquel discurso ganador, la hoja donde apuntó su mensaje luce las inevitables marcas del tiempo. Lo que no parece haber envejecido es el anhelo de unión que Manes plasmó en ella. Esa preocupación parece hoy tan viva como entonces. Un signo de que las islas de la memoria también se iluminan cuando el agua del presente toca sus orillas.
H. M. G. 

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