viernes, 10 de marzo de 2017

POETAS Y ESCRITORES DE BUENOS AIRES





Mosaicos porteños
Acerca de Rafael Jijena Sánchez
Fue en la década del setenta. Se trataba de un grupo de amigos que, periódicamente, se reunían para hablar de poesía y literatura. Quien presidía “El Laberinto”, tal el nombre adoptado por los contertulios, era el poeta Rafael Jijena Sánchez. Alguien dijo que “el despliegue de la dramática humana bajo la pluma de un gran escritor -en este caso de un poeta- toca siempre puntos esenciales de la subjetividad”. Y eso en Rafael, se daba plenamente.
A Rafael Jijena Sánchez
Llegaba / como un poeta y un duende / mensajero de la amistad y la alegría. / Cuando lo sorprendíamos con alguna novedad, / solía contestar con su admirativo más en uso: / ¡Qué curioso! / Un modo de iniciar su plática, / de la que luego brotaban los recuerdos, / las anécdotas, / las observaciones y reflexiones intencionadas, / la cita oportuna / o el retruécano regocijante. / Siempre la palabra sobria y el adjetivo único, / el que no podía ser otro. / Todo en él era una mezcla mágica / de hidalgo español y jefe indio. / Su voz era sonora y bien modulada. / Su dicción perfecta. / Era serio y vehemente, / sin dejar de ser jocundo y parsimonioso. / También era proclive a lo jocoserio, / y era entonces cuando reía. / Reía e incitaba a reír, / pensando con Rabelais / que la risa es lo propio del hombre. / Fue siempre el buen amigo / y el cacique del grupo. / Fue esencialmente un romántico / y un ser piadoso / en el que vibraban en yunta / lo sacro y lo profano. / El suyo fue un romanticismo superior, / lleno del sentimiento de lo infinito, de lo trascendente, / de lo espiritual y lo inefable. / Era un buscador de belleza. / En su último libro / -tan último que ha sido póstumo-, / sin olvidar las coplas, / ni a su Virgen del Valle, / escribió sus poemas / con aparente desaliño / y versos no sujetos a medida. / Son versos conversados / que sin embargo cantan. / Vivía rodeado de libros / y de objetos primitivos / en los que siempre venían a cuento / lo ancestral y lo mágico. / La imagen del misterio. / Fue un iniciado / en antiguos rituales de la tierra / y supo ser también un frecuentador / de los santuarios laicos / de los cafés y las peñas. / Todo en él era una mezcla esencial / de hidalgo español y jefe indio.
Fue un poeta
y vivió como un poeta.



Acerca de Enrique Horacio Puccia
En los libros de Enrique Horacio Puccia no sólo podemos encontrar crónica viva sino, también, frescura estilística y calidad literaria. El abanico de temas que se abre en cada uno de ellos para caracterizar la vida porteña es amplio y asombroso. Los suyos son libros para ser leídos con fruición, retrotrayéndonos a un pasado que, a través de sus palabras, parece estar ahí nomás, en una lejanía apenas de ayer. Transportarnos al Tiempo de Villoldo o introducirnos en la historia de Barracas, desde sus singularidades, sus secretos y las vidas de sus gentes, nos permite iniciar un recorrido por nuestra historia desde su trama más íntima y reveladora. En su condición de lírico e historiador, su inquietud fecunda ha estado asociada siempre a la dilucidación de la historia de una ciudad a la que ha demostrado amar entrañablemente.
Enrique Puccia
Sentimiento y conducta que conmueven e inspiran. Por eso el Día del Historiador Porteño, se instituyó pensando en él. Fue el 31 de agosto de 1982. Acababa de finalizar el Segundo Congreso de Historia de los Barrios Porteños y los Amigos del Café Tortoni decidieron homenajear a Enrique Horacio Puccia, presidente entonces de la Junta Central y del mencionado Congreso, entregándole la “Orden del Pocillo”.
Como integrante del panel de oradores, aquella noche, en una servilleta del Tortoni, le dediqué este soneto:
A Puccia
Hoy me asiste el deseo y la esperanza
frente a una hoja en blanco que me acucia
de lograr un soneto fratelanza
sin espamento alguno y sin argucia.

No es mi intención plasmar una semblanza
ni buscar esa rima casquilucia
que al remate me lleve sin tardanza
haciendo de un soneto una minucia.

No hace falta caer en alharacas.
Porque el punto es Enrique, el de Barracas,
a quien Quinquela le entregó un tornillo

por gomía y troesma roncoroni
y al que hoy toda la barra del Tortoni
lo agasaja y le entrega su pocillo.

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