miércoles, 30 de mayo de 2018

OPINA JULIÁN RODRIGUEZ

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JULIÁN RODRIGUEZ
Siempre me gustó aquella frase de Sabato en La resistencia: "Existe una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse". Hoy, el debate nacional es sobre la despenalización del aborto . Un debate que plantea fragilidades y tensiones muy humanas y un aparente dilema: solo dos caminos posibles. Es allí donde el "no resignarse" se levanta y dice que podemos encontrar una tercera salida para que esa "humanidad" que compartimos sea "protegida" en toda su dimensión: la vida y la salud de la mujer ante un embarazo no deseado; el niño por nacer, y la definición de qué tipo de sociedad queremos ser: ¿inclusiva, que reciba a toda vida, o expulsiva, selectiva?
Queremos una sociedad donde toda mujer pueda sentirse plena y ninguna deba recurrir a una mesa clandestina que ponga en riesgo su vida, además de dejar allí la de su hijo; donde los niños no deseados por unos puedan ser acogidos y amados por otros; donde el Estado asegure atención sanitaria de calidad a toda madre y a todo hijo desde el minuto uno de su vida, con educación sexual para un proyecto de vida, centros obstétricos de emergencia y cuidados de la salud materna hasta cumplido el primer año de vida del bebé fuera del vientre.
Evitemos las soluciones simplistas, tentadoras en el corto plazo, que afectan significativamente el futuro y abren grietas muy dolorosas de curar y cerrar. Coincidimos en que no se debe criminalizar a la mujer en riesgo. Por eso mismo, el aborto no es la solución, pues aprisiona de por vida desde su conciencia a la mujer que lo hizo, con un dolor que no se supera.
El debate nos interpela también acerca de qué es la libertad, qué significa el derecho de elegir, cuál es nuestra filosofía ante la vida. Descartar vidas no puede sernos indiferente. Existen soluciones posibles que superan el dilema "muerte materna por aborto clandestino" vs. "muerte del niño no nacido por aborto autorizado". Todos somos responsables de cobijar efectivamente toda vida. La Universidad Austral trabaja para aportar desde el diálogo, sumando convicciones basadas en el respeto de toda vida a la par que valorando los aspectos en común y puntos de encuentro que puedan existir con quien piense distinto. Porque el sentido último del ser universitario es conocer la verdad. Y la verdad no es una construcción social ni una elucubración de mesas de trabajo: existe, me trasciende a mí y a todos y está al alcance, aunque a veces resulte trabajoso vislumbrarla.
Sostener los derechos es un compromiso y un desafío apasionante. El derecho de la mujer a una vida digna cuando enfrenta un embarazo de riesgo, a decidir si quiere o no quiere ejercer su maternidad luego de dar a luz y a poder entregar en tal caso su hijo a otros padres a través de un sistema de adopciones eficiente. El derecho del niño por nacer ante todo. El derecho del padre, que tiene algo que decir ante el aborto. El derecho del profesional de la salud a cumplir con su juramento de cuidar toda vida. El derecho de todos nosotros como sociedad a una solución integral del problema, a un futuro que no esté hipotecado por malas decisiones del pasado.
Hace unos años, el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel declaró: "Quien justifica el aborto justifica la pena de muerte, y yo estoy en contra de la pena de muerte y en contra del aborto. Ser progresista significa defender la vida y nada más". Veo a diario a nuestros estudiantes prepararse y soñar con ser profesionales que construyan un mundo distinto del que heredaron, artífices del cambio social. Todos, acto y promesa. Y lo son porque, esencialmente, gozan de un mismo presupuesto: la vida.

Magíster, rector de la Universidad Austral

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