miércoles, 23 de mayo de 2018

COMUNICACIÓN....LA OPINIÓN DE MARIO RIORDA

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MARIO RIORDA
La crisis revela que la política de difusión del Gobierno no es la adecuada y pierde credibilidad
Se tiende a evaluar la comunicación política separada de la política y eso es un error. La comunicación es el modo en que la política se hace pública. Son indisociables. El jefe de Gabinete, Marcos Peña, afirmaba: "Somos un gobierno pragmático y eso exige mayor flexibilidad". Por eso al analizar la comunicación gubernamental de Cambiemos la cuota de pragmatismo era su sello dominante. Autodefinida como postideológica, exhibía reacción para retroceder y capacidad para adaptarse a tiempo real. Y, poco frecuente en la política, hasta pedía disculpas a veces.
¿Es así hoy? Veamos.
La comunicación política es una gran charla social en la que todos tienen capacidad de opinión sin importar su nivel de argumentación. Como el fútbol, como la religión, la comunicación política es el nuevo fenómeno de las polémicas nacionales con debates que nos permean, nos esperanzan y nos ofuscan.
En esta gran plática los protagonistas de Cambiemos siguen hablando, pero no se les escucha igual que antes. Esta coalición electoral demostró una aguda destreza para ganar campañas, pero al parecer no para hacer que la comunicación de gobierno construya legitimidades en torno a sus medidas. Cambiemos habló mucho de las culpas pasadas, pero no logró encauzar su responsabilidad actual.
El Gobierno, el propio presidente y la mayoría de los ministros tienen más negatividad que positividad en su imagen, y algunos con diferencial negativo pronunciado: esto es, de cada tres personas, al menos dos los evalúan mal. Incluso por cuestionamientos éticos.
El poder de lo simbólico en política es poder gestionar la comunicación articulando la propia acción política que habla tan alto como su discurso, pero respetando el contexto. El contexto debería obsesionar a quienes comunican. Es la base misma de la eficacia comunicacional, donde esta se apoya para no ser solo aire. Lo ocurrido en el día más intenso de la corrida financiera fue muy gráfico. Mientras actores encumbrados de Cambiemos restaban trascendencia o llamaban a la tranquilidad, la negatividad del debate en redes (Facebook y Twitter) era del 100% y la emoción predominante fue la "ira", según datos de Q Social Now.
Vale la pena también darse una vuelta por las redes sociales de todo el gabinete. Elija contenidos al azar. Cumplen a rajatabla lo que el estudio "El gobernauta latinoamericano", del BID, enuncia para la región: no hay problematización en las redes de los gobernantes, todo está bien, puro optimismo.
También desapareció la capacidad de pedir disculpas. El Gobierno arremete defendiendo muchas medidas con alta impopularidad y niega problemas. No hace falta escuchar al ministro de Finanzas, Luis Caputo, afirmar que la economía argentina "está sólida", justo el día después de pedir auxilio financiero al FMI. O al ministro de Producción, Francisco Cabrera, pronosticar, tras la corrida financiera que hizo crujir al Gobierno, que "la crisis del dólar será historia en pocos días".
El negacionismo se ampara en una visión pospolítica que porta designios de una Argentina mejor. ¿La representación comunicacional de ese designio? "Haciendo lo que hay que hacer". Un juicio moral inapelable, dogmático. Nada que envidiarle al triunfalismo de "la década ganada". Incluso con sus respuestas comunicacionales (léase "políticas") el Gobierno empieza a darle vida a la excusa más trillada y frecuente, "gobierno bien pero comunico mal". Acaba de montar una nueva campaña. "Está pasando", se llama. Iluminismo que nos hace ver el problema: la difusión. Nunca adecuada y siempre poca. El problema descansa en la población que no conoce, no entiende, no valora, todo lo bueno del Gobierno. La comunicación es víctima, la victimaria es la política, y el pueblo, un sujeto desinformado.
Siempre Cambiemos tuvo un desafío que era darle vida a la exaltación de la celebración futura. Traducido: sus expectativas siempre fueron inmensas. Sus metas no son metas, son revoluciones y ese espíritu de epopeya permanece invariable. Pero ahora también quiere exaltar la celebración del presente, paradójicamente en el peor momento frente a la opinión pública y bajo la necesidad de dar buenas noticias.
Los grandes relatos políticos sirven para la construcción de sentido social y político para la existencia del consenso social. Aportan legitimidad.
Macri terceriza la construcción de su mito de gobierno en algunos medios", afirmé con preocupación a este diario al principio de la gestión de Cambiemos. Porque la tercerización de la línea discursiva no funciona en situaciones de incertidumbre. Ahí, la importancia del máximo poder político es asimétrica e irreemplazable para aportar certidumbres. Y ni hablar si parte de ese periodismo ya no habla tan bien de vos. Ya decía el boxeador Ringo Bonavena: "Cuando suena la campana, te sacan el banquito y uno se queda solo".
Un mito de gobierno depende imperiosamente de que exista coherencia entre la narrativa esbozada y las políticas públicas implementadas. El Gobierno tiene discursividades pero carece de un mito. El pack zen no funciona en situaciones de déficit de consenso y con carencia de grandes políticas legitimadas. Estudios cualitativos demuestran que, por cada valor positivo del Gobierno, le cabe uno negativo: a firmeza, insensibilidad; a sinceridad, aislamiento; a decisionismo, elitismo; a equipo, confusión.
Y las expectativas no pueden ser solo aspiracionales. La distancia entre la actualidad y la potencialidad nacional genera un espacio creativo, fértil, del que nunca deberíamos prescindir. Las voluntades, convicciones, emociones e ideologías nunca sobran, pero un mito de gobierno no entra en el campo del marketing político. Este se compone de técnicas que no sacian expectativas a largo plazo, porque estas requieren de políticas palpables. Lo dicen los informes de la encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública de la Universidad de San Andrés, la satisfacción con la marcha del país tiene un descenso constante desde septiembre pasado en todos los niveles socioeconómicos, pero más especialmente en la clase baja. Alerta roja.
Damián Fernández Pedemonte señalaba características del discurso macrista en su inicio: pluralismo de ideas, más fluidez con el periodismo, transparencia y convocatoria a otros sectores. Casi nada de eso se mantiene. La disidencia es un bien escaso. Solo hay disidencia focalizada en pocos socios de la coalición. Con la oposición hay cada vez más distancia y estigmatización mutua, aun con sectores que fueron parte de la necesitada gobernabilidad. Cambiemos ha dejado de ser el cambio. Y menos, el cambio pragmático.
El factor fastidio pesa y el clima político no permite más zozobras. La Argentina aparece entre los países de la región que exhiben altos niveles de escepticismo con la democracia, según el Pew Research Center. El horno no está para bollos y el discurso político oficialista deja hendijas para la agresión. Como oficialismo, deja correr a ciertas espadas que juegan ostentosamente a agredir o promover prejuicios gestando tribus. Pero eso no saca a la Argentina del escepticismo ni mejora la comunicación de un gobierno. Solo instala un cordón sanitario con el pasado; no recupera la credibilidad que el Gobierno está perdiendo.

Politólogo, director de la maestría en Comunicación Política, Universidad Austral

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