domingo, 30 de julio de 2023

AL MARGEN


El rol del kirchnerismo tras el 10 de diciembre

— por Pablo Mendelevich

En el medio de una treintena de seguidores que cantan con entusiasmo, Patricia Bullrich, sonriente, sigue el ritmo con el cuerpo. Solo abre la boca cuando llega el remate: “…Cristina”. La letra completa del jingle, con la melodía de la canción “Sobreviviendo”, de Víctor Heredia, dice: “Yo la quiero a Patricia de presidente / para que construyamos este presente / para que construyamos una Argentina / en la que estemos todos menos Cristina / Voto a Patricia”.
No es el típico video de campaña elaborado por una agencia de publicidad, sino un producto de factura telefónica. Fue grabado en Córdoba durante un evento destinado a recaudar fondos. Aunque poco importan los detalles. Bullrich hizo propio el contenido apenas el kirchnerismo empezó a sincronizar un contraataque feroz en las redes.
El ministro del Interior, Eduardo de Pedro, tuiteó: “En la Argentina que tenemos que construir tiene que haber lugar para todos y todas, incluso para vos”. Bullrich le respondió enseguida con otro tuit: “El único lugar en donde debería estar Cristina Kirchner es presa, cumpliendo su condena”.
Agustín Rossi interpretó la frase “todos menos Cristina” como un llamado al “exterminio”. Cecilia Moreau, como “el aniquilamiento de quien piensa distinto”. Entre muchos otros, Walter Correa, ministro de Trabajo bonaerense, asoció a Bullrich con el atentado de 2022 contra Cristina Kirchner, por no haberlo condenado. La legisladora Lucía Cámpora fue más lejos: repitió la falacia de que los integrantes de Pro financiaron el atentado. Si hubieran seguido hablando habrían explicado que el atacante Fernando Sabag Montiel, una especie de versión criolla de John Hinckley, el magnicida frustrado de Ronald Reagan, era en realidad Patricia Bullrich disfrazada.
Podría concederse, tal vez, que la idea de construir una Argentina sin un dirigente político determinado no suena de maravillas en un país con los antecedentes del nuestro. Primero, porque durante 17 años las Fuerzas Armadas dispusieron que el sistema político funcionara sin un líder –Perón– y con sus millones de seguidores fuera de juego, receta que además de antidemocrática les dio a sus promotores pésimos resultados. Y segundo, porque en los setenta el concepto de conseguir la eliminación física del contrario organizó la mayor tragedia de la historia argentina moderna.
Hubiera sido mejor, tal vez, una rima que hablara de Cristina Kirchner presa, por ejemplo, antes que anhelar un país en el que ella no esté, más allá de que selas mejante fantasía no sea exclusiva de los treinta entusiastas que grabaron el jingle.
¿Qué sería no estar? ¿Qué suerte correrían en esa presunta utopía sus seguidores, que hasta donde se sabe son uno de cada cuatro o cada cinco argentinos?
Pero mucho más abominable parece la interpretación forzada y capciosa que el peronismo-kirchnerismo hace del concepto de exclusión, pretendiendo equipararlo con eliminación, exterminación y hasta aniquilamiento. El aniquilamiento remite al verbo que utilizó en los célebres decretos de 1975 el gobierno peronista, casualmente, para validar órdenes a los militares de reprimir la subversión, detalle semántico que motivó memorables discusiones en el Juicio a las Juntas. Sostener que Patricia Bullrich o que toda la oposición quiere “aniquilar” a Cristina Kirchner hace todavía más absurdo el patrullaje de la democracia que se arrogan los autores de “Macri, basura, vos sos la dictadura”.
Para el kirchnerismo, instalador de la antinomia más importante del siglo XXI, la confrontación verbal extrema –que la contraparte retroalimenta– forma parte de una gimnasia que no desentona con su perfil iracundo y con su desafío intermitente a las reglas del sistema. De a ratos cercano al trotskismo (uno de esos ratos fue el de la violencia desplegada en Jujuy) el kirchnerismo promete radicalizarse rumbo a lo que avizora como un gobierno de “la derecha”, al que promete combatir sin contemplaciones por todos los métodos. Ese plan desdeña el trámite intermedio de las elecciones, lo que la mayoría decida y todo aquello que cuando funciona en favor propio es venerado como sacra soberanía popular.
En ese contexto se comprende que la permanencia de Cristina Kirchner en el escenario político no sea un factor de tranquilidad. Si bajo un gobierno propio y como segunda autoridad formal del país ella inspira la idea de prenderle fuego a una provincia opositora con la excusa de que se votó (hasta con apoyo peronista) una Constitución provincial que no es de su agrado, ¿qué debe esperarse de su actuación en el próximo turno si efectivamente triunfase la oposición y ella perdiera los pocos resortes supralegales que le quedan para atascar sus causas penales personales?
Horacio Rodríguez Larreta también plantea la exclusión de Cristina Kirchner cuando habla de hacer acuerdos “con el setenta por ciento”, una forma mucho más polite de decir todos menos Cristina. Lo que nadie termina de aclarar es el lugar que se le reserva en el esquema futuro a un kirchnerismo eventualmente radicalizado y marginal. Que, aun vencido en las urnas, seguiría estando.
Rodríguez Larreta también plantea la exclusión de Cristina cuando habla de hacer acuerdos “con el setenta por ciento”, una forma más polite de decir todos menos ella

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