lunes, 31 de julio de 2023

OPINIÓN


Ante la demagogia y el oportunismo, el espíritu crítico
Frente a una campaña electoral incierta, con turbulencias tanto en el oficialismo como en la oposición, la sociedad debe evitar el engaño
Damián Toschi Licenciado en Comunicación Social (UNLP)
Varios caudillos del pj lograron aplacar las disputas internas en sus provincias
Parte de la coyuntura política argentina puede explicarse con pocas palabras. En un artículo reciente publicado en el diario Perfil, titulado “Ilusión del neoliberalismo”, el sociólogo Eduardo Fidanza sostiene que la elección presidencial de este año coexistirá con la finalización del mandato de un gobierno peronista que no cumplió el rol atribuido a un movimiento popular.
En la misma línea, sectores del oficialismo consideran que, desde el inicio de la presidencia de Alberto Fernández, el kirchnerismo perdió densidad ideológica y representación social. Sin embargo, amalgamando pragmatismo y cálculo electoral, todos los dirigentes aspiran a retener el poder político estatal, desplegando para eso diferentes estrategias.
Al haber armado las listas de senadores y diputados para octubre, Cristina Kirchner pretende ostentar el control parlamentario ante un eventual rol de minoría en el futuro; Eduardo de Pedro y Máximo Kirchner, en tanto, serán los escuderos del mensaje cristinista, con críticas al Fondo Monetario Internacional (FMI) y la oposición.
Los gobernadores peronistas del interior del país cumplieron su objetivo de primer orden: separar los comicios provinciales de la elección nacional. En nombre de la unidad, varios lograron suprimir las disputas intestinas en los Estados subnacionales que conducen con prácticas de tipo feudal. Mientras tanto, algunos caudillos justicialistas esperan que el próximo jefe del peronismo pueda imitar a Néstor Kirchner ante Eduardo Duhalde. Saben que el poder no se comparte. También, que el relato de la traición política depende de quién cuenta la historia.
Sergio Massa, tal vez la figura electoralmente más competitiva de Unión por la Patria (UP) tras la retirada de la vicepresidente de la Nación, busca llegar al Sillón de Rivadavia desde el timón del Palacio de Hacienda. Esa ambición tiene obstáculos en apariencia insalvables: la inflación y la presión de los movimientos sociales; las demandas de sus aliados para captar votos a fuerza de consumo y gasto público; los requerimientos macroeconómicos de un FMI que, a cambio de devaluación monetaria y ajuste fiscal, puede prestar los dólares que el Estado necesita y no genera desde hace años.
En esta suerte de juego a tres bandas, el discurso del ministro y precandidato debe interpelar a una ciudadanía apática y descreída; un electorado que, con diferente intensidad según el distrito, recurre a la abstención como forma de canalizar su descontento con toda la dirigencia política. Ante esto, es factible que la retórica preelectoral persiga dos metas simultáneas: lograr cohesión intramuros y edificar una imagen de moderación que, a ojos de una persona despolitizada, constituya la contracara del modelo kirchnerista.
Así las cosas, mientras la política está en su fase agonal –de disputa por alcanzar o conservar el poder–, ciertos argumentos pretéritos recobran vigencia. El 20 de agosto de 2013,se publicó un artículo de Beatriz Sarlo sobre el líder del Frente Renovador. Allí, la ensayista apuntó: “Massa es un peronista pura cepa, no por sus ideas (que, hasta que los técnicos no vayan entregándole sus papers, son tan generales como una lista de buenos deseos), sino por la forma de juntar apoyos y, sobre todo, olvidar los currículums de quienes se le acercan. Éstos, a su vez, olvidan la parte incómoda de su pasado reciente”.
La realidad demuestra, de manera descarnada, que las cosas no cambiaron sustancialmente desde entonces. Aquella columna describió certeramente al precandidato del oficialismo. El título del texto fue una advertencia cívica que no ha perdido vigencia: “El peligro de la demagogia”.
Teniendo en cuenta la centralidad que hoy adquiere el ministro de Economía y candidato, y reconociendo que la conducta demagógica y oportunista es igualmente notable en otros actores del sistema político, la sociedad debe valerse del espíritu crítico, la memoria histórica y la participación democrática masiva para neutralizar así cualquier intento de manipulación electoralista.

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