miércoles, 9 de mayo de 2018

ENTREVISTA A MARIO VARGAS LLOSA

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Mario Vargas Llosa aparece en un amplio salón del hotel Alvear de impecable traje azul grisáceo. Sabe que tiene por delante una larga jornada de entrevistas con distintos medios y se entrega cordialmente a la esgrima de la conversación. Su vitalidad contradice el calendario: a los 82 años escribe columnas, viaja por el mundo, brinda conferencias y publica con regularidad.
El único Nobel peruano y único sobreviviente del boom que colocó a la literatura latinoamericana en el mapa mundial llegó nuevamente a la Argentina, esta vez, para presentar La llamada de la tribu (Alfaguara), una autobiografía intelectual que traza el camino que lo llevó del marxismo y el existencialismo sartreano al liberalismo y la revalorización de la democracia. En su caso, como en otros de su generación, lo ocurrido en Cuba significó "un antes y un después ideológico". Vargas Llosa se refiere al ciclo de la ilusión y el desencanto de la Revolución cubana y el régimen castrista, que se eternizó en la isla.
Hoy, aunque está en las antípodas ideológicas de Sartre -ese faro intelectual de las izquierdas durante buena parte del siglo XX y al que leyó con devoción-, Vargas Llosa comparte con él la idea del intelectual comprometido con los debates de la época. "Un escritor no puede dar la espalda al mundo en el que vive y a la sociedad de la que forma parte. En eso me sigo sintiendo sartreano. Como decía Sartre, hay cierta complicidad con lo que anda mal si uno se abstiene de criticarlo".
Por eso, en todos estos años, Vargas Llosa denunció internacionalmente "las dictaduras de Cuba y Venezuela", los "desvaríos populistas de Chávez y Maduro" y el "hechizo" que Venezuela produjo en el kirchnerismo, y apoyó públicamente al presidente chileno Sebastián Piñera y a Mauricio Macri. A dos años del cambio de gobierno en la Argentina, el escritor dice que el país ha comenzado a recuperar "prestigio y personalidad internacional" y aunque le gustaría que las reformas y la baja del gasto público fueran más rápidas, elogia "la prudencia" del gobierno porque cualquier medida drástica puede desencadenar "una especie de tempestad".
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Ahora, en los nodos de esa cartografía personal que es La llamada de la tribu se asoman los nombres de Adam Smith, José Ortega y Gasset, Karl Popper, Isaiah Berlin, Raymond Aron, Friedrich von Hayek y Jean François Revel. "Una de las razones por las que he escrito este libro es para tratar de mostrar lo que verdaderamente es el liberalismo y lo que ha representado a lo largo de la historia. Las reformas más importantes que ha hecho la democracia son reformas de tipo liberal: los derechos humanos, la igualdad de género, la defensa de la igualdad de oportunidades, todas esas son reformas promovidas muchas veces por el liberalismo. La verdadera cara del liberalismo no tiene nada que ver con el conservadurismo", explica.
El escritor había buceado en las aguas de la biografía y las memorias con El pez en el agua (1993), donde aborda sus años en Lima, sus amores, su partida a Europa y el descubrimiento de su vocación literaria, pero también sus desventuras políticas como candidato a presidente del Perú y su derrota ante Alberto Fujimori, que volvió a la primera plana de los diarios por el indulto que le otorgó Pedro Pablo Kuczynski (que luego se vio obligado a renunciar a la presidencia). Su país hoy cuenta con una larga lista de ex presidentes procesados, condenados o prófugos de la Justicia, envueltos en el escándalo de los sobornos de Odebrecht, el consorcio brasileño. "Algún día le tendremos que construir un monumento a Odebrecht, porque nadie ha contribuido tanto en sacar a la luz la corrupción atroz que había en América Latina como Odebrecht".
Se puede ver en su reciente libro un homenaje y también un gesto de gratitud personal. ¿Esa fue la intención?
-Sí, absolutamente. Estos autores me ayudaron muchísimo a ver claro en un período de gran confusión. Yo había roto con el marxismo, con la extrema izquierda y ya había comenzado a revalorizar la democracia. En esos años me sentía como los curas que cuelgan la sotana y vuelven a la vida laica, y pasan un período de adaptación muy difícil. Ese fue mi caso. Y estos autores me ayudaron en ese período de inseguridad y de indecisión doctrinaria e ideológica que fue, para mí, fundamentalmente intelectual.
¿Y en lo personal fue doloroso? Hubo amigos de los que se alejó.
-Sí, claro, recibí muchas críticas a la manera latinoamericana, feroces, calumniosas. Fue un período difícil que agradezco haber pasado.
¿El clivaje fue Cuba y el caso Padilla o hubo algo más?
-Fue básicamente la experiencia cubana. Yo viajé varias veces a Cuba en los años 60 porque formaba parte del comité del Premio Casa de las Américas. Y entonces hubo un proceso de desencanto que se agrava mucho con la experiencia de las UMAP (las Unidades Militares de Apoyo a la Producción), que era un eufemismo para los campos de concentración que se crearon y en los que la Revolución metió, mezclados, a revolucionarios, delincuentes comunes y homosexuales. A mí me afectó mucho sobre todo el caso del grupo El Puente, integrado por jóvenes escritores, músicos, pintores, bailarines y bailarinas que eran sobre todo chicos y chicas muy identificados con la Revolución y que fueron enviados a estos campos de concentración. Hubo suicidios entre ellos. Fue la primera crisis que yo tuve en Cuba. Recuerdo que le escribí una carta privada a Fidel Castro y desde entonces fui tomando mucha distancia crítica con la Revolución, hasta el caso Padilla, poeta y viceministro de comercio exterior, acusado de ser agente de la CIA. Eso significó mi ruptura con Cuba y la ruptura de muchos intelectuales comunistas que habíamos apoyado la Revolución con entusiasmo.
¿Considera que las intervenciones públicas y políticas son parte del rol del intelectual?
-Creo que sí. En eso sigo siendo sartreano: esta idea de Sartre de que un escritor no solo debe comprometerse con su tiempo por razones morales, sino también porque no puede hacer otra cosa. Un escritor no puede cortarse del resto de la sociedad ni ignorar los problemas sociales que, también, directa o indirectamente afectan su vida. Creo que el escritor no solo tiene una responsabilidad con la lengua, su vocación o su trabajo literario, sino también una responsabilidad cívica y que algo debe hacer. No puede dar la espalda al mundo en el que vive y a la sociedad de la que forma parte. Como decía Sartre, hay una cierta complicidad con lo que anda mal si uno se abstiene de criticarla.
En su caso hubo una doble condición, la de observador y actor. Y en un momento da el salto a la política con su candidatura a la presidencia del Perú. ¿Cómo ve, con la perspectiva del tiempo, su incursión en las aguas de la política?
-Es cierto, nunca dejé de ser actor, siendo para mí la literatura mi verdadera vocación. No es la política mi vocación. Nunca pensé en ser candidato. Fue una situación determinada que me fue empujando a algo que nunca soñé ni quise. No lamento la experiencia, aunque fue muy dramática porque fue una época muy violenta en el Perú. Fue una manera de conocer no solamente el país sino la política, y saber a qué extremos puede llegar la política en ciertas condiciones de violencia y paroxismo social. Encabecé un movimiento para parar la nacionalización de la banca que pretendía Alan García y después hubo presión para que eso se transformara en una candidatura. No me arrepiento, pero no la repetiría jamás.
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- Kuczynski, Ollanta Humala, Alejandro Toledo y Alan García están involucrados en el escándalo Odebrecht ¿Cómo ve lo que está pasando en su país?
-Creo que lo ocurrido ha mostrado cuán profunda había llegado a ser la corrupción no solo en Perú sino en buena parte de América Latina, ¿no es cierto? Algún día le tendremos que construir un monumento a Odebrecht porque nadie ha contribuido tanto en sacar a la luz la corrupción atroz que había en América Latina como Odebrecht. Es bueno saber que eso somos también. Lo que está pasando en Brasil es fascinante porque creo que es la primera vez que hay una movilización popular realmente gigantesca contra la corrupción, pidiendo no la revolución socialista sino la regeneración de la democracia, una democracia de verdad, honesta, en la que los jueces manden a la cárcel a los ladrones. Si esto tiene éxito en Brasil, creo que el efecto en América Latina será enorme.
El fujimorismo acaba de dar una muestra de control de la agenda política en Perú: logró la liberación de Alberto Fujimori y contribuyó decisivamente en forzar la renuncia de Kuczynski. ¿Por qué sigue siendo tan fuerte esta influencia?
-Fujimori fue un dictador, fue un ladrón, un asesino.
Y es, también, el único que hoy está libre.
-Está libre porque Kuscinski nos traicionó: traicionó a todos los que votamos por él. Yo lo apoyé de una manera abierta y muy convencida. Lo conocía desde hace muchísimos años y probablemente haya pocas personas en Perú que estén tan bien preparadas y formadas para hacer un excelente gobierno. Su gestión en el Ministerio de Economía había dado muy buenos resultados y por eso todos creíamos que iba a ser un gran presidente. Y fue un desastre verdaderamente. Sobre todo porque traicionó a los que votaron: él sube a la presidencia prometiendo que no va a indultar a Fujimori. La izquierda entera vota por él por esa promesa. Y en el momento en el que se ve más o menos acorralado negocia con Fujimori y promete indultarlo. Ha sido algo sucio y feo que no le sirvió de nada. Al final terminó expulsado del gobierno y tuvo que renunciar.
¿Cree que Keiko Fujimori u otro candidato de esa corriente puede acceder a la presidencia?
-Tengo la impresión de que el fujimorismo todavía tiene el control en el Parlamento y no ha hecho más que tumbar ministros y obstaculizar toda forma de gobierno eficiente, pero mi esperanza es que no gane el próximo gobierno. Sería terrible porque sería la reivindicación de una dictadura corrompida y violenta en el Perú. Y eso que hemos tenido dictaduras en nuestro país.
Vargas Llosa vino a participar de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires; esta vez, sin polémicas ni vetos como los lanzados en tiempos del kirchnerismo por Horacio González, en ese entonces director de la Biblioteca Nacional, y un grupo de intelectuales nucleados en Carta Abierta. "Me apenó muchísimo que un grupo importante de intelectuales, que son muy conscientes de la importancia de la libertad, no me permitieran hablar. Es una actitud sectaria, dogmática, y me sorprende mucho que eso haya pasado en un país una vida intelectual tan rica como la de la Argentina. Nadie es tan consciente, o debería serlo, de la importancia de la libertad, de la discrepancia, del diálogo, como los intelectuales".
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Vargas Llosa se muestra encantado con el actual gobierno y ha dicho públicamente que si fuera argentino hubiera votado por Macri. "Sí, sin duda lo hubiera votado -dice-. Lo que está ocurriendo en la Argentina es lo que hacía falta para que el país dejara de caer en esa demagogia que lo había convertido en un país apestado internacionalmente. Creo que la Argentina, desde la asunción del nuevo gobierno, ha recuperado reconocimiento internacional. Ahora el Gobierno no puede bajar el gasto público sin levantar una especie de tempestad y lo está haciendo de una manera más prudente. Pero las reformas están en marcha clarísimamente y desde afuera se ve cómo la Argentina ha ido recuperando un prestigio. Se ha reintegrado a la comunidad internacional, sobre todo desde el punto de vista financiero".
¿Por qué cree que el liberalismo tiene mala prensa?
-Porque todas las doctrinas totalitarias han entendido siempre muy claramente que su peor enemigo es el liberalismo democrático, que el liberalismo es el peor enemigo de la demagogia, del autoritarismo, del populismo, del totalitarismo. Entonces su respuesta ha sido tergiversar, caricaturizar, hasta identificar el liberalismo con una ideología reaccionaria, conservadora, que defiende el statu quo, algo que es la negación de lo que representa verdaderamente el liberalismo. Las reformas más importantes que ha hecho la democracia son reformas de tipo liberal: los derechos humanos, la igualdad de género, la defensa de la igualdad de oportunidades, todas esas reformas fueron promovidas muchas veces por el liberalismo.
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Quizás algunos que se autodenominan liberales han profanado al liberalismo en su nombre.
-Sin ninguna duda. Creo que ha habido sobre todo una deformación en el mundo de la economía con gentes que defendían el mercado como la panacea para resolver todos los problemas, algo que yo creo ningún liberal, ni los liberales más extremistas como Von Hayek, han defendido jamás. Y además es clarísimo que eso no es así, que liberalismo también significa tolerancia, respeto del adversario y el convencimiento de que no hay verdades absolutas. El liberalismo, por el contrario, siempre ha aceptado la posibilidad del error. Nada reduce tanto la violencia como el admitir esa posibilidad de error en el campo propio y la posibilidad del acierto en el campo del adversario.
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El vaso de agua que solicitó permanecerá intacto los cuarenta minutos de conversación con la nacion, y sobre el final de la charla se asoma nuevamente El pez en el agua, la biografía en la que escribe, también, sobre la traumática relación con su padre. Vargas Llosa se presta a un posible diálogo imaginario con Ernesto Vargas Maldonado, el padre con el que nunca pudo construir una intimidad. ¿Qué cree que le diría hoy Ernesto Vargas al autor de biblias de la literatura hispana como La ciudad y los perros,Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras y La casa verde? Por primera vez, desde el inicio de la conversación, el constructor de mundos imaginarios se toma unos segundos para responder y admite que le cuesta imaginar esa escena. "La comunicación con mi padre no existió nunca -dice-. Nunca pudimos comunicarnos. Hablábamos desde posturas absolutamente negadas. Me cuesta muchísimo pensar que podría haber un diálogo amistoso. Nunca llegamos a acercarnos y no consigo realmente imaginarme una especie de reencuentro en un medio camino".

ENTREVISTÓ
Astrid Pikielny

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