martes, 8 de mayo de 2018

LECTURA MUY RECOMENDADA


La llamada de la tribu, de Mario Vargas Llosa: el liberalismo, una actitud ante la vida y la sociedad
Decía José G. Merquior que, siendo el liberalismo "un fenómeno histórico múltiple", mal podría verse reducido a una definición abstracta. Describirlo, en cambio, a la luz de sus diferentes manifestaciones resultaba, para el recordado pensador brasileño, un ejercicio más efectivo y prudente. Por su parte, Hugh Brogan, erudito biógrafo de Tocqueville, sostuvo que el liberalismo "es como una cabra con una digestión excepcionalmente poderosa, que puede absorber casi todo dentro de sí, aun la crítica más mordaz". De ahí su condición paradójica: un credo con libros y autores consagrados, pero sin una definición aceptada universalmente.

Quizá uno de los tantos méritos del liberalismo de Mario Vargas Llosa consista en el hecho de haberse gestado, precisamente, en la conciencia de esa variedad de corrientes y matices y en la convicción, también, de que más allá de sus implicaciones políticas o económicas el liberalismo es sobre todo "una actitud ante la vida y ante la sociedad, fundada en la tolerancia y el respeto, en el amor por la cultura, en una voluntad de coexistencia con el otro, con los otros, y en una defensa firme de la libertad como valor supremo".
Esta gestación, ciertamente, no se produjo de la mañana a la noche. Requirió, por lo pronto, del alejamiento de una juventud "impregnada de marxismo y existencialismo sartreano" y de la consecuente peregrinación a otras fuentes, iniciada mientras su autor daba cima a su sexta y magistral novela, La guerra del fin del mundo (1981). Primero fueron las lecturas de Karl Popper, Friedrich Hayek e Isaiah Berlin, a las que se irían sumando otros nombres que completarán una suerte de itinerario formativo, a saber: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Raymond Aron y Jean-François Revel. He ahí los siete autores que moldearon el liberalismo de madurez de Vargas Llosa y a los que está dedicado su nuevo libro, La llamada de la tribu.
El desencanto con la revolución cubana, que antes considerara como "una aventura heroica y generosa", expresión de un socialismo no sectario, incidió sin duda en ese cambio de rumbo. Pero, según cuenta Vargas Llosa, un viaje a la Unión Soviética realizado en 1968 resultó todavía más determinante: "Allí descubrí que, si yo hubiera sido ruso, habría sido en ese país un disidente (es decir, un paria) o habría estado pudriéndome en el Gulag". De ahí en más, un proceso de paulatina revisión lo llevará a difundir los valores del liberalismo a lo largo de una infinidad de artículos y ensayos destinados a importunar a más de un poderoso de turno y a esos profetas de la salvación aquí en la tierra que la pluma incisiva de Aron ya había logrado de desenmascarar.
Los sucesivos capítulos de La llamada de la tribu eluden cualquier estereotipo de los que suelen abundar en torno a los grandes autores. Adam Smith resulta quizá un caso emblemático y Vargas Llosa no escatima argumentos para rescatar algunos rasgos deliberadamente olvidados de su monumental obra. Por ejemplo, su sensibilidad al horror de la pobreza, su defensa del papel activo del gobierno en materia de obras públicas y educación, sus críticas a los empresarios de tu tiempo, sin olvidar las bellas páginas dedicadas, en la sexta edición del Tratado de los sentimientos morales, a la naturaleza de la virtud.
El capítulo sobre Ortega y Gasset goza de un atractivo parecido, en la medida en que hace justicia a quien Vargas Llosa considera como "el pensador de mayor irradiación y coherencia que ha dado España en toda su historia a la cultura laica y democrática". Su inmejorable prosa, su capacidad para poner al alcance de un público no especializado los grandes problemas de la filosofía, su europeísmo, su rechazo al nacionalismo y a lo que Ortega llamaba la "socialización del hombre" (léase, la disolución del individuo en la comunidad), son algunos de los aspectos destacados que ofrecen de suyo una respuesta a cualquiera que se pregunte por la vigencia del gran pensador español en nuestro tiempo.
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Pero es en su semblanza de Popper donde probablemente se reconozca mejor ese liberalismo entendido como actitud ante la vida y la sociedad que Vargas Llosa hizo propio tras su ruptura con el marxismo. Al reseñar los puntos centrales de la filosofía política y la epistemología del maestro vienés, Vargas Llosa escribe: "En el gran bosque de desaciertos y de engaños, de insuficiencias y espejismos por el que discurrimos, la única posibilidad de que la verdad se vaya desbrozando un camino es el ejercicio de la crítica racional y sistemática a todo lo que es -o simula ser- conocimiento. Sin esa expresión privilegiada de la libertad, el derecho de crítica, el hombre se condena a la opresión y a la brutalidad y, también, al oscurantismo".
Esta convicción, podría decirse, es la que preside también los capítulos sobre Hayek, Aron, Berlin y Revel, en cuyas obras esa crítica racional, la originalidad intelectual y el afán de comprensión se dieron cita para afrontar los temores comunes que los acechaban y las grandes batallas ideológicas que los tuvo como protagonistas. Como su admirado Berlin, Vargas Llosa reivindica el pluralismo como necesidad práctica de supervivencia: "La única garantía que tenemos de que el error, si se entroniza, no cause demasiados estragos". De ahí su preferencia por la imagen del zorro, para quien el mundo es una compleja diversidad, frente a la visión totalizante del erizo que, en su búsqueda de una explicación última del mundo, no deja espacio para el azar.
En un discurso pronunciado al recibir el Irving Kirstol Award (2005), Vargas Llosa lamentó que, pese a algunas excepciones, el liberalismo continuara siendo "una mala palabra de la que todo latinoamericano políticamente correcto tiene la obligación de abominar". No se ha hecho lo suficiente para borrar ese estigma. Sin embargo, La llamada de la tribu puede contribuir no poco a abrir los ojos de quienes, en esa guerra de las palabras en la que a veces parecemos deleitarnos, condenan sin más al liberalismo desde el mero desconocimiento o, lo que es peor, desde la tergiversación de su historia y de sus héroes.

E. A.

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