martes, 8 de mayo de 2018

TECNOLOGÍA; NOVEDADES


Experiencia de usuario, o cuando no tenemos la culpa
Una prueba con el nuevo Gmail y algunas lecciones sobre las curvas de aprendizaje. En la imagen, un ejemplo del Modo Confidencial que lanzará Google para su correo electrónico
Una prueba con el nuevo Gmail y algunas lecciones sobre las curvas de aprendizaje. En la imagen, un ejemplo del Modo Confidencial que lanzará Google para su correo electrónico
Google acaba de cambiarle la fachada a Gmail y sumó algunas funciones interesantes. Por ejemplo, el Modo Confidencial. La estética y el tener a mano Calendar están muy bien. Pero el Modo Confidencial me preocupa. Quiero decir, es una buena idea, pero la implementación me preocupa por al menos dos motivos.
El primero es que envía un mail con un link, bajo la forma de un botón (ver imagen). ¿Les suena? Exacto, es el mismo mecanismo que usa el phishing. Con algún pretexto, con alguna carnada, nos conduce a un sitio malicioso. Vamos, le he dedicado mi último libro a estas trampas. ¿Seguro ese link va a abrir un mensaje legítimo? No sé si se dieron cuenta, pero los chicos malos son sumamente creativos para tramar sus engaños.
El segundo motivo es todavía más serio: reduce el grado de alarma que debería despertarnos el recibir un link por correo. Ese grado debería ser siempre extremadamente alto. Si alguien no pone en el cuerpo del mensaje lo que nos quiere decir y, en cambio, nos redirige a (Dios sabe dónde) mediante un link, entonces es altamente probable que sea una trampa.
Me dicen desde Google que todavía están haciéndole los últimos retoques para que los usuarios tengan claro que no se trata de phishing. Serán unos cuantos retoques, porque el mensaje de prueba en Modo Confidencial que me enviaron encendió todas las alarmas en mi tablero mental. Veremos.
Y el banco también
El nuevo Gmail tiene un poco de Inbox, un proyecto de Google para renovar el correo electrónico que la compañía lanzó en 2014, de la que fui muy crítico y que terminó pasando al olvido. Pero, por fortuna, el nuevo Gmail sigue siendo el Gmail de siempre. Es visualmente más atractivo. O, más bien, descansado. Siempre fue algo frío e impersonal, y aunque a algunos esto no les gusta, a mí me parece adecuado. Desde mi punto de vista, el mail es una herramienta, así que sólo tiene que ser funcional, práctica y confiable. De otro modo es como pedirle a una llave inglesa que sea menos impersonal. No me interesa eso. Pero, como siempre ocurre con estos asuntos, las opiniones están divididas.
En todo caso, las nuevas funciones del servicio de correo de Google van mucho más allá de esto y, dentro de un tiempo, como de costumbre, haré una reseña más completa.
Pero no fue sólo Gmail el que cambió de fachada recientemente. También lo hizo el sitio Web de uno de los bancos con los que opero. Mi primera reacción fue: "Esto es una porquería". Uno o dos meses después, para mi sorpresa, cambié diametralmente de opinión y ni loco volvería a la versión anterior. Situación que no es nueva, que los diseñadores de interfaces de usuario conocen bien y que, no obstante me dejó varias lecciones.
Todo de nuevo
He experimentado esta extraña dualidad durante todos los años en los que vengo tratando con computadoras. Se produce el mismo efecto cuando un alma caritativa decide poner un poco de orden en mi alquímica cocina. Al principio es puro desconcierto. Luego, cuando tomamos coraje y decidimos que hay que ponerse a cocinar (o a pagar cuentas), entra en escena un nuevo fenómeno. Se lo podría llamar No encuentro nada. En otros casos suele traducirse por un igualmente angustioso No entiendo nada.
La curva de aprendizaje es normal con cualquier interfaz nueva. Nos pasa cuando cambiamos de auto (durante varias semanas seguimos buscando la baliza o el levantavidrios donde estaban en nuestro coche anterior). Las curvas de aprendizaje pueden ser más o menos escarpadas, pero deben cumplir ciertas reglas. Por ejemplo, la posición del volante y la forma de usarlo no han cambiado desde el Ford T para acá. Las cocinas tienen hornallas en la parte superior. Podríamos controlarlas por voz, pero por cuestiones obvias las hornallas siempre van a estar en la parte superior.
Con las computadoras no podemos darnos estos lujos. Hay ciertas convenciones, es cierto, pero los cambios pueden llegar a ser muy radicales. Fue lo que ocurrió cuando pasamos del DOS a las ventanas del rudimentario Windows 3.1. Una computadora con DOS (o mucho antes, un Unix antes de X Window) mostraba una pantalla negra con un cursor que titilaba a la derecha del símbolo del sistema. Muy poco amigable. Pero nos habíamos acostumbrado. Tipeábamos un comando, apretábamos Enter y se ejecutaba un programa o una función del sistema. Cuando todo eso se convirtió en íconos y carpetas fue un shock. ¿No era más simple antes, cuando sólo teníamos que escribir una orden y apretar Enter?
Sí y no. Aún cuando muchos todavía echamos mano de lo que en Windows se llamaintérprete de comandos (porque no, no podían encontrar algo menos hermético) y en Linux se conoce como emulador de terminal o terminal a secas (palabra heredada de las antiguas terminales de computadora), ninguno de nosotros, ni los más curtidos, volvería a usar un dispositivo que sólo mostrase una pantalla negra, el símbolo del sistema y un cursor. Somos visuales y las interfaces gráficas resultan mucho más prácticas. Incluso los colores ayudan.
Además, hoy es normal que usemos media docena de programas simultáneamente; 30 años atrás sólo podíamos hacer una cosa por vez.
Pero en su momento hubo resistencia. No porque sí. Al revés que en otros dispositivos, las interfaces informáticas pueden experimentar cambios paradigmáticos. Eso significa que tenés que aprender prácticamente todo de nuevo. Para que una curva de aprendizaje tan impiadosa funcione, tiene que proporcionar, en un plazo más o menos breve, ventajas sustanciales. Para vencer aquello de "mejor malo conocido que bueno por conocer".
Contraejemplo de esto es la cinta que Microsoft incorporó a Office en 2007. Rompía por completo el paradigma de los comandos organizados en menús (que el 99% de las aplicaciones sigue usando hoy, incluso en los smartphones) e incorporaba complicaciones por completo innecesarias. Este cambio, que tenía sentido en programas mucho más complicados que un procesador de texto o una planilla de cálculo, sólo causó trastorno (excepto, tal vez, para los que arrancaron con Office 2007). Es más, las herramientas de diseño 3D, por citar un ejemplo, aún cuando son rematadamente densas y suelen usar alguna clase de cinta o equivalente, conservan la barra de menús.
Una de las interfaces más endemoniadas que conocí fue la de las primeras versiones públicas de Blender. No se parecía a nada que hubiera visto antes y realmente exigía estudiar a fondo los procedimientos. Pero una vez que le tomabas la mano podías diseñar en 3D a la velocidad del rayo.
Eat your own dog food
Los expertos en experiencia de usuario (UX, en la jerga) lo saben bien: hay que practicar un poco aquello de "comer tu propia comida" ( eat your own dog food, en inglés). Muchas interfaces están diseñadas, quizá con la mejor de las intenciones, por alguien que nunca hizo el tipo de tarea para la que sirve la aplicación, ni tampoco usó el programa en condiciones reales de producción (o de cliente, en el caso de un banco). Los usuarios lo sospechan a los 15 segundos. Algo no está bien. Antes ejecutaban una función con un atajo de teclado. Ahora necesitan 3 clics. Antes invertían dos minutos en una transferencia. Ahora son ocho.
Naturalmente, la UX va mucho más allá del diseño de la interfaz, pero si el usuario se siente frustrado sistemáticamente al interactuar con un programa o un sitio Web, entonces todo el resto de los componentes de esa experiencia naufragan.
El diseño de interfaces y de UX es una de los rincones menos visibles de la computación personal, pero es también uno de los más críticos. Lo vivimos a diario y solemos culparnos por nuestra ignorancia en cuestiones informáticas. No es así. Todos experimentamos las curvas de aprendizaje con cierto grado de zozobra en la Web o en el software. Es importante darse unos días para incorporar los nuevos métodos. Pero es igualmente importante aceptar que si luego de varias semanas seguimos extraviados, definitivamente la culpa no es nuestra.

A. T.

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