lunes, 14 de mayo de 2018

LOS SUEÑOS, SUEÑOS SON

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Después de una intensa jornada de trabajo en la oficina, cae la noche y Juan llega a su casa. Exhausto por el esfuerzo del día, come una cena liviana y, mientras experimenta un cansancio profundo, lo invade una sensación de desazón. Este fue un día común, otro más en el que no sucedió nada fuera de lo ordinario. El mejor momento del día fue cuando se cruzó a María en el pasillo que lleva a las oficinas del fondo. Fue el único instante en que su corazón latió con fuerza. Pero, como sucede a diario, ella ni lo miró. Nunca lo ve. Así es la vida de Juan: una agobiante rutina donde cada día se parece al anterior, sin emociones ni sorpresas. “Mañana será igual”- piensa mientras el agotamiento lo vence. Y de repente… ¡sucede!
El edificio de la oficina está en llamas. María está sola, atrapada en la terraza. Juan mira la desesperante escena desde la vereda sin saber que hacer. “Si tan solo pudiera llegar hasta ella”- piensa mientras descubre que, extrañamente, lleva puesta una capa roja. “¿Será que podré volar?”- se pregunta, y despega directo hacia la azotea. Se posa suavemente a su lado y mientras las llamas los acorralan ella, por primera vez, lo ve. Lo invita a acercarse. Quiere besarlo. Y en ese instante… suena el despertador.
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De todas las rarezas y misterios que tiene nuestra cotidianeidad, quizás no haya uno más grande que lo que sucede en nuestra mente cuando dormimos. Unas cinco a siete veces cada noche construimos mundos asombrosos, llenos de creatividad, donde todas las reglas pueden romperse y nuestros mayores miedos y deseos realizarse. Y en el 90% de los casos apenas despertamos olvidamos todo acerca de esas fantásticas historias que montamos. Pero, ¿por qué pasa eso? ¿Por qué soñamos?
Si bien existen teorías variadas, múltiples investigaciones muestran que soñar juega un rol clave en la memorización y el aprendizaje. En un interesante experimento desarrollado en la Universidad de Harvard asignaron a un grupo de voluntarios a navegar en una computadora un complejo laberinto. Luego a la mitad les pidieron que reflexionaran durante algunas horas sobre la tarea realizada y cómo podían hacerla mejor. A la otra mitad les propusieron que durmieran una siesta. Seis horas después les pidieron que navegaran el laberinto nuevamente. Aquellos individuos que durante el descanso soñaron con el laberinto tuvieron una mejora notable, muy por encima de los que pensaron en el tema o durmieron pero no soñaron con eso.
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El pensamiento onírico, menos lógico y estructurado, permite también en ocasiones encontrar la solución a problemas que no fuimos capaces de resolver durante la vigilia. Eso convierte a los sueños en una herramienta poderosa para enfrentar dificultades y aprender. Si tan solo pudiéramos controlar el contenido y soñar con lo que queremos o necesitamos…
Eso es lo que intenta realizar la Dra. Deirdre Barrett, de la Escuela de Medicina de Harvard. Para lograrlo se vale de dos herramientas: por un lado, los sueños se nutren generalmente de cosas que realmente suceden en el día. Por ello, dedicar tiempo despierto a pensar o hacer cosas relacionadas al sueño que quieras tener es una parte clave. Por otro lado, nuestra mente tiene la capacidad de incorporar estímulos externos leves como sonidos en la trama de los sueños para evitar despertarnos. Usando los estímulos correctos Barrett apuesta a ayudarnos a dirigir el sueño en la dirección que queramos.
Y ya que estamos en eso, podemos soñar entonces con que llegue el día en que la mejor manera de aprender más y solucionar nuestros problemas sea simplemente… ¡irse a dormir!
S. B. 

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