lunes, 29 de febrero de 2016

HISTORIAS DE VIDA


Encontró la paz como médico de las comunidades wichi


"Siento que estoy cumpliendo el sueño del pibe", asegura convencido Rodolfo Franco a sus 65 años desde Misión Chaqueña, en Salta, durante sus horas de receso laboral en la salita sanitaria donde atiende a los habitantes de esta comunidad wichi. Allí trabaja cuidando la salud de quienes se acercan. "Soy el único médico del lugar y tengo 2800 personas que dependen de mí", dice este hombre cuya vida dio un giro inesperado cuando, hace cuatro años, falleció quien era su mujer. Dejó atrás su empleo y su casa en San Fernando, Buenos Aires, para hacer lo que deseaba desde que tenía 7 años: mudarse al interior y ayudar a los pueblos originarios.
"Fue muy mágico cómo se dieron las cosas, es como si estuviera recorriendo un destino que tenía marcado", reflexiona Rodolfo y cuenta que, cuando era chico, un día su abuela le mostró una nota periodística sobre Albert Schweitzer, un médico alemán que ganó el Premio Nobel de la Paz por su valioso trabajo con las poblaciones marginadas de África. Entonces, Rodolfo le dijo que cuando fuera grande él quería hacer lo mismo en el continente africano. Sin embargo, ella le respondió: "No hace falta que vayas tan lejos, acá en la Argentina también tenemos personas que viven en la pobreza y necesitan ayuda". Hoy, varios años más tarde, él sigue sus consejos.


Rodolfo conoció Misión Chaqueña por primera vez a través de la organización Kajtus, que lo invitó a sumarse durante sus vacaciones para compartir la vida cotidiana con familias de la comunidad wichi. Así se acercó a la cultura de sus habitantes, realizó paseos por el monte, compartió sus comidas y conversó con ellos alrededor de los fogones. Tiempo después, cuando quedó viudo, recordó que en uno de los viajes le habían comentado que necesitaban un médico y, con una dosis de broma y otra de verdad, lo habían desafiado: ¿por qué no te quedás?
"Es como si te llamaran a jugar a la primera de Boca, no lo pensás dos veces, te ponés los cortos y vas. La decisión para mí fue rápida", dice este hombre que además volvió a enamorarse y se casó con Anastasia, una mujer de la comunidad wichi con quien actualmente comparte su casa, donde vive con cuatro de sus seis hijos. Trabaja ocho horas por día en la salita y pone su máximo esfuerzo para mejorar la realidad de esta comunidad.
Choque de culturas 


"La gente que atiendo es muy pobre, a veces no tenemos agua y a veces sí. Hay dificultades de todo tipo. Al que viene lo recibo aunque no tenga turno. Creo que mi presencia ayuda porque los médicos del hospital más cercano -que queda a 50 kilómetros- muchas veces tratan a los wichis como si fueran números. Yo intento amortiguar ese choque de culturas entre los blancos y los aborígenes, conversando en un lenguaje sencillo y claro, y explicándoles mejor las cosas. Porque si el médico les habla de una forma difícil de comprender, los deja descolocados", apunta Rodolfo.
Finalmente confiesa: "En este lugar hay gente buena y lo que más valoro de la cultura wichi es su calma. Desde que estoy acá se mejoraron la diabetes y la presión que padecía, hago una vida más sana. Estoy tan seguro de que mi destino tiene que ser junto a los pueblos originarios que cuando algún amigo me pregunta qué hago tan lejos, yo le contesto que mi vida ahora está acá".

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