viernes, 26 de febrero de 2016

JOHN CARLÍN ¿LO CONOCÉS? VALE LA ENTREVISTA


John Carlin: "Hoy no hay líderes con la habilidad política de Mandela"

Tan célebre por sus biografías del líder sudafricano como por la irreverencia de muchas de sus opiniones, el periodista británico volvió a la escena local desde que Macri recomendó uno de sus libros


Antes de llegar a Sudáfrica a finales de los años ochenta como corresponsal del diario The Independent, antes de ver el ocaso del apartheid y la excarcelación de Nelson Mandela y convertirse en el periodista que lo siguió a lo largo de veinte años (logró un bestseller internacional con su libro La sonrisa de Mandela, recientemente reeditado en Argentina por Debate), antes de todo eso, John Carlin fue fan del lateral derecho de Excursionistas. 'Desde los tres años hasta los diez (entre 1959 y 1966) Carlin vivió en la calle Virrey del Pino, en Barrancas de Belgrano. Su padre, James, era secretario y agregado laboral de la embajada británica en Buenos Aires. Como el matrimonio Carlin -española, ella- pasaba bastante tiempo en cócteles diplomáticos, John compartía vereda con Alfredo y Benjamina, el portero del edificio y su esposa. Su hijo, José Manuel, era el lateral derecho de Excursionistas.

"Ese tipo era mi héroe. Me llevaba a la cancha, lo veía jugar y luego me llevaba a casa."

La familia volvió a Londres, donde John estudió Lengua y Literatura en la universidad de Oxford. Apenas se recibió, volvió a Buenos Aires, en 1979, en plena dictadura, y se quedó hasta 1982. Por su trabajo vivió en Nicaragua, El Salvador, México, Estados Unidos, Sudáfrica y España (en Barcelona estuvo quince años). Actualmente vive en Londres.

-En el trabajo previo de uno de los documentales sobre Mandela se preguntaban si era bueno de verdad o era un zorro político. ¿Qué respuesta tiene?

-Las dos cosas a la vez. En una reunión de producción, un compañero dijo que la cuestión con Mandela es que es imposible ver las grietas; las dos cosas se mezclan de manera increíblemente orgánica.



-¿Detectaron al menos una?


-Mandela hubiera dicho que de lo que más se arrepintió en la vida fue de no haber dedicado más tiempo a su familia. Esto ocurre con muchísima gente así, tremendamente exitosa en cualquier terreno. Los grandes triunfadores han triunfado porque han invertido todo su ser en su carrera. Él tuvo que elegir, en los años cincuenta, entre la patria y la familia biológica. Estuvo en la clandestinidad, inició el movimiento armado de su partido, fue el primer comandante, el primer líder. Sus hijas sienten cierta ambigüedad hacia su padre. Lo admiran como estadista, líder y padre de la nación, pero hay un rencor por su ausencia como padre familiar.

-Él admiraba a Fidel Castro y al Che. Sin embargo, su éxito no se debió a las armas.

-Hasta que lo metieron en la cárcel, había optado por la lucha armada. En esa época (principios de los años 60), era un absoluto admirador de Castro; incluso la consigna en sus reuniones era "vamos a llegar al poder del mismo modo que Castro", por la vía militar. Pero nunca fue comunista; fue más bien un socialdemócrata. En la clandestinidad se vestía con camuflaje militar, imitó a Castro en lo estético -barba- y quiso imitar también el éxito de la insurrección cubana, pero fue un fracaso total. En parte porque ni Mandela ni su gente querían matar a nadie.

-Recuerdo lo que me dijo un entrevistado: que los occidentales tenemos errores de concepción; creemos que nuestros modelos teóricos son exportables a otras culturas, pero las culturas tienen validez en los lugares donde están, y en su tiempo.

-Totalmente de acuerdo. Viví en Washington varios años: el 99% de los estadounidenses posee la total y absoluta convicción de que el American way of life es el way of life supremo de la historia de la humanidad. Un altísimo porcentaje de ellos también está convencido de que el resto de la humanidad aspira a ser como ellos. Como consecuencia de ese prejuicio tan arraigado -en los que están en Washington y en los que hacen la política internacional del departamento de Estado- caen en tremendos errores, como pensar que van a llegar a Irak o a Afganistán y esa población los va a recibir como en la liberación de París en 1944, y van a querer convertirse en yanquis el día siguiente y tener una democracia tipo Estados Unidos o Europa occidental. Eso no es a lo que más aspiran y las sociedades viven diferentes tiempos. Por eso el problema de la Primavera árabe: todos nos emocionamos pensando que serían como nosotros porque habían derrocado al tirano. La democracia es algo que se gana y consigue a lo largo de muchos años, siglos, batallas.

-Ha dicho que Mandela representa un ideal platónico de algo que ya no tenemos. Sin comparar con él, ¿no hay hoy un líder rescatable?

-Seguro que hay mucha gente muy digna que está intentando hacer lo mejor. Pero con su peso, carisma, principios y habilitad política, no conozco a nadie. Cuando llegó Obama al poder, muchos sentimos gran admiración por él y tuvimos grandes expectativas. Durante su primer mes en el poder entrevisté al canciller de Noruega, que lo conocía bastante bien y también había conocido a Mandela. Me dijo -y me sorprendió que lo dijera en ese momento- que Obama no le llegaba ni a los tobillos. Creo que el tiempo ha demostrado que tenía razón.

-Sólo un mes duró esa luna de miel?

-Hay mucha gente que sigue muy emocionada con Obama, pero lo que no pudo hacer fue ganarse a sus enemigos, ganarse a los republicanos. Ha habido mucha parálisis en la época Obama en Washington debido a esa falta de habilidad. Ese trabajo Mandela lo hubiera hecho de maravillas.

-Mandela, Donald Trump: ¿el lugar de nacimiento hace a un líder? ¿ O un líder se hace solo, más allá de donde haya nacido?

-Muchas cosas son puras circunstancias de la vida. Mandela nació en una aldea rural y a los veinte años se fue a Johannesburgo con lo clásico: el chico de la zona rural que va a la gran ciudad a triunfar; no tenía ninguna idea política. Pero un día tuvo un encuentro, por pura casualidad, con un señor que era un militante político y como consecuencia se volcó a eso. Si eso no hubiese ocurrido, era perfectamente posible que Mandela acabara siendo un abogado nada más, quizá con algún tipo de conciencia política, pero que no habría llegado tan lejos. Nunca hay que subestimar el factor azar.

-Sobre los atentados en Europa ha escrito que son parte de una guerra terrorista mundial y que hay que tomar partido. Pero el campo de batalla puede ser la cuadra de su casa...

-[Interrumpe] Sí, ustedes tienen suerte. Cada vez que voy a América Latina me doy cuenta de que, en ese sentido, viven en una especie de oasis. Tienen sus problemas, pero esto no es una amenaza con la que conviven. Si me dicen que hay un atentado en la plaza de Cataluña en Barcelona o en Trafalgar Square, aquí en Londres, estaría horrorizado pero no del todo sorprendido. Sí lo estaría si ocurriese en la 9 de julio.

-Pero nosotros tuvimos AMIA, Embajada de Israel.

-Eso fue en otro contexto. Irán. no sabemos exactamente qué pasó. Pero ahora en Buenos Aires no viven con ese miedo de que vaya a haber en el subte una bomba de Estado islámico. Acá, sí.

-¿Cómo vive con eso?

-Intento verlo con cierta filosofía y mirando las estadísticas. Es bastante más factible que me muera esta tarde atropellado por un colectivo que por una bomba en un subte. Es un poco como dicen en México: si te toca, te toca. Me preocupa un poco mi hijo, que va al colegio todos los días en subte. Si yo fuera un terrorista de Estado islámico, el subte de Londres sería un objetivo bastante plausible: no hay ninguna medida de seguridad. Millones de personas lo utilizan cada día, muchos de ellos cargando mochilas. Sería súper fácil poner una bomba, generar terror psicológico, que es la idea de esta gente.



-En campaña presidencial, Mauricio Macri recomendó La sonrisa de Mandela a su equipo. "Es lo que quiero que hagamos si somos gobierno", dijo. Usted que lo escribió, ¿podría decir de qué está hablando Macri?

-Le estoy agradecido por la propaganda que ha hecho para mi libro, pero eso no significa que voy a declarar que es lo mejor que ha ocurrido en la historia argentina: simplemente no sé, no tengo datos sobre Macri. Si dice que tiene que ser una especie de modelo de lo que él quiere hacer como presidente de la Nación, sólo puedo deducir que lo que él querrá hacer es intentar tender puentes en una sociedad políticamente muy dividida.

-¿Cómo le explicaría el peronismo a otro inglés?

-Decía San Pablo en una de sus epístolas: "Be all thing to all men". No se define por las medidas tradicionales, izquierda, derecha. Es un partido que puede cambiar, tiene bastante flexibilidad ideológica y una sensibilidad popular muy arraigada. Su objetivo central es obtener el poder. Un toque populista, que es clave en cualquier político. No creo que el populismo sea en sí una mala palabra. Tiene capacidad de entender cómo tocar la fibra de la gente para obtener sus votos.

-¿Por qué volvió a la Argentina cuando terminó de estudiar en Inglaterra?

-Para volver al lugar de mi infancia. Ser porteño es ser nostálgico, ¿no? Cuando me fui a la Argentina sabía que había un gobierno militar, pero no realmente lo que significaba. Encontré algo horrible. Tenía una novia cuya hermana había desaparecido un año antes de que yo la conociera, ahí me metí mucho en el tema y lo sentí de primera mano.

-¿Se psicoanalizó alguna vez?

Sí. Los primeros dos años en Buenos Aires daba clases de inglés, tenía diez, doce alumnos particulares: todos eran psicoanalistas o psicólogos. Empecé con uno, se empezó a correr la voz y me recomendaban. Me pasaba el día recorriendo la ciudad en un colectivo, yendo de un consultorio a otro. Todos insistían: "Te tenés que psicoanalizar". Al final me rendí.

-¿Y qué tal?

-Muy interesante. Lo hice sólo tres semanas. Yo sé que ustedes lo hacen durante 50 años, pero me estaba costando mucho dinero. Le dije al psicoanalista que me encantaba y le sacaba mucho provecho, pero "Dígame, honestamente, ¿estoy yo tan rayado que necesito esto como cuestión de vida o muerte?". Me contestó que no. Esas tres semanas fueron muy importantes en mi vida porque, en cierto modo, fueron una especie de liberación, de definición: en esas tres semanas empecé a trabajar en periodismo [en el Buenos Aires Herald], aunque nunca había tenido vocación de periodista. También empecé una relación con una chica, una novia estadounidense.

-Ha dicho que le parece casi infantil el reclamo de la Argentina sobre Malvinas.

-Lo siento especialmente a raíz de la guerra de Malvinas: yo estaba en la Argentina. Llegué a sentir un profundo odio por la junta militar. Cuando invadieron o recuperaron las Malvinas -según el punto de vista-, supe perfectamente que estaban jugando su última carta. Había estado en la Plaza de Mayo un mes antes viendo cómo la gente se manifestaba contra ellos y después, que de repente Galtieri fuera un héroe nacional porque había conquistado o recuperado -como quieras- las Malvinas me pareció un espectáculo lamentable. Además, he estado en Malvinas. Tengo la total certeza de que el día en que la Argentina las recupere, habrá una semana de celebraciones, luego todo el mundo se olvidará del tema, y a ningún argentino se le va a pasar por la cabeza ir a vivir a un lugar tan inhóspito.

-Saliendo del conflicto de 1982: la OEA, la ONU, el G77 apoyan la postura argentina. ¿Están todos equivocados?

-Me da exactamente lo mismo. Pienso que casi lo mejor sería que se declarara la independencia y las Malvinas, para los malvinenses.

-¿Cuánto de lo que escribe lo hace pensando en provocar?

Creo que es bueno generar debate; hacer que la gente se vuelva a plantear ciertos temas. Si se quiere llamar a eso provocar, sí, es provocar.

-¿Cuál sería el límite de la provocación?

-No escribir palabras que fomenten racismo o guerras; no escribir palabras que inciten a matar.

E. P.

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