miércoles, 24 de febrero de 2016

POR FAVOR.......DOS BOLETOS PARA MARTE EN ECONÓMICA


Capitales privados, colaboración internacional y la certeza de que sí, el hombre pisará Marte: a 30 años del Challenger, el cosmos regresa
Es un video de poco más de cinco minutos. El camarógrafo, al principio ambivalente, tomó una decisión: dejaría su cámara enfocada en la breve tribuna que incluía familiares, compañeros y amigos de los siete tripulantes. Las caras sonrientes debajo de pelos enrulados por permanentes mutan en desconcierto primero y desolación después. Todos comprendieron qué pasaba, nadie salió desesperado a pedir cuentas a los ingenieros o directivos de la Nasa: se retiraron despacio y de manera impasible, se diría; sólo algunos lloraron en abrazos. Habían visto la tragedia del Challenger a pocos kilómetros de su lanzamiento, en Cabo Cañaveral, a simple vista, casi sin intermediarios, ese 28 de enero de 1986.


Treinta años después, está claro que esos 73 segundos desde el despegue del trasbordador marcaron el comienzo del fin de una era, destruida del todo cuando el Columbia, pariente del Challenger, estalló al reingresar en la atmósfera el 1° de febrero de 2003. Aunque es verdad que en procesos como la conquista o exploración del espacio, en los que intervienen tanto factores científicos e ingenieriles como políticos, de cada país y mundiales, puede ser un exceso de osadía señalar un punto de quiebre definitivo.
Ciertamente el abandonado modelo de los trasbordadores tenía una serie de ventajas e iba en el camino de hacer del viaje al espacio una cosa de rutina, como la aviación comercial en cierto sentido, tanto que ni trajes espaciales se usaban en su interior durante el despegue y la mayoría de sus misiones no atrajeron demasiado la atención de prensa y público. Fueron seis naves, por orden de aparición: Enterprise (prototipo, nunca voló); Columbia, Challenger, Discovery, Atlantis y Endeavour; 135 misiones, con éxito en 133.
Pero esa idea de reutilización se acabó, claro que con la inercia propia de las cosas planificadas a treinta años (el viaje de jubilación fue el del Atlantis en julio de 2011).
La Nasa encajó el golpe, como dicen los españoles para hablar de un equipo que recibe un gol, y tomó la decisión de regresar a naves menos sofisticadas pero más seguras, incluso a riesgo de depender de los lanzamientos de los rusos por varios años (ya que el reemplazo ni estaba en vías de diseño). Y a esperar a los privados. Porque comenzó entonces algo que se perfiló ahí y ahora es una estrategia nítida: la agencia espacial norteamericana se dedicaría a la investigación de frontera, como mandar de una vez humanos a Marte y más allá (cometas, lunas y otros puntos importantes del sistema solar), y dejaría la órbita baja, como el lugar donde está plácida la Estación Espacial Internacional, a las empresas (megamillonarios dispuestos sobran, como se pudo comprobar justamente esta semana con la información de que 62 súperricos tienen tanto dinero como la mitad de la población mundial).
Guerra y ganancias


Algunos lamentan la decisión; otros la celebran; y los terceros en discordia creen que no se hace tan rápido como se podría. En su libro Crónicas del espacio (Crítica), el astrofísico Neil deGrasse Tyson sostiene repetidas veces que son dos las principales fuerzas sociales y políticas que impulsan la investigación espacial (y en general toda investigación científica): la amenaza de una guerra y la posibilidad de obtener réditos económicos.

 Por eso, el sucesor de Carl Sagan en Cosmos dice, entre lamentos y pedidos, que debería conseguirse "un memorando en el que China dice que quiere construir bases militares en Marte y estaríamos ahí en doce meses". Guerra y ganancias económicas como motores; el progreso científico, subalterno a eso. (Ingenuos que creéis en la neutralidad y bondad de las ciencias, bienvenidos al mundo de la disposición de megapresupuestos.) En ese sentido, hay algo que agradecerle a la Guerra Fría (y otro poquito a Lee Harvey Oswald), desde el Sputnik hasta las caminatas lunares de las Apolo y otros pequeños pasos de los hombres. Pero, a falta de Unión Soviética, la inversión de China en el espacio -que en algún momento va a sorprender con un chino que ponga la bandera roja en la Luna- es como para acicatear a los norteamericanos. Por eso, los planes para ir a Marte ahora parece que sí marchan viento en popa, si vale la imagen.
 "Estamos acelerando las pruebas en operaciones de superficie marciana, signo de que la cosa se está moviendo rápido. Hace unas pocas semanas estuvimos haciendo unas pruebas con el traje espacial NDX-1 en el Centro Espacial Kennedy para mejorar técnicas de recolección de muestras para Marte", cuenta Pablo de León, el ingeniero argentino que diseña trajes espaciales en los Estados Unidos.
Por todo eso viene bien la "preparación cultural" (Mumford dixit) en la que colabora por ejemplo The martian, tanto la película (de Ridley Scott, estrenada en Argentina con el título de Misión rescate) como el libro (de Andy Weir). La necesidad de mostrar un ingenio bien humano para sobrevivir en un ambiente tan difícil y a una distancia tan lejana de casa, lo que ni al gran Ray Bradbury de las Crónicas marcianas pudo habérsele ocurrido. Nadie dijo que iba a ser fácil: hay que ser Matt Damon y cultivar papas y ser pacientes. "Son misiones muy largas, con pocas posibilidades de volver a Tierra en tiempos menores que la duración planificada de la misión, lo que hace que haya que dotar a los sistemas de a bordo de una robustez en el diseño que no era necesaria en misiones de órbita baja en donde en un par de horas podés aterrizar -explica de León-. Obliga a todo un aprendizaje que va a llevar su tiempo, por eso hay que hacerlo de forma gradual, con misiones que se vayan haciendo cada vez más progresivas, en complejidad, duración y lejanía."

En vistas de esas complejidades, presupuestarias y técnicas, también es cierto que hay un par de detalles que pueden suavizar la mirada cínica sobre la exploración espacial y sobre el Homo sapiens como especie, que notablemente oscila entre el egoísmo y la cooperación. Uno de esos detalles es el creciente internacionalismo que se ve claro en la Estación Espacial Internacional, con una decena de países que trabajan en armonía.


Se puede pasar un milenio sin investigación, podemos quedarnos en casa revolviendo miserias y analizando el sexo de los ángeles. Pero hay indicios de que el destino del Homo sapiens, como especie y si perdura, es las estrellas. Cuán rápido se llegue y se instale será cuestión de la coyuntura, algún evento azaroso y la decisión de un par de personajes clave. Es más que posible que la mayoría de los lectores de esta página vea la llegada de un ser humano a Marte. Ojalá esta vez no sea por ninguna guerra, ni queden demasiados Challenger por el camino.
M. D. A.

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