domingo, 28 de febrero de 2016

LA BIBLIOTECA....HISTORIAS


El librito llegó como una misiva discreta en un sobre manila. La noticia era buena: una editorial española (Periférica) ponía en circulación en la Argentina su versión más reciente de una obra que, hoy, el paso del tiempo y el cambio radical en el gusto han confinado al anaquel de los iniciados: Agnès, de la escritora no menos secreta (sepan disculpar sus lectores) Catherine Pozzi. Lo que se despliega en esas cincuenta páginas escasas es un intenso y elevado soliloquio de impronta autobiográfica sobre el amor en dos de sus vertientes: a Dios y a un hombre de carne y hueso, que revela a la vez el ansia de perfección y de absoluto de una inteligencia soberbia, moteada por un humor sutil. Pero debajo de la superficie tersa de la obra se esconde un iceberg de pasiones turbulentas.



Catherine Pozzi nació en 1882 en París, en el seno de una familia culta y adinerada. Pronto despuntó en ella un intelecto vivaz, atizado por una sed de conocimiento sin límites y una fuerte inclinación a la espiritualidad. En 1909 se embarcó en un matrimonio fallido y en 1912 se enfermó de tuberculosis, mal que le causará la muerte en 1934. Desde siempre llevó un diario, destinado a ser una de las pocas publicaciones por las que sería recordada.

El 17 de junio de 1920 Catherine conoció a Paul Valéry en una cena y el flechazo fue devastador. Valéry tenía entonces 50 años, tres hijos, un matrimonio de dos décadas y una reputación literaria. Catherine estaba por divorciarse. Fueron amantes durante ocho años, pero la pasión y la exigente comunión intelectual que los encendía se fue tiñendo de amargura a medida que ella creía ir descubriendo en él un cinismo y una avidez de notoriedad decepcionantes. La ensombrecía comprobar que Valéry no estaba dispuesto a dejarlo todo por su amor, y la atormentaba sentirse reducida a la condición de musa.



En el transcurso de los años, los amantes intercambiaron una copiosa correspondencia. La ausencia de una carta era siempre un puntazo de angustia. Escribe Catherine: "Mediodía, nada en el correo, él no escribe desde el viernes. Jamás pasó tanto tiempo sin escribir". Y consciente de que el silencio es un arma poderosa, la usaba contra su amado. A uno de esos hiatos respondió un desesperado Valéry: "O bien usted está muerta, o bien enferma, o bien mis cartas fueron interceptadas, o bien lo fueron las suyas, o bien, en fin, usted no quiere escribirme [...] Le pido que no me deje ansioso tantos días [...] Si usted me quiere desesperar, desespéreme, pero este silencio es un suplicio demasiado malvado".



En 1924 Catherine obtuvo del poeta la devolución de toda su correspondencia y cinco años después ordenó en su testamento que esas cartas fueran destruidas. Valéry sintió entonces alivio pero también desazón: "Imagino que estaba allí lo más destacado que he podido escribir puesto que para responder a este amor -y luego para resucitarlo- no hay derroche de ideas, de invenciones que no haya hecho".

Pozzi empezó a escribir Agnès al comienzo de su relación con Valéry y la terminó en las postrimerías del romance. En la opinión del especialista Lawrence Joseph, el libro era un intento de Catherine por liberarse de la tutela intelectual de su amante. Acaso insegura de su propio talento, Pozzi leyó al poeta las primeras páginas de Agnès en 1922. La reacción fue tibia y ella se desentendió del texto al que sólo volvía de manera intermitente. Hasta que en 1926 Valéry le mostró el proyecto de un relato en el que estaba trabajando: el parecido con el texto de Catherine resultaba alarmante. Pozzi se apresuró a concluir Agnès y la publicó en 1927.

 Pero en lugar de firmarla con su nombre utilizó las iniciales C.K. La nouvelle tuvo un éxito inmediato, incentivado por el misterio sobre su autor. Un periódico asoció el nombre de Pozzi a la obra, pero afirmando que Valéry había colaborado en su creación. Abatida, Catherine confió a su diario: "Cualquier cosa que publique yo siempre será él, ya que se piensa que trabajamos juntos y no se suele atribuir a la influencia de la luna el brillo del sol".

Víctima lúcida de sus propios ideales, en Agnès Pozzi fue también la voz de muchas otras. Allí escribió: "El destino de las mujeres depende excesivamente del azar: nos encuentran demasiado pronto o demasiado tarde, y si nos encuentran, nunca lo hacen en ese momento que sería el más delicioso de todos. No tenemos más remedio que estar listas, esperar, decir «Ahora, ahora...".

V. CH. 

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