El día comienza con un TOC, para el sufrido obsesivo digital. Afuera amanece, pero poco importa si más allá de la ventana se ve un bonito paisaje suburbano, el imponente escenario de la ciudad o un pulmón de manzana. Abre un ojo y lo primero que hace es manotear el celular, que está (obvio) sobre la mesa de luz, para ver si hay notificaciones de correo, de WhatsApp o los globitos flotantes del mensajero de Facebook.
Si consigue llegar a la ducha sin tropezarse con nada , ese trámite, otrora tan placentero, se vuelve, gracias a la diabólica miniatura inteligente, una carrera contra el tiempo. Porque oye que caen más mensajes, pero no podrá leerlos hasta que salga del agua. Pocas cosas le resultan más odiosas que esa lucecita del teléfono, que, con diferentes colores, pestañea para indicar que nos hablaron por Telegram o que le dieron Me gusta a una de nuestras fotos en Instagram. Esos coloridos parpadeos lo distraen durante el desayuno o las reuniones de trabajo. Al final, lo pone pantalla abajo. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Llegado a la oficina, arrancan nuevos calvarios. Depende de cada uno. Está el que no va a dejar ni un sólo mail sin leer o el que encuentran inaceptable que los íconos del Escritorio se encuentren desalineados. El usuario veterano, que tuvo que lidiar con computadoras que tenían un mega de memoria (6000 veces menos que ahora), cierra cada programa y cada pestaña del navegador cuando termina de usarlos. Siempre. Observar el Escritorio de un millennial, con su barra de tareas atiborrada de programas minimizados, le causará un soponcio.
Posiblemente, el trofeo mayor se lo lleva el tachito de basura de la compu. Son pocos los que pueden tolerar la visión de ese cesto que rebosa papeles. Inaceptable. Asunto que lleva a disputas conyugales y laborales es el del que no tolera que le toquen la pantalla. Y no le falta razón. En unos pocos días, deberá trabajar con ese vidrio pringoso y con más huellas digitales que el Departamento Central de Policía.
¿Y los números? Son uno de los principales responsables de nuestros TOC. Casi nadie se salva. Está el que no puede poner el volumen del estéreo del auto en un valor impar. O en uno par. El que cree que algunas cifras traen mala suerte. En el podio del sufrimiento numérico están los smartphones, que muestran la cantidad de notificaciones dentro de un círculo rojo. Y no existe persona capaz de resistir la tentación de entrar en cada grupo de WhatsApp, no para leer los mensajes, sino para que los mordaces numeritos desaparezcan. Por un rato, al menos.
A. T.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.