Su libro de aventuras tiene mucho de epistolar; no es sorpresa enterarse de que sus fuentes fueron en muchos casos las cartas que se enviaban con su madre a través del continente y que ella guardó con las fotografía que acreditan una vida tumultuosa en viajes y sucesos. Por allí circulan novios, colegas, experimentos, mellizos, nietos, cientos de papers científicos, ratones, bailes, una vida de familia y de laboratorio (y aquí bien vale la mención de la revista Family Health, en 1977, cuando Rosalyn Yalow ganó el premio Nobel de Medicina: "Cocina, limpia y gana el premio Nobel"). Las anécdotas son maravillosas: desde la pasión por un resultado experimental hasta la promesa que le hizo Rodolfo al pedirle casamiento de que no la haría dejar su trabajo de científica, pasando por varios de los grandes nombres de la investigación biomédica en la Argentina. Su convicción es irrompible. Cuenta en su blog (¡sí, escribía un blog!) que hace unos años, en una de nuestras peores crisis económicas, le pidieron una conferencia sobre Cómo hacer investigación durante la crisis y su respuesta fue obvia y contundente: hay que seguir haciendo investigación como siempre, y como se pueda, con más esfuerzo que nunca.
Pero la historia no se acaba acá, con una vida plena y un libro para narrarla. Quizás es una epopeya que no sólo merezca ser contada, sino también. cantada. Y de eso se trata el extraordinario musical Christiane, que se estrenó hace unos meses y en estos días se repone en el Cultural San Martín. Todo queda en familia, ya que en la piel de la científica se cuela su no menos extraordinaria sobrina Belén Pasqualini (que aparece en nombre y hasta en fotos familiares en el libro). En una puesta minimalista, y brillantemente resuelta por el director Dennis Smith, con piano y pizarrones académicos incluidos, Belén aggastga la egge, canta y toca como nadie y se apasiona como abuela. Pasamos por las guerras, posguerras, los amores y ratones, en uno de los homenajes más emotivos que hayan estado en nuestros escenarios: homenaje a la familia, a la pasión, a las convicciones y, claro, a la ciencia.
Ya lo hemos dicho: el teatro es quizás uno de los vehículos más poderosos para contar la ciencia. Hay algo en esa comunión de artistas y espectadores que de alguna manera evoca la sorpresa y la maravilla del descubrimiento, de ir corriendo al laboratorio - y por qué no, al escenario - a ver qué hay de nuevo, qué secreto nos regalará la naturaleza, qué canción nos rescatará en el momento justo.
Christiane quiso lo que hizo, sí. Pero un poco, también, hizo lo que quiso. Por suerte para nosotros y para una nieta a la que le brillan los ojos cuando cuenta y canta su vida.
D. G.
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