sábado, 27 de mayo de 2017

PERSONAJES; DIEGO REINHOLD


En el libro de las mutaciones, el actor tiene la llave para un abordaje holístico del mundo y un compañero que lo ayuda en sus decisiones
Hay dos clases de personas. De un lado, las que creen que somos pura biología, materia entre la materia, un ensamble de órganos que un día se apagan sin más eco en el último aliento. Y del otro, las que creen que detrás del universo visible hay una fuerza que sostiene las cosas, a cuya ley todo está sometido y a la que regresamos cuando la máquina del cuerpo dice basta. Los primeros explican un choque de autos o el encuentro de los amantes apelando a leyes físicas inexorables. Las razones de los segundos pueden hallarse en una estrella ubicada a años luz de distancia, por caso: si todo descansa en la misma energía, somos parte de esa estrella y hasta del vacío que nos separa de ella, y su movimiento es también el nuestro.
Diego Reinhold pertenece al segundo grupo. Desde chico buscó explicarse a fondo las cosas. A los 12 años, en una escuela de teatro de su barrio, en avenida Congreso y Moldes, una compañera le mostró el I Ching, el "libro de las mutaciones". En esos textos escritos en China hace más de 3000 años, que recogen la filosofía taoísta y luego incorporan principios del confucianismo, Diego encontró "una interpretación holística del mundo". La naturaleza oracular del libro le permitía jugar con él. Le hacía consultas y obtenía respuestas poéticas o metafóricas en las que siempre encontraba "reflejos" que iluminaban aspectos de su realidad.
Hoy tiene la clásica versión de Richard Wilhelm editada por Sudamericana en 1999. Tapa negra, desgastada y ajada por el uso, como sus páginas. Por esos años, el actor estudiaba con Augusto Fernandes y estaba metido de lleno en el mundo de los símbolos, la alquimia y la cábala, pero nunca abandonaría el I Ching, al que hoy consulta al menos una vez al mes por los temas más variados, incluida la actuación. "Mi trabajo me pone en situaciones críticas y las vivo con estrés -dice-. Por ejemplo, tengo que optar entre proyectos o propuestas donde el arte y el dinero están implicados, y esas decisiones son difíciles."
Le pido que recuerde una. Cuenta que una vez debía optar entre seguir actuando en una obra en Buenos Aires o en dejarla para hacer la temporada de verano en Villa Carlos Paz. Había cuestiones artísticas y personales en juego. Tiró el I Ching y salió un hexagrama llamado "El impedimento". Se quedó donde estaba, claro. Pero ríe y dice que tomó la decisión equivocada: "¡Hubiera ganado más plata si iba!".
No le pide infalibilidad al libro. De hecho, quien traduce el significado del texto y decide es él mismo. Suyos son el libre albedrío y el eventual paso en falso. Las imágenes del I Ching le ofrecen perspectiva, una plataforma de entendimiento mayor, la conciencia de que su ser no termina en su persona. "Es como poner música y cerrar los ojos, para que la mente haga su trabajo. Yo elijo la música de este libro. Para otros, esas señales pueden estar en una caminata o en la palabra de un amigo."
El año pasado, luego de tirar tres monedas seis veces para trazar las líneas del hexagrama, volvió a tocarle "El impedimiento". Quería decidir si se lanzaba a concretar un viejo sueño: construir un refugio en la sierra, cerca de Embalse, Córdoba, hecho de containers marítimos reciclados. Un gesto intrépido y un gasto grande, en sus palabras. Habría obstáculos, le sugirió el libro, pero aprendería de ellos. Y así fue. La empresa que debía hacer los pilotes para sostener los containers los hizo mal. Los containers no se pudieron colocar. Fueron y vinieron varias veces. Cuando los pusieron, no quedaron bien. ¿La enseñanza? "De entrada no me gustó la gente de la empresa de los pilotes. Sabía que la cosa no iba a andar. Debo hacerle casos a mis corazonadas, ésa es la lección." Lo dicho: es uno el que da el buen o el mal paso. También, el que crea sus propios impedimentos.
H. M. G. 

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