Historias de Pascua: cuando la espiritualidad se vuelve literatura
La fecha y una reciente antología de cuentos sirve de excusa para revisar la tradición en la que el cristianismo inspiró a escritores y poetas, de san Agustín a Borges y Joyce
Es imposible no pensar en una de las conferencias que Jorge Borges dictó en Harvard entre 1967 y 1968 y que se publicaron mucho más tarde con el título Arte poética. Dice Borges ahí que la de Troya, la de Ulises y la de Jesús son las tres historias centrales de Occidente: "Pero, en el caso de los Evangelios, hay una diferencia: creo que la historia de Cristo no puede ser contada mejor".
Hace unos años, el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo de Cultura del Vaticano, dedicó parte de una conferencia que dictó en Buenos Aires a discutir esa idea de Borges. Ravasi trazó entonces una línea estricta entre el "Cristo trágico" y el "Cristo teológico". A Borges, que desconfiaba de cualquier demostración de la fe, le interesaba el primero. El pensamiento borgeano (agnóstico, aunque siempre en equilibro entre la vigilia y el sueño, la literatura fantástica y la teología, lo concreto y lo abstracto) se atareó con la historia de todas las historias, justamente la del Señor de la Historia. Tal vez esa historia de Cristo no podría haber sido mejor contada, pero Borges se encargó de recrearla a su manera. Lo hizo en el cuento "El evangelio según Marcos", en el que imagina una pasión que da escalofríos en la estancia Los Álamos, de Junín. En el poema "Lucas, XIII", de El hacedor, revivió la escena del Buen Ladrón, y hubo también citas recurrentes, dos en particular. Ante todo, los poemas -uno recogido en El otro, el mismo, y el segundo en Elogio de la sombra- que Borges tituló "Juan, I, 14", y que dialoga con ese versículo del Evangelio que lo obsesionó hasta la perplejidad: "Y la Palabra se hizo carne". El otro poema es "Cristo en la cruz", incluido en Los conjurados, con ese verso casi confesional: "No lo veo y seguiré buscándolo hasta el día/ último de mis pasos por la tierra".
La pasión y el perdón (Edhasa), la antología recién publicada de cuentos religiosos que seleccionó Silvia Puente, no incluye ningún cuento de Borges, pero están presentes allí otras derivaciones ficcionales de la espiritualidad cristiana, aun en sus costados más satíricos, como pasa en "La bendición", de Graham Green, o perversos, como "El martillo de Dios", de la serie del Padre Brown de G. K. Chesterton, o incluso extravagantes, como el caballo que imagina a Dios en el fulminante relato de Augusto Monterroso.
Green y Chesterton eran católicos, aunque el primero no decía que fuera un "escritor católico" sino un "católico que era escritor". Tenía razón: no existe, ni hace falta, una "literatura cristiana". Hay allí, con todo, una tradición británica, del mismo modo que existe una tradición católica francesa. Basta pensar en Georges Bernanos y en su Diario de un cura rural (1936). Muchos conocerán ese libro por la maravillosa película que filmó Robert Bresson, escritor de la espiritualidad en imágenes. Pero la prosa de Bernanos tiene un brillo particular que contrasta con la aparente grisura de la vida cotidiana de ese sacerdote de Artois, que es pura entrega a los demás. También podría pensarse en Paul Claudel que, aparte de sus poemas orientalistas, dejó un cuerpo consistente de piezas para la escena, entre las que La anunciación de María ocupa un lugar principal, y una las obras poéticas más apasionantes del siglo XX. Quien quiera seguir su camino espiritual puede leer sobre todo sus diarios, minuciosos, incesantes, inagotables. "Me basta hacer silencio, para que Dios hable y para oír más vale quizá que yo escuche", escribió Claudel en su Oda jubilar para el sexto centenario de la muerte de Dante, que Victoria Ocampo tradujo y publicó en Sur.
Pero no se puede pensar en la literatura y el cristianismo sin pensar en san Agustín, que además de su agudeza filosófica y teológica (o más bien a causa de ella) inventó más de un género literario
Hacia el final de su vida, san Agustín revisó los 232 libros que escribió en un libro sin precedentes que llamó Retractaciones. Cuando llega a "Las Confesiones" introduce un par de correcciones que no le ocupan mucho espacio. Con todo, en una carta anterior el santo escribió lo siguiente a un corresponsal, el conde Darío: "Recibe los libros de mis Confesiones que deseabas. Mírame en ellos, para que no me alabes más de lo que soy. Créeme a mí y no a los otros acerca de mí. Obsérvame en ellos, y ve lo que fui en mí mismo y por mí mismo".
La novedad del cristianismo demandó formas nuevas y "Las Confesiones", según señala el propio Benedicto XVI, constituyen el origen de una de las formas literarias más propias de Occidente: la autobiografía. San Agustín puso a funcionar la pericia de retórico para otros fines. Su golpe de genio de san Agustín consistió en darle un giro a la tradición del diálogo platónico, que tanto usó en otros escritos como El maestro y De la música; el diálogo de "Las Confesiones" es un diálogo con Dios y consigo mismo donde lo que se cuenta es la historia de una conversión, la suya.
La fe, lo mismo que la espiritualidad, no es algo ganado de una vez y para siempre. Se resuelve agónicamente y a lo largo del tiempo y del camino. La verdad no cambia. Cambia nuestra relación con ella y, por eso mismo, el modo en que la contamos.
La pasión y el perdón
Autor: Silvia Puente (compiladora)
Editorial: Edhasa
P. G.
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