miércoles, 26 de diciembre de 2018

BALMACEDA Y EL TITANIC ARGENTINO


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La historia desconocida del Titanic argentin
Jorge Fernández Díaz abrió leyendo un articulo de
Daniel Balmaceda que narra el increíble naufragio del vapor América -una suerte de Titanic argentino- que dejó un saldo de 141 víctimas fatales en 1871.
Puerto de Buenos Aires. Sábado 23 de diciembre de 1871. A las 18:30, con el pasaje casi completo y al mando del capitán John Morsse, inició su carrera a Montevideo el vapor
Villa del Salto. A las 19:00 partió Bartolomé Bossi con el América y unos doscientos veinte pasajeros, de los cuales más de cien viajaban en primera clase.
El América era más veloz y por ese motivo sobrepasó al vapor del capitán Morsse. La vista era espléndida, con un río dormido y una luna plateada. Nada permitía presagiar lo que ocurriría bien pasada la medianoche, cuando explotó una caldera del América.
La cubierta del vapor se convirtió en la más exacta pintura del caos. Hombres desnudos que corrían delante de mujeres elegantes y con sus mejores alhajas. Damas en camisón frente a señores con traje que se mofaban del susto de muchos. El capitán, con tono serio pero templado, repetía a todos que la situación se encontraba bajo control.
Dos nuevas explosiones -para nada espectaculares, sino secas, como si estallaran petardos- terminaron de confirmar que algo andaba muy mal. A partir de allí, en la noche negra del Plata, unas doscientas veinte historias comenzaron a mezclarse de manera trágica y confusa.
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En la cubierta se producían saqueos y abusos, además de peleas por los salvavidas o los espacios en los botes. Algunos pasajeros quedaban petrificados, sin capacidad de reacción frente a lo que ocurría. Al matrimonio Larrazábal (Juan Antonio y Josefa Villar, seis días de casados) que viajaba de luna de miel, una ola lo arrancó de la cubierta en momentos en que se abrazaban: murieron ahogados.
En una carta de apreciable valor histórico, Torcuato Villanueva le relató a su primo Justo Villanueva los pormenores del desastre:
“Subo al salón y empiezo a buscar algo que me sirviera para sostenerme sobre el agua, pues no sé nadar. En eso oigo una voz que grita: ‘Saquen las puertas de los marcos, que en ellas podemos salvarnos’. Me pareció buena la idea y me prendí de la mía, pero al mismo tiempo alguien dice: ‘¡Por Dios! ¡Que no hay salvavidas en este buque!’. Y otro responde: ‘En todos los camarotes, bajo el colchón, hay uno’. Corro al mío y efectivamente encuentro uno”.
Carmen Pinedo y su marido Augusto Marcó del Pont se hallaban en la cubierta, sin salvavidas y desconcertados. Alberto Marcó le ofreció el suyo a su cuñada, pero ella lo rechazó. Poco después, el panorama cambió de manera trágica. El fuego devoraba al vapor. Carmen relató esos momentos:
“No había más recurso que arrojarse al agua. En ese momento se me acercó Viale con un salvavidas en la mano y diciéndome esta sola palabra: ‘¡Señora.!’, me lo ofreció con el ademán. Yo no era dueña de mi voluntad y dejé que entre Viale y mi marido me pusieran el salvavidas”.
“Tratamos enseguida de bajar al entrepuente -el nivel que está debajo de la cubierta- para de allí arrojarnos; pero ya no era posible, la escalera estaba en llamas. Entonces, arrimándonos Augusto y yo a la borda, alguien, no sé quién, nos empujó e hizo caer al agua. Un momento después, al volver a la superficie, vi a Augusto flotando cerca de mí. Pero el choque con el agua había sido, sin duda, muy violento y no podía hablar. Me miraba. Trataba de darme ánimo, pero de pronto desapareció para siempre”.
Con estas palabras, Carmen Pinedo de Marcó del Pont, contó a un periodista de La Nación (en 1893), la forma en que Luis Viale le cedió el salvavidas y de qué manera vio morir a su marido. Según algunas versiones, luego de ceder el flotador que le hubiera permitido sobrevivir, Viale se lanzó al agua y nadó hacia la rueda del América (similar a la de los clásicos barcos que navegan el río Mississippi) donde muchos pasajeros se aferraban, en un intento final por flotar.
Estaba abarrotada de náufragos. Con un esfuerzo supremo, alcanzó el timón, que permitía salvar a unos cuatro. Estaba a punto de aferrarse a él, cuando vio a un hombre que nadaba con desesperación hacia su lugar.
Viale le cedió el espacio y le rogó que en cuanto pudiera, le permitiera asirse unos minutos para retomar fuerzas. No existió esa oportunidad: pocos segundos después el héroe se hundía sin remedio. Los cuatro hombres aferrados al timón salvarían sus vidas.
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Torcuato Villanueva bajó al agua por la cadena del timón. “Trato de separarme del buque por temor del fuego y de los que allí veía ahogándose que podían agarrarse y hundirme, pero no lo puedo conseguir. Pasa una tabla por mi lado y me agarro de ella”. El esfuerzo por mantenerse a flote con el salvavidas puesto era agotador. En cambio, quienes lograban aferrarse a una madera estaban más relajados.
Sigue Villanueva: “Así me pasé un buen rato cuando me siento agarrado por un brazo y una señora me pide que la socorra porque se estaba ahogando. Yo le digo: ‘No sé nadar, pero tome esta tabla y trate de colocarla como yo la tengo’. Así lo hizo. Yo entonces quedé con el salvavidas solo y empecé a fatigarme. Me saqué los pantalones bien, enseguida los calzoncillos con algún trabajo”.
A punto de ceder ante el fatal abatimiento, nadó hacia la cabeza de un gran tornillo en el casco. “Permanecí allí un buen rato hasta que tuve temor que un individuo que estaba muy cerca sin salvavidas y que me aturdía con sus gritos pidiendo socorro y misericordia no se le ocurriera el aprovecharse de verme cansado y cometiera algún crimen por quitarme el salvavidas”.
Villanueva se alejó del barco y la fatiga lo derrotaba. “Aquí empezó mi situación a ser crítica, pues empecé a tomar agua, las piernas se me entumecieron y quedé sin acción en ellas. Entonces oigo que preguntan si no nos vendría alguna protección. Era la señora de Marcó del Pont a quien vi como a tres varas de distancia -dos metros y medio-“.
En estado de shock, Carmen Pinedo de Marcó del Pont se topó en el río con Torcuato Villanueva. Ninguno de los dos supo en ese desesperante momento que ellos habían forjado el destino de Viale: Torcuato lo había encontrado en el puerto lo había convencido de que cambiara su pasaje en el Villa de Salto y se embarcara en el América.
Carmen fue la mujer a quien cedió su salvavidas. El rostro de Villanueva lo decía todo. Este hombre de 37 años había perdido la esperanza y se lo aclaró a la mujer. Entonces, se dio este diálogo que extractamos de la carta de Torcuato:
-Tenga valor, señor -me dijo.
-No es valor lo que me falta, sino fuerzas. Bebo mucha agua porque la ola pasa sobre mí.
-Déle la espalda.
-No puedo.
-Cierre la boca.
Villanueva no le respondió.
“Seguí el consejo, pero me arrepentí pues cuando abrí la boca para tomar aire, se me llenó de agua. Probablemente la señora que no oyó contestación creyó que me ahogaba y empezó a rezar en alta voz una Salve, la que yo seguí repitiendo mentalmente; concluida la oración me encontré tranquilo, esto es, vi la muerte sin horror”.
El hombre quiso quitarse el chaleco salvavidas para morir de una vez. Fue inútil: el nudo que se había hecho por temor a perderlo en el agua le impidió sacárselo. En ese minuto, Carmen Pinedo se desvaneció. El final parecía irreversible y ocurrió el milagro: los recogió un bote. El Villa del Salto ya se divisaba a corta distancia.
Por todas partes se veían grupos asidos a maderos y puertas. Hasta llegó a generarse una pelea en medio del río por el dominio de una mesa. Hubo pasajeros del buque rescatista que se arrojaron al agua para cooperar con los náufragos. Murieron 141 pasajeros.
Peor aún: algunas fueron despojadas de sus salvavidas a punta de pistola. Se vio a una mujer pelear en el agua con un hombre que le arrebataba el suyo. En realidad, el caballero Viale, a quien se le hizo un monumento por suscripción popular, salvó a dos mujeres.
A Carmen Pinedo y a Carmencita “Sissy” Marcó del Pont, quien nació el 8 de julio de 1872. Entre los bisnietos de aquella beba que yacía en el vientre de su madre aquella fatídica noche, mencionamos a Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

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