jueves, 20 de diciembre de 2018

LOLA MORA PARTE 2º


“Lola Mora: el pecado de ser mujer II”, por Federico Andahazi
Resultado de imagen para Federico Andahazi
Ayer iniciamos un viaje por la vida de quien es, para mí, la mejor escultora argentina: Lola Mora. Como te contaba, desde el inicio de su vida Lola Mora cargó con varios dramas que la marcaron a fuego.
Su madre murió cuando ella era pequeña pero además al momento de su muerte salió a la luz que tenía un hijo natural producto de una relación con otro hombre que no era el padre de Lola.
La alta sociedad tucumana le hizo sentir la fuerza del prejuicio y la pacatería con crueldad. Quisieron prohibirla en una muestra grupal pero no lo lograron y dos años más tarde Lola Mora propuso una exhibición con retratos de los gobernadores de Tucumán.
Ya no podían argumentar otra vez que Lola ocupaba un lugar selecto por ser la “amante del maestro Falcucci”, así habían intentado difamarla. Ahora su obra los dejó sin palabras.
Era un trabajo extraordinario, pero además, cómo negarse exhibir los retratos de semejantes figuras. Fue una jugada maestra: no sólo consiguió exponer nuevamente en el salón de la Sociedad, sino que el gobierno provincial compró la colección completa, pagando a la autora una suma formidable para la época: cinco mil pesos.
Lola Mora descubrió que para poder abrirse camino en el tortuoso mundo del arte había que moverse con inteligencia. Aquella venta le permitió dar el primer gran salto de su carrera. Ella sabía que para poder avanzar debía seguir estudiando, perfeccionado sus técnicas y abrirse a otras disciplinas. Dolores Mora de la Vega resolvió entonces viajar a la meca del arte: Italia. Y más precisamente el taller de Paolo Michetti.
Claro que no era ésta una tarea sencilla: no existía artista que no quisiera ser discípulo del gran Michetti. Pero Lola Mora no iba a resignarse sin intentarlo.
El protocolo y el sentido común indicaban que lo primero que debía hacer era obtener una carta de recomendación de algún colega o una nota del embajador argentino, con quien Lola tenía buenas relaciones.
Sin embargo, la joven y resuelta tucumana, fiel a su intuición decidió llegar al taller de Paolo Michetti como lo que era: una mujer sencilla llegada de los confines del mundo sin otros títulos que su pasión y su talento.
Cuando estuvieron frente a frente, Lola inició un largo monólogo que fue interrumpido por un lacónico «no» del maestro. En pocas palabras le dijo que que no tomaba nuevos discípulos.

En el momento en que el pintor se daba media vuelta, pudo escuchar la insolente respuesta de la argentina quien, llena de indignación le dijo: “Voy a estudiar con usted. Si usted no me aceptara el mundo se perdería una gran artista. Volveré mañana con la ropa adecuada para que vea cómo pinto.”
Y así lo hizo. Michetti quedó fascinado. En pocos meses se convirtió en la discípula preferida del maestro. Lola Mora vivió intensamente la bohemia romana: conversaba con el genial inventor Giuseppe Marconi, era amiga de la actriz Eleonora Duse. Durante esta época de formación artística Lola Mora vivió uno de sus romances más atormentados.
Imagen relacionada
En el taller de su maestro conoció a Gabrielle D’Annunzio, el mayor poeta italiano de la época, un mito viviente. Este romance fue tan breve como doloroso, ya que el poeta repartía su amor con otras cuatro mujeres: la bailarina rusa Ida Rubinstein, Luisa Beccara, Gisella Zucconi y la propia Eleonora Duse.
Sin embargo, otro hombre habría de resultar decisivo en la vida de Lola: él abriría las puertas de su verdadera pasión. En 1897 la artista tucumana conoció al escultor cubano Juan Cepeda.
Tuvieron un romance apasionado; los encuentros en el atelier repleto de cuerpos de mármol desnudos le hicieron sentir la sensualidad de la escultura. No nos consta que Lola Mora se hubiera enamorado de Juan Cepeda, sabemos, en cambio, que se enamoró para siempre de la escultura y que jamás habría de abandonarla.
El día que supo que su destino era la escultura decidió tomar clases con los máximos maestros; con Constantino Barbella aprendió las sutiles técnicas de la miniatura, pero también la dura faena del volcado del bronce fundido, tarea que muchos hombres imaginaban imposibles para una mujer.
Con Giulio Monteverde, el mejor escultor de su época, aprendió a cincelar el mármol y a trabajar en escalas monumentales. Lola tenía dos grandes virtudes: al talento natural para la plástica se sumaba la inteligencia para abrirse camino, generando situaciones que trascendían al hecho artístico.
El maestro Monteverde no sólo le enseñaba a cincelar la roca, sino también a esculpir su propia imagen pública.
Resultado de imagen para LOLA MORA
A su taller había llegado una sencilla muchacha de pueblo y ahora todos veían salir a una mujer exótica, audaz y de una elegante extravagancia. ¿De qué era capaz Lola tanto en su vida artística como privada? ¿Logró entender ese límite o el personaje Lola Mora pulverizó a Dolores Mora de la Vega?
La semana que viene nos vamos a enterar cómo siguió la vida de esta mujer que era una especie de rockstar de su tiempo, con un talento que la eternidad del mármol afortunadamente nos permite seguir disfrutando.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.