viernes, 27 de enero de 2017
GENERAL SAN MARTÍN; PADRE DE NUESTRA PATRIA
Hace 200 años tuvo lugar una de las hazañas más grandes de la historia de América: el cruce del imponente macizo de los Andes en pos de afianzar la independencia argentina y alcanzar la emancipación de Chile y Perú.
Para comprender las dimensiones de la empresa que encararon el general José de San Martín y su pequeño aunque aguerrido ejército, cabe señalar que el frente de campaña era de 800 kilómetros de largo y que en el ancho de la región montañosa alcanzaba los 350 kilómetros. Mientras los destacamentos menores franquearon el macizo a los 4500 metros sobre el nivel del mar, el grueso lo hizo a los 3000. Los recorridos máximos y mínimos realizados sumaban 750 y 380 kilómetros, respectivamente, y, para llegar a Chile por el paso de Los Patos, se hacía necesario trasponer cuatro cordilleras, la más elevada por el paso de El Espinacito, ubicado a 4536 metros sobre el nivel del mar.
Eso en cuanto a la colosal tarea de trasponer la Cordillera para cruzar armas con las fuerzas realistas, apenas se alcanzase el valle del Aconcagua. Pero el ingente esfuerzo colectivo había empezado mucho antes, desde que el Libertador se hizo cargo de la gobernación intendencia de Cuyo y comenzó la ímproba labor de disciplinar y armar un verdadero ejército, diferente de los que hasta entonces habían luchado con los realistas en distintos frentes abiertos por la Revolución. Las rencillas entre los jefes, germen de confusión e indisciplina, que San Martín había conocido y castigado en el Ejército del Alto Perú, tenían que ser reemplazadas por una convicción profunda acerca de la meta por cumplir, que comprometiese hasta el último soldado. Y la empresa no debía constituirse en patrimonio de los hombres de armas, sino en una gran faena que involucrara al pueblo.
Decirlo resulta simple, pero lograrlo implicó una férrea voluntad del conductor y un apoyo irrestricto de la sociedad. También fue un desafío para quienes habían asumido la pesada carga de gobernar un país jaqueado por las ambiciones de algunos actores políticos, enfrentado por la guerra civil que incendiaba el Litoral, empobrecido y limitado por las distancias y el desierto. San Martín tuvo sus puntales entre los diputados ante el Congreso de Tucumán, que comprendieron que sancionar la independencia resultaba indispensable para legitimar la acción libertadora; en el digno y activo director supremo Juan Martín de Pueyrredon, que no vaciló en poner el magro erario en favor de la causa; en el noble general Manuel Belgrano, jefe del Ejército del Norte con asiento en la sede de la magna asamblea, y en el general Martín Miguel de Güemes, a cargo de la defensa de la frontera norteña. Y, por cierto, contó con la adhesión inclaudicable del pueblo cuyano, que lo dio todo.
Fue una empresa colectiva, a la que se sumaron los emigrados chilenos encabezados por O'Higgins; una hazaña que deberíamos tener en cuenta los argentinos de hoy. Inmersos en lo cotidiano, golpeados por el constante impacto que produce el conocimiento de indignos hechos de corrupción, sacudidos por la inseguridad y otras calamidades, parecemos inmunes a la búsqueda del bien común. Y en lo que se refiere a la evocación de nuestro glorioso pasado, y concretamente de una proeza que en otras partes del mundo hubiese generado múltiples recordaciones, nos sumimos en la más completa y penosa indiferencia.
Como síntesis de lo que significó el cruce de los Andes, que comenzó por parte del grueso del ejército el 18 de enero de 1817 -antes habían partido otros cuerpos por rutas secundarias-, merecen ser citadas las espartanas palabras con que el Libertador comunicó la victoria obtenida el 12 de febrero de aquel año en la cuesta de Chacabuco: "Al Ejército de los Andes queda la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos libertad a Chile".
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