lunes, 30 de enero de 2017

HIROSHIMA; JAPÓN

Hiroshima, Japón.



Hiroshima es el Ave Fénix de los infiernos del mundo. A la devastación nuclear respondió atreviéndose al futuro. Su mensaje es para la raza humana. Esa misma que olvida la certeza del próximo amanecer. Esa misma que prohija a sus propios depredadores. Hiroshima nos alerta sobre lo peor de lo que el hombre es capaz pero también nos conmociona con su poder de redención desde la destrucción total.
Hoy, la primera ciudad que sufrió un ataque nuclear se considera a sí misma la ciudad de la paz. “Parque Memorial de la Paz” se llama el jardín dedicado al recuerdo de las víctimas. Cuando llegué, mi cámara registró el sobrenatural vuelo de una bandada de pájaros que de pronto parecían origamis trazando una poesía de paz sobre ese domo que resistió la explosión, a pesar de estar a sólo metros del epicentro del impacto. Como quedó ese día se levanta hoy. Simboliza la resistencia, el horror nuclear, y el clamor por Paz.
No es casual que uno vea en esos pájaros a las míticas grullas que en su versión de papel plegado -“origami”-, son protagonistas de una de las historias más conmovedoras de este parque. El “Monumento a los Niños” es, precisamente, una niña cuyos brazos se elevan hacia el cielo con una grulla en origami. Está basada en una historia real, triste y esperanzadora a la vez. Sadako Sasaki fue una nena que murió por la radiación nuclear, pero que encontró fuerzas para luchar haciendo estas aves de papel con gran laboriosidad. Ella estaba convencida de que si llegaba a plegar mil grullas iba a poder curarse. Hoy en día, al pie de la estatua miles de peregrinos de todo el mundo dejan sus origamis y tocan la campana que convoca a la paz bajo la estructura. Créanme que cuando la hice sonar me embargó una emoción que no puedo describir, o no quiero describir para que permanezca indefinible y pura en mi memoria y en su imaginación.


Antes de llegar al corazón del memorial hay otra escultura que cautiva desde la ternura de su mensaje. Es una madre con su niño en brazos. El pequeño toca una trompeta hacia el cielo y ambos se posan sobre una luna creciente. Obra del arquitecto Katzuso Entsuba, está acompañada de un poema grabado en la piedra: “Desde el padre al hijo, no el ayer sino el mañana, la luna creciente será luna llena. Quiero hacer sonar la trompeta por paz en busca de un nuevo futuro”.

En una línea recta, perfecta e imaginaria se unen otros dos símbolos al Domo de la Bomba Atómica. Son la llama de la Paz -encendida sobre una estructura que parece alada- y montada en una pileta frente al arco de mármol que cubre el cenotafio con los nombres de todas las víctimas. Fueron 140 mil las personas que murieron por la devastación. En un rincón del parque fueron sepultadas las cenizas de unas 70 mil víctimas no identificadas. Por todo esto quizás, al tomar el tren de regreso, miré con mucha más admiración el trazado de esta metrópoli industrial, que de noche anoticia con enormes carteles luminosos de todas las plantas de automóviles que hacen famosos a los japoneses. Todo eso surgió de la nada. Pero el espirítu humano puede incluso con la obliteración total. Por eso Hiroshima es el Ave Fénix de esta llama que no se apaga.

Cuando uno llega hasta el cenotafio para decir una plegaria, descubre que puede ver los tres símbolos notables desde ese lugar del parque diseñado por el arquitecto japonés Kenzo Tange: el Domo, la llama y el arco de mármol sobre el féretro.

No sabía lo que me pasaría interiormente al llegar allí. Vi flores frescas y un muñequito de tela. Recuerdo que hacía mucho frío y un leve sol se ponía a mis espaldas. Primero apoyé una rodilla y en suma quietud sentí la historia del mundo resumida ante mí en su peor pecado, en su acto más inmoral. Sentí que estar ahí era estar en el lugar de la conciencia del mundo. Cuando me arrodillé por completo, una palabra salió de mis labios: “Perdón”.
Siempre pediremos perdón por Hiroshima. Siempre será nuestro deber pedir perdón por Hiroshima. Para ser guardianes de que no se repita la historia.

C. P. 

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