Jorge Sigal
Hablar de pluralismo es sencillo; ejercerlo, no tanto.
Hace un año, cuando nos hicimos cargo de los medios públicos, Hernán Lombardi declaró que la diversidad no es sólo un derecho y una obligación, sino también la única forma de vivir en una auténtica democracia.
Se puede respetar la forma de pensar del otro porque las leyes y la Constitución así lo determinan: no castigo al que piensa distinto porque si lo hago recibiré una sanción. La norma es una herramienta legítima de las sociedades civilizadas. Es posible asimismo que ese respeto por las ideas de los demás no sea producto del convencimiento, sino de la necesidad. Para decirlo más sencillo: no reprimo a mi oponente porque no tengo la fuerza suficiente para hacerlo. Despojados de hipocresías, digamos que esto último ha sucedido muy menudo en la Argentina. Hay gente que es muy democrática y tolera las diferencias mientras no tenga otra opción. Vamos, admitámoslo sin vueltas, es mucho más simple ser generoso con el oponente cuando uno no puede con él que por autolimitación de la fuerza propia.
El escritor israelí Amos Oz escribió un pequeño libro que debería ser obligatorio para los amantes de la convivencia. Lo tituló Contra el fanatismo. Es muy interesante la experiencia de recorrer esas ciento y pico de páginas porque están atravesadas por la propia experiencia de este intelectual en los laberintos de la intolerancia en su país. Oz llega a una conclusión dramática: "Lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es integridad, lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es idealismo, lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es determinación. Lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo es fanatismo y muerte".
O sea, no hay opción. Se vive con el diferente o se entierra la civilización.
Al comienzo nomás de asumir mi cargo, una de las reacciones que más me sorprendió fue la de aquellos que nos pedían que hiciéramos listas negras. Parecían ansiosos por vernos convertidos en la contracara de nuestros antecesores. La venganza es un atributo muy arraigado de la condición humana. Mucho más, por supuesto, que la convivencia, el respeto y la tolerancia.
La construcción de la paz suele ser más difícil que la pelea. Finalmente, el enfrentamiento es una forma de la simplificación. En cambio, la arquitectura de la convivencia requiere de cierta sofisticación. Además, de tiempo y paciencia.
También los reclamos de censura, prohibiciones y otras variables de la arbitrariedad se sostienen en pulsiones simplistas. Es más simple elaborar listas negras que hacer el esfuerzo por sostener proyectos con gentes de diferentes maneras de pensar.
Cuando inauguramos la muestra sobre José Luis Cabezas en la Televisión Pública Argentina, Gladys, la hermana del reportero asesinado hace veinte años, denunció que su familia no había entrado al canal durante casi un lustro. Nadie los llamaba, los habían borrado de la lista de "entrevistables".
Me pareció una revelación increíble. He tratado de darle vueltas al asunto y no le encuentro lógica alguna. ¿A qué trasnochado se le ocurrió que, en nombre de los derechos humanos, de la lucha contra "los monopolios y el poder concentrado", era una buena idea silenciar a la familia de un reportero gráfico asesinado por descubrir el rostro de uno de los hombres más poderosos de la Argentina? ¿Quién fue el genio que decidió incluir a la víctima más emblemática de la lucha por la libertad de expresión de la etapa democrática en la lista de los innombrables? ¿Para qué lo hizo? ¿Por qué?
Llegué a una triste conclusión. Es posible que, como en La vida de los otros, la extraordinaria película sobre el espionaje de la policía secreta en tiempos de la Alemania comunista, un triste y gris burócrata haya decidido, simplemente, que el emblema Cabezas no se ajustaba exactamente a los parámetros establecidos por la nomenclatura gobernante. Y decidió quedar bien con algún jefe. Así. Sin más. La arbitrariedad no es hija de la inteligencia, sino del miedo a perder el poder. Se acumula por prevención. Y la ejercen tipos mediocres al servicio de supuestas causas superiores.
Es importante comprender que el verdadero problema es la discrecionalidad. Son las personas que se sienten con derecho a determinar quién debe y quién no debe tener voz. O, llevado a los extremos, vivir. Por eso, la democracia, aunque imperfecta, es preferible a cualquier otro sistema conocido: permite mecanismos para atenuar las tentaciones autoritarias. Es una arquitectura que se sostiene en la negociación y en el equilibrio de las representaciones.
Por último, digamos que el respeto al pluralismo no es sólo una cuestión de principios. Nosotros estamos convencidos de que la diversidad, la confluencia de los que piensan distinto, aumenta la potencialidad de las sociedades. Los países que han sabido multiplicar en lugar de dividir, llegan a mejor destino. Generan pueblos más felices y realizados. De la amalgama de los diferentes nacen los mejores proyectos. "En Chile no sobra nadie", dijo alguna vez la presidenta Michelle Bachelet. Nosotros creemos que en la Argentina tampoco. Y en esa dirección trabajamos en los medios públicos. Para lograrlo necesitamos, además de la convicción de las autoridades, instituciones arraigadas que representen esa diversidad. Y una sociedad que los sienta propios, imprescindibles. Y que los preserve de los dueños de la verdad.
Secretario de Medios Públicos
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