miércoles, 17 de mayo de 2017

EL GENIO DE CARL SAGAN; LECTURAS RECOMENDADAS

En medio de un solitario páramo salpicado, aquí y allá, de manchones verdes, la enorme antena parabólica se recorta blanquísima contra un cielo azul profundo. La vemos a unos metros de distancia, desde la sala de control donde se encuentra la consola que comanda esta impactante estructura de 610 toneladas.
De repente, en una de las pantallas, se dibuja una línea amarilla con "montañas" y "valles" muy regulares, que hacen pensar en el trazado del electrocardiograma de un robot. "Está llegando la señal de la sonda ExoMars", explican con entusiasmo Augusto De Nevereze, Fabricio Cinta y Juan Pablo Galera, tres de los siete ingenieros mendocinos que se ocupan de la operación y el mantenimiento del monumental oído cósmico que instaló aquí la Agencia Espacial Europea.
La imagen hace revivir la fantasía y el asombro que nos invadieron en los años setenta, cuando Carl Sagan contó, con singular maestría, la historia de la misión Voyager, las naves que hoy surcan la noche interestelar llevando mensajes humanos en un viaje hacia el infinito.

En Murmullos de la Tierra, cuenta que la idea de un mensaje sellado para el futuro lo cautivó desde que, antes de cumplir cinco años, lo llevaron a la Feria Mundial de Nueva York de 1939, donde se exponían las maravillas de lo que se suponía que sería el mundo de mañana. Allí lo deslumbró una "cápsula del tiempo" en la que habían guardado periódicos, libros y artefactos de ese año y que sería enterrada en Flushing Meadows para que fuera abierta en alguna época distante.



Ya astrónomo, teniendo en cuenta que la Tierra es apenas un pequeño planeta que gira alrededor de una estrella entre los miles de millones que forman la Via Láctea, y que las estimaciones más optimistas situaban la civilización más próxima (en el caso de que existiera) a unos cuantos centenares de años luz (que es lo mismo que decir a billones de kilómetros de distancia), se fascinó con la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Por esa época ya se habían percatado de que una buena forma de comunicarse sería enviando o captando emisiones de radio.

El primer mensaje partió desde el radiotelescopio de Arecibo, en 1974. Desde entonces la búsqueda siguió activa y originó múltiples iniciativas. (En estos días, precisamente, se dieron a conocer resultados del programa Breakthrough Listen, que escanea un millón de estrellas cercanas a la Tierra con tres de los radiotelescopios más sensibles de la actualidad. De las primeras 692, encontraron 11 potenciales señales extraterrestres; ninguna resistió un segundo análisis.)



Pero Sagan no podía resistirse a la idea de enviar "algo" físico y se propuso hacer su propia "cápsula del tiempo" y enviarla en las Voyager, lanzadas en 1977 para hacer el primer estudio detallado de Júpiter, Saturno, sus lunas y anillos. Después de cumplir con su misión, y por la aceleración que recibirían al pasar cerca de Júpiter, las sondas serían eyectadas hacia el espacio interestelar y entrarían en órbita alrededor del centro de la Via Láctea, donde completarían una vuelta ¡cada 250 millones de años! Ambas llevan un disco de oro con música, imágenes y datos de nuestra ubicación en el espacio en lenguaje matemático.

Arthur Clarke recomendó incluir un mensaje diciendo: "Por favor, no me toquéis, dejadme continuar hacia las estrellas". Otros, el dibujo de Leonardo de un hombre con los brazos abiertos, la música de Beethoven, Mozart y Bach, piezas étnicas y cantos gregorianos. También se incluyeron un centenar de fotos de la Tierra y más de cincuenta saludos en otras tantas lenguas. Uno de ellos dice: "Amigos del espacio, ¿cómo estáis todos? ¿Habéis comido ya? Si tenéis tiempo, venid a visitarnos".

Carl Sagan fue un visionario que nos inspiró y supo hacer volar nuestra imaginación. Y por eso le estaremos agradecidos. Siempre.
N. B. 

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