La herida, de Jorge Fernández Díaz
El oscuro poder detrás del poder
La habilidad narrativa de Jorge Fernández Díaz sorprende hasta en sus columnas políticas de los domingos, donde las pujas ideológicas y las jugadas políticas adquieren textura novelesca. En 2014 y sin apartarse un centímetro de la realidad nacional -al contrario, ahondando en ella-, Fernández Díaz comenzó a ofrecernos con su novela El puñal el revés de las tramas que firma los domingos en la página de Opinión de este diario, y continúa ahora con La herida, que conserva hasta la última página el mismo ritmo de vértigo e intriga sin pausa que la ubican al tope de los best sellers desde su aparición.
Aunque las crónicas y las investigaciones periodísticas sacan a la luz porciones cada vez más suculentas de nuestra realidad oculta, la única que logra ofrecernos un amplio y vivo fresco de nuestro presente es la ficción. Aquello que Fernández Díaz no puede volcar en su columna porque sus fuentes lo negarán a muerte es la materia de ambas novelas, la cruda verdad de cómo funciona nuestra democracia formal tras su fachada, "el poder detrás del poder": cómo y por qué se hacen y deshacen las sentencias judiciales, las leyes, las decisiones de los gobernantes, los artículos de periodistas venales, las traiciones a la Justicia de jueces igualmente venales y las ramificaciones del narcotráfico. Y moviendo la prodigiosa maquinaria del engaño en la Argentina secreta, los agentes de inteligencia, "los servicios", personajes centrales que en un juego de espejos trabajan simultáneamente para amigos y enemigos, para quien pague o amenace, pero, por encima de todo, para ellos mismos.
En el protagonismo de los servicios radica el acierto novelístico del autor para pintar el país real en el que un policía o un detective no serían creíbles y un periodista carecería de capacidad de maniobra. Pero un espía como Remil nos lleva de la mano mientras traiciona y es traicionado en el submundo de la Inteligencia puesta al servicio del poder político, económico y mafioso sin fronteras claras entre sí.
Se trata de un veterano de Malvinas ("hijo de remil putas", lo bautizó con cariño un sargento mayor en Puerto Argentino), luego reclutado en Campo de Mayo como comando y más tarde como espía de una agencia clandestina, La Casita, que dirige el refinado Leandro Cálgaris, un amante del arte, el jazz y la navegación a vela. La Casita es una creación de La Casa (la ex SIDE, sigla que jamás aparece en estas páginas) para ejecutar las tareas más sucias que encargan y pagan políticos, sindicalistas, empresarios, periodistas y grupos narcos. En la jerga, Remil es un "martillo" y Cálgaris un "bisturí". "Los primeros mueren jóvenes, los segundos hacen carrera", explica Remil, a quien La herida le deparará los duros golpes de una misión doble anticipada por dos escenas iniciales. Una monja que trabaja en una villa miseria se despoja de su hábito y, desnuda, lo arroja a una caldera para luego desaparecer, mientras en una provincia patagónica una joven pintora recibe un golpe mortal.
El papa Francisco quiere ubicar a la monja, y así se lo pide a Cálgaris un torvo sacerdote salesiano en Roma. El asesinato de la joven en el sur está relacionado con la familia de un gobernador corrupto que quiere remontar en las encuestas y contrata los servicios de una ambiciosa asesora y una actriz madura. Remil deberá asistir a ambas, y al gobernador y su familia, auxiliado por un hacker, un veterano policía retirado y la psiquiatra y astróloga de La Casita. Los lagos y estancias del sur, los hoteles de cinco estrellas y las callecitas centenarias de Roma y Florencia son los escenarios de trampas y persecuciones. Remil narra y junto con él nos vamos enterando de que muy poco es lo que parece y el juego va cambiando. Fernández Díaz no abusa de las sorpresas. No lo necesita. Su estilo cortante de policial negro y la ironía de Remil llevan adelante una trama que jamás decae y que en una de las dos historias tiene un final abierto que preanuncia una casi segura continuación.
La sufrida mujer del gobernador corrupto cree que "todos fuimos heridos alguna vez, la herida fundamental, y nos pasamos la vida luchando contra ese accidente de la vida que algunos ni siquiera son capaces de reconocer". Quizá ciertos países también arrastran una herida fundamental.
LA HERIDA
Por Jorge Fernández Díaz
Planeta. 344 págs., $ 549
J. U. B.
Aunque las crónicas y las investigaciones periodísticas sacan a la luz porciones cada vez más suculentas de nuestra realidad oculta, la única que logra ofrecernos un amplio y vivo fresco de nuestro presente es la ficción. Aquello que Fernández Díaz no puede volcar en su columna porque sus fuentes lo negarán a muerte es la materia de ambas novelas, la cruda verdad de cómo funciona nuestra democracia formal tras su fachada, "el poder detrás del poder": cómo y por qué se hacen y deshacen las sentencias judiciales, las leyes, las decisiones de los gobernantes, los artículos de periodistas venales, las traiciones a la Justicia de jueces igualmente venales y las ramificaciones del narcotráfico. Y moviendo la prodigiosa maquinaria del engaño en la Argentina secreta, los agentes de inteligencia, "los servicios", personajes centrales que en un juego de espejos trabajan simultáneamente para amigos y enemigos, para quien pague o amenace, pero, por encima de todo, para ellos mismos.
En el protagonismo de los servicios radica el acierto novelístico del autor para pintar el país real en el que un policía o un detective no serían creíbles y un periodista carecería de capacidad de maniobra. Pero un espía como Remil nos lleva de la mano mientras traiciona y es traicionado en el submundo de la Inteligencia puesta al servicio del poder político, económico y mafioso sin fronteras claras entre sí.
Se trata de un veterano de Malvinas ("hijo de remil putas", lo bautizó con cariño un sargento mayor en Puerto Argentino), luego reclutado en Campo de Mayo como comando y más tarde como espía de una agencia clandestina, La Casita, que dirige el refinado Leandro Cálgaris, un amante del arte, el jazz y la navegación a vela. La Casita es una creación de La Casa (la ex SIDE, sigla que jamás aparece en estas páginas) para ejecutar las tareas más sucias que encargan y pagan políticos, sindicalistas, empresarios, periodistas y grupos narcos. En la jerga, Remil es un "martillo" y Cálgaris un "bisturí". "Los primeros mueren jóvenes, los segundos hacen carrera", explica Remil, a quien La herida le deparará los duros golpes de una misión doble anticipada por dos escenas iniciales. Una monja que trabaja en una villa miseria se despoja de su hábito y, desnuda, lo arroja a una caldera para luego desaparecer, mientras en una provincia patagónica una joven pintora recibe un golpe mortal.
El papa Francisco quiere ubicar a la monja, y así se lo pide a Cálgaris un torvo sacerdote salesiano en Roma. El asesinato de la joven en el sur está relacionado con la familia de un gobernador corrupto que quiere remontar en las encuestas y contrata los servicios de una ambiciosa asesora y una actriz madura. Remil deberá asistir a ambas, y al gobernador y su familia, auxiliado por un hacker, un veterano policía retirado y la psiquiatra y astróloga de La Casita. Los lagos y estancias del sur, los hoteles de cinco estrellas y las callecitas centenarias de Roma y Florencia son los escenarios de trampas y persecuciones. Remil narra y junto con él nos vamos enterando de que muy poco es lo que parece y el juego va cambiando. Fernández Díaz no abusa de las sorpresas. No lo necesita. Su estilo cortante de policial negro y la ironía de Remil llevan adelante una trama que jamás decae y que en una de las dos historias tiene un final abierto que preanuncia una casi segura continuación.
La sufrida mujer del gobernador corrupto cree que "todos fuimos heridos alguna vez, la herida fundamental, y nos pasamos la vida luchando contra ese accidente de la vida que algunos ni siquiera son capaces de reconocer". Quizá ciertos países también arrastran una herida fundamental.
LA HERIDA
Por Jorge Fernández Díaz
Planeta. 344 págs., $ 549
J. U. B.
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