Repensar el mundo whatsappeado
Por Alejandro Fidias Fabri
La profesión me llevó en la década de los 80 a realizar un largo período de capacitación en el Japón, paradigma industrial de la época. Allí conocí y utilicé por primera vez los cajeros automáticos, las máquinas dispensadoras de sopa, los juegos electrónicos, etc. -cuando en la Argentina lo más avanzado era el control remoto del televisor. En una oportunidad fui a tomar un café a un bar de Osaka cuyas mesas eran pantallas horizontales del videojuego Pac-Man (pakku manu, en onomatopeya japonesa). Todavía retumban en mis oídos los molestos y repetitivos ruidos electrónicos de ese bar debido a los comensales jugando cada uno concentrada y aisladamente al Pac-Man. No entendí mucho el desinterés que demostraban hacia el simple hecho de mantener un diálogo con el otro en oportunidad de compartir un café. Pero de alguna manera en ese evento reconocí la raíz de la operación de construcción de una subjetivación personal y social que en el futuro se iría radicalizando hasta llevarnos a la configuración que hoy tenemos como sujetos, a lo que hoy somos: seres atomizados e hiperconectados atravesados -o aturdidos- por un mar de información digital.
Algunas décadas después observo a esta subjetivación en su esplendor. Y presenta un doble rostro: moldea o configura la cohesión social ultracomunicada pero al costo de la atomización de los individuos. Ya no somos masas cohesionadas corporalmente, sino un conjunto de seres atomizados interconectados por el flujo mediático trasmitido por nuestros dispositivos electrónicos. Esta hiperconectividad viene a compensar la descorporalización de los vínculos a través del exceso de conectividad, el exceso de información digital: una suerte de ¨tengo un buen vínculo con el otro porque intercambio mucha información digital o, envío y recibo información digital, luego existo¨.
Y podemos profundizar este análisis con el solo pensar al operador estructurante que es el WhatsApp. Whatsapp y what´s up son frases homófonas y seguramente en esta aplicación de mensajería instantánea esté pensado el doble -o triple- juego: ¨what´s up¨ es un modismo coloquial norteamericano para saludar, y quiere decir algo así como ¨qué tal¨ o ¨qué pasa¨. Este saludo se puede responder con un ¨nada¨ o se lo puede tomar textualmente -¨qué hay arriba¨, y responder ¨el cielo¨. Y si bien pareciera ser real que arriba nuestro esté el cielo, no tengo claro si lo que genera no es un entorno de infierno de cocción lenta.
Bien, a este entorno que vivimos lo podemos referir como un ambiente predominantemente conectivo de información digital, fluimos en un río que nos interconecta y hace las veces de piel humana virtual. Y hasta se puede llegar al límite que ocurra que en este fluir tengamos que garantizar al otro nuestra humanidad mediante los CAPTCHAS que nos cuestionan si somos humanos u ordenadores. Claramente un mundo de identidades y vidas precarizadas pero hiperconectadas.
Y es así que la aplicación Whatsapp me lleva a una reflexión: he observado que el tipo de discurso utilizado al enviar un mensaje grabado es muy diferente al que se mantiene en el diálogo de una conversación telefónica. Y hasta lo podría pensar como un extraño matiz del discurso de diván de la terapia: uno está hablando solo, permitiéndose una cierta reflexión, una cierto pensamiento en voz alta, en el cual el otro pasa a ser una figura imaginada que se puede confundir con el sí mismo, hay como una cierta liberación de la barrera moral, del propio tribunal de la conciencia. Es un discurso de alguna manera intimista, solipsista, que no contiene las inflexiones de voz del interlocutor que permitan ir autocorrigiéndolo. El emisor se imagina al receptor, pero no es regulado ni por éste ni por él mismo. Es un discurso que se da con dos principios de realidad, uno conocido y otro imaginado, no otro real. Crea un ambiente intimista que permite que el hablante explore libremente sus pensamientos, es una suerte de discurso privado, con pocas o sin inhibiciones, aunque finalmente haya un receptor real, y tenga consecuencias. Es algo que me inquieta.
Y para cerrar, lo que me ocupa sobre el mundo ultratecnologizado me lleva a pensar que solo el poetizar nos puede alertar de lo inquietante: ¨…confusión, computación, marginación…¨ (Predicción, Hermética).
Y es así que la aplicación Whatsapp me lleva a una reflexión: he observado que el tipo de discurso utilizado al enviar un mensaje grabado es muy diferente al que se mantiene en el diálogo de una conversación telefónica. Y hasta lo podría pensar como un extraño matiz del discurso de diván de la terapia: uno está hablando solo, permitiéndose una cierta reflexión, una cierto pensamiento en voz alta, en el cual el otro pasa a ser una figura imaginada que se puede confundir con el sí mismo, hay como una cierta liberación de la barrera moral, del propio tribunal de la conciencia. Es un discurso de alguna manera intimista, solipsista, que no contiene las inflexiones de voz del interlocutor que permitan ir autocorrigiéndolo. El emisor se imagina al receptor, pero no es regulado ni por éste ni por él mismo. Es un discurso que se da con dos principios de realidad, uno conocido y otro imaginado, no otro real. Crea un ambiente intimista que permite que el hablante explore libremente sus pensamientos, es una suerte de discurso privado, con pocas o sin inhibiciones, aunque finalmente haya un receptor real, y tenga consecuencias. Es algo que me inquieta.
Y para cerrar, lo que me ocupa sobre el mundo ultratecnologizado me lleva a pensar que solo el poetizar nos puede alertar de lo inquietante: ¨…confusión, computación, marginación…¨ (Predicción, Hermética).
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