miércoles, 20 de diciembre de 2017

PENSAMIENTOS COMPLEJOS



Ya definitivamente lanzados al tobogán de fin de año, aunque los villancicos celebren las "noches de paz y amor", la realidad nos devuelve un escenario espeluznante. Mientras intentamos cerrar las cuentas pendientes (tanto económicas como afectivas), se multiplican los compromisos y atravesamos la ciudad corriendo de "balance" en "despedida", de "jornada" en "asamblea general", de "anuncio" en "sesión especial", al tiempo que nuestros celulares nos advierten sobre aviones que se estrellan, violencia, reuniones convulsionadas en el Congreso, protestas, marchas, piquetes y cortes en esquinas neurálgicas de nuestras ciudades...
En cualquier momento, no importan las precauciones que tomemos, caemos en un embotellamiento cósmico. Nos sentimos como en el cuento de Cortázar "La autopista del sur", en el que en una tarde de verano, entre Fontainebleau y París, se produce un atasco monumental que detiene el tránsito durante días. Esperando que el flujo de autos se reinicie, llega la noche y vuelve a amanecer, los transeúntes se enamoran, se enferman, se organizan en grupos para buscar agua, se abandonan, se mueren.
¡Y pensar que hace unas horas, con un grupo de astrónomos que participaban del encuentro Galaxias Distantes desde el Lejano Sur, caminábamos en Bariloche frente a la postal idílica del lago Nahuel Huapi, el cielo azul y la silueta de las montañas a lo lejos! Atribulados por las complicaciones, a las que se agrega el consumo incontrolable de la información de todo tipo que nos llega sin cesar por las múltiples vías de nuestro sistema nervioso digital, la fantasía de una dicha bucólica de cuento apto para todo público es eclipsada por la angustia y la irascibilidad.

Desde hace mucho, los médicos advierten que nuestro actual estilo de vida es una amenaza latente; por ejemplo, por las consecuencias de las largas jornadas de trabajo y la falta de sueño.
En un artículo escrito a comienzos del año, "Infoxicados, las noticias como veneno", Daniel Flichtentrei, autor de La verdad y otras mentiras. Historias de hospital (Ediciones IntraMed), describe los efectos de la sobrecarga de información que advierte en sus pacientes. "Todos los días asisto a personas que se sienten agotadas, sin iniciativa, con temor a enfrentar la vida cada mañana -afirma-. Algunos tienen pánico al salir a la calle, otros sienten que los acecha un peligro inminente, aunque no puedan identificarlo con precisión. Están agobiados, aterrorizados, desfallecientes. El futuro ha dejado de ser el tiempo que tienen delante para concretar sus sueños. Sus deseos están en el pasado. Lo que sueñan es lo que han perdido (...) Han reemplazado la esperanza, que siempre ha sido un motor, por la nostalgia, que no conoce otra melodía que su lamento".

Flichtentrei sugiere que semejante sobreestimulación nos mantiene preparados en todo momento para cosas que nunca suceden, y que esto puede tener efectos devastadores. "El sistema nervioso central es un tremendo laboratorio adaptativo de simulación y anticipación. Un rugido en la noche paleolítica, una sombra amenazante en la madrugada en una calle oscura, un grito a nuestra espalda, el sonido metálico de una pistola martillada bastan para que nuestro cerebro se dispare enloquecido para prepararnos para lo posible. ¿Pero qué ocurre si esto sucede todo el tiempo?".



Martina Rua y Pablo Fernández cortan por lo sano y directamente recomiendan en La fábrica de tiempo (Editorial Conecta, 2017) apagar el celular. Ese aparatito que veneramos "es el ejemplo máximo de otros dispositivos diseñados para engancharte, es una máquina de generar falsas urgencias", aseguran.

Flichtentrei se pregunta si la información, como los fármacos, no reclamará una dosificación, vías de administración adecuada, y si no tendrá dosis tóxicas y letales en individuos hipersensibles. En momentos como estos, cargados de emociones, parece una propuesta para tener en cuenta.

Ya lo decía la inefable Mafalda: "Paren el mundo, que me quiero bajar".

N. B.







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