domingo, 15 de enero de 2017

ANDALUCÍA DE MIS MEJORES RECUERDOS

Hace mucho tiempo, tuve la suerte de pasar un año en Andalucía, precisamente en Sevilla, donde el festejo al romance y la vida están a flor de piel. Son los andaluces los reyes de la sencillez y del buen vivir.
Una tierra regida por un sol implacable que desentraña felicidad por los contornos y caderas humeantes del Guadalquivir, con su torre de oro, que lució esperanzas y riquezas con la conquista de América. O por la catedral de la Giralda, que cobija entre azahares de hermosos naranjos y marchas de Semana Santa; una fiebre cristiana y pagana que simboliza la sangre mora de sus ancestros que conviven en cada paso, con un pueblo que en todas las esquinas festeja, al ocaso, de pie en la calle, el arte de beber una caña helada, entre bocados de tortillas y cuchilladas de Jabugo.
Llegué por primera vez una mañana de diciembre, y cuando procedía a instalarme en el hotel Doña María me encontré con un amigo que, sin darme tiempo a dejar la valija, me invitó a un rejoneo en el campo de los de Peralta. Allí se mide. Toro, caballo y jinete.


El andaluz, sea señorito o gitano, festeja y excita lascivamente el romance con sus símbolos más preciados, que son, quizás, el arte taurino, el fino, la sevillana, la cristiandad pagana y, por qué no, las doradas y lubinas a la sal, que en aquellos años se comían al kilo, en La Dorada. Las piezas llegaban a la mesa cubiertas por sus costras de sal, destilando dulzura y humedad mediterránea, servidas apenas con un hilo de aceite de oliva y papa hervida.
Esa mañana, luego de los toros en lo de Peralta, se formó una extensa rueda de sillas al aire libre y los invitados de a decenas sacaron sus guitarras y dieron comienzo a una tarde de sevillanas. En el centro del ruedo, niños y adultos bailaron con pasión, entre batir de palmas, castañuelas y mantones de Manila. Al atardecer, ante la reiterada insistencia de los participantes, un señor mayor con peso contundente aceptó pasar al ruedo con su mujer. Tomó su guitarra entre barrigas y procedió a cantar parado, mientras giraban lentamente mirándose a los ojos, el bolero Piensa en mí. Se lo cantaron el uno al otro, boca a boca, lo que hacía sentir que se bebían en cada palabra entre roces de alientos y labios.
Quizás, en mi memoria, son el tango y la sevillana los bailes más elegantes y sensuales. El tango con su drama y espera de corte y quebrada, apoyos y roces carnales. La sevillana con su sensual descaro de provocación de zapateadas y miradas. Los ojos que se miran, hablan de siglos de incitación, impulso, urgir y desafío. Este lenguaje esté quizás resumido de mejor manera en la película Carmen, con música de la ópera de Bizet, dirigida por Carlos Saura con la actuación y guitarra de Paco de Lucía, y el bailaor Antonio Gades con Cristina Hoyos.


La procesión de las vírgenes en Semana Santa por la ciudad tiene un aire austero y solemne, ellas salen de sus iglesias llevadas en andas por los costaleros, seguidas por sus fieles y cuando se cruzan unas con otras en las esquinas, se paran, midiendo y provocando al canto espontáneo de las saetas desde los balcones.
Con la primavera llega la Feria de Abril, un festejo que dura varios días al aire libre, donde se puede acceder por invitación a pequeñas carpas privadas, llamadas casetas, donde se baila y se bebe fino sin moderación.
Finalmente cierra los festejos, la procesión de la Virgen del Rocío, que desde Sevilla lleva varios días a caballo y carretas. Durante la misma, de día, se reza bajo el sol y llegada la noche se practica la alegría y un promiscuo libertinaje que da luego lugar, a otro día de ferviente beatitud.
Como cantan Los Del Río: Sevilla tiene un color especial.

F. M. 

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