viernes, 6 de enero de 2017

CINE RECOMENDADO


Emociones fuertes, film apasionante
Aquarius (Brasil-Francia, 2016)
/ Dirección y guión: Kleber Mendonça Filho / Fotografía: Pedro Sotero, Mauricio Tadeu / Edición: Eduardo Serrano / Elenco: Sonia Braga, Maeve Jinkings, Irandhir Santos / Duración: 142 minutos
Para su tercer largometraje, Kleber Mendonça Filho partió de dos revelaciones importantísimas. La primera, que Sonia Braga merecía volver al cine de Brasil con un rol inolvidable. La segunda, que el cine brasileño merecía una historia que pudiera provocar emociones fuertes. Mendonça Filho también supo que el punto de partida no necesitaba ser original: aquí una viuda vive, con su mucama, en un departamento de un edificio que una constructora quiere derribar. Ya compró todas demás unidades: falta la de esta señora. La viuda es Clara (Braga), crítica musical de familia tradicional de Recife, con una vitalidad refulgente, que puede provocar deslumbramiento y también incluso rechazo. El perfil de Clara como crítica musical es definitorio para algunas de sus características, y Kleber sabe de críticos.


En Aquarius los espacios y sus alrededores se definen con una habilidad de puesta en escena que deslumbra: los sonidos del afuera se integran de manera seductora, rica en variantes, como pasaba en el segundo largometraje del director, Sonidos vecinos (2012). El espacio de Recife se trabaja en comparación con Río y también en sus fronteras sociales, y marcarlas durante una caminata es uno de los tantos detalles destacables. La película respira porque sus personajes se mueven, es parte de su oxígeno diario. El film comienza con una fiesta de hace décadas, en la que se recuerda otro pasado anterior, el de la tía Lucía, un personaje del que podría surgir otro relato independiente. Y no suele pasar en el cine latinoamericano, pero Aquarius ofrece ejemplos brillantes de cómo poner en escena sexo de forma no melindrosa, y de cómo musicalizar con logros a la altura de las ambiciones.


Una película de guerra, un héroe inusual, un director volcánico
Hasta el último hombre
(Hacksaw ridge, Australia-Estados Unidos, 2016) / Dirección: Mel Gibson / Guión: Robert Schenkkan y Andrew Knight / Fotografía: Simon Duggan / Edición: John Gilbert / Música: Rupert Gregson-Williams / Intérpretes: Andrew Garfield, Hugo Weaving, Vince Vaughn, Sam Worthington, Rachel Griffiths, Teresa Palmer, Richard Roxburgh / Duración: 139 minutos
El cine del movimiento de Mel Gibson vuelve a ponerse a prueba. Y vuelve a ganar, como ocurrió con Corazón valiente y Apocalypto. Hasta el último hombre, presentada en el Festival de Venecia, reafirma una vez más que el actor de Arma mortal es, como realizador, uno de los que mejor entienden -y hacen entender- la acción en el cine actual.
Los combates colectivos de Corazón valiente, las carreras selváticas de Apocalypto y las incursiones cuerpo a cuerpo en el campo de batalla de esta nueva película son marcas insoslayables de su escritura fílmica. Y la sangre, siempre la sangre, también en La pasión de Cristo.
Hasta el último hombre cuenta la historia, basada en hechos reales, de un joven socorrista militar en la Segunda Guerra Mundial que no acepta, por su religión, usar armas. Gibson cuenta la vida de Desmond T. Doss: su familia, su pareja, el entrenamiento, los conflictos por desobedecer órdenes y luego la contienda bélica.

El rol de este joven pertinaz en Okinawa, y cómo su obcecación cobra sentido: el sentido religioso, el sacrificio, la decisión de mantenerse en el camino que se cree el correcto. Todos temas de Gibson. Y les da forma mediante la acción más deslumbrante: las secuencias de batalla de Hasta el último hombre superan las de Spielberg en Rescatando al soldado Ryan. Las superan en realismo, en cercanía, en impacto. Y, claro, en intensidad, porque Gibson es un director volcánico, encendido, de un nivel inusual de capacidad para poner en escena de forma perfectamente inteligible extensas secuencias en las que la violencia, la muerte, el combate cuerpo a cuerpo y las explosiones dejan de ser lo que muchas veces son en el cine más adocenado de Hollywood (la película no está producida por ninguna de las majors). No son adornos, no son aditivos, no son disfraces visuales en el vacío.
Gibson utiliza la violencia y su impacto en la guerra y en los hombres no para jugar y poner distancia cínica: se involucra y se embarra, se compromete con ideas de heroísmo sacrificial y concepciones religiosas que no puede decirse que estén a la moda. Sin embargo, no es ése el problema, sino que en ocasiones Gibson insiste en esas ideas de manera demasiado explícita, con líneas de diálogo que redundan sobre lo que ya estaba claro en las imágenes, gracias a su notable capacidad para que no podamos sacar los ojos de la pantalla, casi siempre pletórica de movimiento, emociones, cine.

Cuando la música se vive en el cuerpo
Sonata para violonchelo

Julia es una célebre violonchelista que, tras descubrir que sufre de fibromialgia, entabla combate con su propio cuerpo para seguir tocando. La directora española Anna Bofarull logró un relato cálido y poético, cuya trama va puntuando la existencia cotidiana y solitaria de esa mujer, encarnada con enorme sensibilidad por Montsé Germán, y se detiene en su triste mirada, en sus manos que ya casi no puede dominar y en la no tan remota posibilidad de que la música se aleje de su vida.
Así, el film aborda ese mundo siempre fascinante del proceso de creación artística desde el punto de vista de su torturada protagonista.

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