martes, 16 de mayo de 2017
HOY; JUAN RULFO
Siguiendo nuestro apego al sistema decimal, el centenario del nacimiento de un notable escritor hispanoamericano, uno de los más profundos y originales de nuestro continente, a pesar de que la obra total de este mago de la escasez apenas sobrepasa las 300 páginas en letra grande, constituidas por una novela y una veintena de cuentos y textos breves.
Hablamos de Juan Rulfo (Sayula, estado de Jalisco, 16 de mayo de 1917; Ciudad de México, 7 de enero de 1986). Su biografía es tan concentrada como su obra. Su infancia coincidió con la sangrienta guerra civil que azotó el suelo mexicano; una de sus muchas víctimas fue el padre del futuro escritor, que murió asesinado en 1923. A los pocos años también quedó huérfano de madre. En la década de 1930 empezó a publicar sus primeros textos literarios y a trabajar en su segunda vocación, la de fotógrafo.
Sus dos libros principales -y únicos- se publicaron en los 50: los cuentos El llano en llamas (1953) y la novela Pedro Páramo (1955). La novela breve El gallo de oro (publicada en 1980, si bien escrita en 1956) ocupa un lugar marginal en su producción, aunque interesó al cine antes que a la literatura, puesto que fue adaptada en 1964 a ese género por dos escritores cada vez más reconocidos: Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez.
La densidad de la obra de Rulfo puede ser juzgada desde diversas dimensiones de lo narrativo. En primer lugar, podemos, en forma provisoria, considerarla un ejemplo de la literatura como testimonio y ejercicio de contemporaneidad. El fondo histórico es el México del último porfiriato y los años iniciales de la denominada Revolución Mexicana (asediada por la rebelión "cristera"), a su vez antesala del México moderno.
El mundo rulfiano, netamente campesino, nos presenta aldeas o poblados imaginarios en los que la vida vale poco y la muerte es la ley, naturalizada al extremo de prepararse como pura rutina y ejecutarse sin emoción.
A medida que avanzamos en la lectura, la voluntad testimonial permanece, pero se va enriqueciendo con nuevos procedimientos narrativos: el juego con el tiempo, los relatos paralelos, la voz colectiva en lugar de la voz individual. Y siempre con admirable sencillez y precisión.
El territorio propio de Rulfo continúa siendo la provincia mexicana, que paradójicamente le sirve para desprovincializar sus fórmulas narrativas, dejando atrás el mero realismo y buceando en el interior de los personajes a través de lo que los expresa sin remedio: su lengua, su voz. Los cuadros de vida pueden ser estremecedores. En "El llano en llamas" (cuento que da título al libro), por ejemplo, asistimos a la retirada de las tropas rebeldes, acosadas por los federales, y nos enteramos de que al jefe de los sublevados, perseguido y todo, le quedan fuerzas para ejercer su entretenimiento favorito, el juego de los toros para matar a los prisioneros.
Asimismo el tema de la muerte se regodea (entre otros espacios) en el diálogo de un padre condenado y un hijo que huye, en el cuento "¡Diles que no me maten!". Otros cuentos antológicos son "Paso del Norte", puro diálogo revelador entre un padre y un hijo que se separan, o bien "Anacleto Morones" y "Talpa", en este último para enfrentar a la lejanísima Virgen, gracias a la cual tendrían que acabarse todos los dolores y sufrimientos.
Realizan un acto de justicia quienes consagran a Rulfo como uno de los padres de la actual narrativa en español. Hasta Jorge Luis Borges lo hizo, al definir Pedro Páramo como "una de las mejores novelas de las literaturas hispánicas, y aun de la literatura".
Y, aunque sea muy conocido, vale la pena recordar el episodio de Gabriel García Márquez en 1961, en Ciudad de México, cuando terminó de leer los dos libros de Rulfo que le había regalado su amigo Álvaro Mutis, y no pudo menos que decir en ese momento, y repetirlo por escrito diez años más tarde: "El escrutinio a fondo de las obras de Juan Rulfo me dio el camino que buscaba para continuar mis libros... No son más de 300 páginas, pero casi son tantas, y creo que tan perdurables, como las que conocemos de Sófocles".
No sabemos si García Márquez habría sido el mismo de no haber existido Rulfo y de no haberse publicado sus dos libros memorables. Son sólo especulaciones vacías. Lo cierto es que los dos encarnan, quizá mejor que cualquiera, la veta del llamado realismo mágico hispanoamericano. En cuanto a la literatura fantástica de raíz cosmopolita, nadie ha derrocado aún a nuestro Borges.
L. G.
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