El ministerio de la felicidad suprema, de Arundhati Roy
Mosaico de la India, un país complejo
En 1997, la india Arundhati Roy (Shillong, 1961) ganó el consagratorio Premio Booker con su primera novela, El dios de las pequeñas cosas. El libro, que relata la conmovedora historia de dos hermanos gemelos en un pueblo del sur de la India, se convirtió rápidamente en un éxito de ventas, fue traducido a más de cuarenta idiomas y elegido por The New York Times como uno de los libros del año. Pero lo que parecía el inicio de una auspiciosa carrera literaria se vio postergado por compromisos más urgentes. En una declaración de principios contra el establishment, Roy donó el medio millón de libras que le había sido otorgado a un movimiento social contra la construcción de represas en el río Narmada, en su país natal, y se dedicó de lleno, durante las dos décadas siguientes, al activismo político. Brindó su apoyo a la lucha separatista de Cachemira y a los reclamos por los derechos de la tierra de la guerrilla naxalita, a la vez que denunció las pruebas nucleares de su país, la creciente desigualdad social y el avance del nacionalismo hindú, a través de una serie de ensayos escritos al pie de su activismo. Si el apremio que solicitaban los acontecimientos motorizó la escritura de estos libros (entre los que se destacan El final de la imaginación, El Álgebra de la justicia infinita y Espectros del capitalismo), la escritura de ficción gozó, por el contrario, de la más abierta dilación. Nada menos que veinte años le llevó a Roy dar a conocer su esperada segunda novela.
El ministerio de la felicidad suprema es el fresco de una India convulsionada, cuyos personajes encarnan los diferentes conflictos sociales, políticos, religiosos y económicos que sacuden el subcontinente. La historia de Anyum, una mujer transgénero, y la de Tilo, una estudiante de arquitectura devenida activista política, desarrollan dos ramas argumentales que se entrecruzan a partir de la aparición de un bebé abandonado en el Jantar Mantar de Nueva Delhi. Anyum es una intersexual musulmana criada en la vieja Delhi como un varón, con el nombre de Aftab, que decide someterse a una intervención quirúrgica para vivir como mujer. Después de cambiar su apariencia y su nombre, se va a vivir a "La Casa de los Sueños", una comunidad en la que conviven diferentes generaciones de "hijras" (nombre de resonancias míticas con el que se designa en la India a las personas trans), separadas de lo que llaman el Duniya, el "mundo exterior". Después de la experiencia crucial de sobrevivir al pogromo de Guyarat, se instala en un cementerio, donde monta una pensión y funeraria (y, eventualmente, colegio), que alberga a toda clase de desamparados: heroinómanos, vagabundos, "intocables" (los excluidos del sistema de castas), perseguidos políticos. Un profundo sentido de la hospitalidad anima a Anyum a construir refugios y lazos para esbozar formas alternativas de comunidad.
El personaje de S. Tilottama, por su parte, parece estar inspirado en la propia autora. Como ella, es una ex estudiante de arquitectura, hija de una madre sirio-cristiana. Su historia involucra a tres hombres: Musa (un militante independentista), Naga (un periodista de renombre) y Biplab (un oficial del servicio de inteligencia), todos ellos vinculados a su modo con el conflicto entre India y Pakistán en Cachemira, zona fuertemente militarizada donde la población civil vive bajo constante amenaza.
El ministerio de la felicidad suprema es un mosaico de historias, una colección de retratos, de retazos, de digresiones y relatos adyacentes que se entrecruzan y se superponen para conformar "una historia hecha añicos", en la que conviven, además, diferentes idiomas (hindi, urdu, cachemir, inglés, persa) y una amplia variedad de tonos. La novela de Roy tiene algo de fábula política sobre las luchas que conmocionan a su país. Sus personajes dan voz a los excluidos, a los desamparados o "desconsolados" (a quienes está dedicada). "A mí no me importa lo que seas., musulmán, hindú, hombre, mujer, de una casta o de otra", le dice Anyum a un joven que se hace llamar Sadam Husain. En una sociedad que sostiene estructuras rígidas de casta, clase y género, la autora busca, a través de sus personajes, tender redes de solidaridad que desactiven los dispositivos de segregación que las mismas propician. Y lo logra con creces, al menos en la ficción.
EL MINISTERIO DE LA FELICIDAD SUPREMA
Por Arundhati Roy
Anagrama. Trad.: C. Ceriani. 512 págs., $ 495
G. C.
El ministerio de la felicidad suprema es el fresco de una India convulsionada, cuyos personajes encarnan los diferentes conflictos sociales, políticos, religiosos y económicos que sacuden el subcontinente. La historia de Anyum, una mujer transgénero, y la de Tilo, una estudiante de arquitectura devenida activista política, desarrollan dos ramas argumentales que se entrecruzan a partir de la aparición de un bebé abandonado en el Jantar Mantar de Nueva Delhi. Anyum es una intersexual musulmana criada en la vieja Delhi como un varón, con el nombre de Aftab, que decide someterse a una intervención quirúrgica para vivir como mujer. Después de cambiar su apariencia y su nombre, se va a vivir a "La Casa de los Sueños", una comunidad en la que conviven diferentes generaciones de "hijras" (nombre de resonancias míticas con el que se designa en la India a las personas trans), separadas de lo que llaman el Duniya, el "mundo exterior". Después de la experiencia crucial de sobrevivir al pogromo de Guyarat, se instala en un cementerio, donde monta una pensión y funeraria (y, eventualmente, colegio), que alberga a toda clase de desamparados: heroinómanos, vagabundos, "intocables" (los excluidos del sistema de castas), perseguidos políticos. Un profundo sentido de la hospitalidad anima a Anyum a construir refugios y lazos para esbozar formas alternativas de comunidad.
El personaje de S. Tilottama, por su parte, parece estar inspirado en la propia autora. Como ella, es una ex estudiante de arquitectura, hija de una madre sirio-cristiana. Su historia involucra a tres hombres: Musa (un militante independentista), Naga (un periodista de renombre) y Biplab (un oficial del servicio de inteligencia), todos ellos vinculados a su modo con el conflicto entre India y Pakistán en Cachemira, zona fuertemente militarizada donde la población civil vive bajo constante amenaza.
El ministerio de la felicidad suprema es un mosaico de historias, una colección de retratos, de retazos, de digresiones y relatos adyacentes que se entrecruzan y se superponen para conformar "una historia hecha añicos", en la que conviven, además, diferentes idiomas (hindi, urdu, cachemir, inglés, persa) y una amplia variedad de tonos. La novela de Roy tiene algo de fábula política sobre las luchas que conmocionan a su país. Sus personajes dan voz a los excluidos, a los desamparados o "desconsolados" (a quienes está dedicada). "A mí no me importa lo que seas., musulmán, hindú, hombre, mujer, de una casta o de otra", le dice Anyum a un joven que se hace llamar Sadam Husain. En una sociedad que sostiene estructuras rígidas de casta, clase y género, la autora busca, a través de sus personajes, tender redes de solidaridad que desactiven los dispositivos de segregación que las mismas propician. Y lo logra con creces, al menos en la ficción.
EL MINISTERIO DE LA FELICIDAD SUPREMA
Por Arundhati Roy
Anagrama. Trad.: C. Ceriani. 512 págs., $ 495
G. C.
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Instrucciones para robar supermercados, de Haidu Kowski
Una historia naturalista y picaresca
Las cajeras son zombis convertidas en herramientas que funcionan con fallas", dice Franco, el narrador de Instrucciones para robar supermercados, novela del argentino Haidu Kowski (1974). Este muchacho trabajaba como repositor de góndola en un megasupermercado, pero lo echaron por robar productos. Se ha dado cuenta de que las cajeras "pasan los artículos con el código de barras sobre el infrarrojo sin mirar el producto, si un queso de ochenta tiene una etiqueta de cinco nunca lo notarán". Aprovecha esta distracción para cambiar las etiquetas y comprar la mercadería más cara a muy bajo precio. Luego la revende.
Franco vive en una pensión de Ciudadela. Allí tenía un kiosco su padre, que murió de un infarto por el estrés causado por el exceso de trabajo, cuando su hijo contaba diecisiete años. La madre de éste está de novia con un profesor de yoga y su hermana Lucila sale con un hombre que le dobla la edad.
Salcedo, un joven paraguayo compañero de pensión y cómplice de Franco, le presenta a un tío que es dueño de una gran cantidad de restaurantes. Él les muestra un mapa con la ubicación de todos los supermercados grandes en ochenta kilómetros a la redonda y les hace la siguiente propuesta: que lo provean de ciento cincuenta kilos diarios de carne de primera calidad. Reunir esta cantidad requiere ir a cincuenta supermercados por día y conseguir unos tres kilos de carne de cada uno. El "Tío" les comprará toda la mercadería al cuarenta por ciento de su valor y para cumplir con estas entregas Franco deberá buscar más cómplices que realicen la tarea.
En Instrucciones para robar supermercados predomina un tono de picaresca que, a medida que evoluciona, avanza a zonas de mayor sordidez. El cinismo del protagonista parece ampararse en un idealismo delictivo que enfrenta al marginal contra el "sistema" en una lucha justiciera. Cuando le ofrece a su hermana que trabaje con él y Lucila le contesta que se niega a "trabajar con delincuentes", Franco se pone furioso porque piensa que el novio de ella seguro es un "empresario turbio, explotador de familias" y que Lucila está "recontra cogida por el sistema y todos sus secuaces".
Al referirse al reclutamiento de los que van a participar en los robos de supermercados, explica: "Somos evangelizadores [.] Los que aprenden serán seminaristas. Dos seminaristas por barrio [.] Formaremos seminaristas como en una iglesia. Vamos a adorar el billete que no debería ser nuestro, pero calienta el bolsillo propio".
En estas jactancias y otras ("Vamos a concentrarnos todos los días para ser los mejores"; "La sensación que me genera llevar adelante el método es maravillosa") se adivina un sentimiento de revancha por la muerte prematura de su padre y el ansia descarada de una aprobación ("Mirá, papá, estoy estudiando"; "Mirá, mamá, hice una tesis").
Los éxitos en las incursiones se multiplican y son celebrados con fiestas sexuales en las cuales abundan el alcohol, la "merca" y el Viagra. Todo en un ambiente de erotismo decadente: "Comemos y garchamos todos con todos. Creo que en un momento me garcho a la vieja de la habitación uno.".
Cuando uno de los "seminaristas" es atrapado en un supermercado "chino" y recibe una golpiza, Franco decide vengarse. Los brotes de violencia no llegan a mayores y el muchacho tiene tiempo para iniciar un romance con una cajera. Sin embargo, paralelamente crece en él un deseo incestuoso por Lucila ("Estoy recontra caliente con mi hermana.") que podría entenderse como otra transgresión de los valores morales burgueses.
Hacia el final, la obra da un giro hacia el absurdo con la pensión convertida en el "Ciudadela Petit Hotel" (donde los turistas extranjeros pueden "quedarse a vivir la experiencia del conurbano") y un toque de humor negro gastronómico. No por esto abandona su mensaje contestatario que algunos lectores juzgarán un poco ingenuo y otros valorarán como bastante original.
INSTRUCCIONES PARA ROBAR SUPERMERCADOS
Por Haidu Kowski
Tusquets. 223 págs., $ 299
Franco vive en una pensión de Ciudadela. Allí tenía un kiosco su padre, que murió de un infarto por el estrés causado por el exceso de trabajo, cuando su hijo contaba diecisiete años. La madre de éste está de novia con un profesor de yoga y su hermana Lucila sale con un hombre que le dobla la edad.
Salcedo, un joven paraguayo compañero de pensión y cómplice de Franco, le presenta a un tío que es dueño de una gran cantidad de restaurantes. Él les muestra un mapa con la ubicación de todos los supermercados grandes en ochenta kilómetros a la redonda y les hace la siguiente propuesta: que lo provean de ciento cincuenta kilos diarios de carne de primera calidad. Reunir esta cantidad requiere ir a cincuenta supermercados por día y conseguir unos tres kilos de carne de cada uno. El "Tío" les comprará toda la mercadería al cuarenta por ciento de su valor y para cumplir con estas entregas Franco deberá buscar más cómplices que realicen la tarea.
En Instrucciones para robar supermercados predomina un tono de picaresca que, a medida que evoluciona, avanza a zonas de mayor sordidez. El cinismo del protagonista parece ampararse en un idealismo delictivo que enfrenta al marginal contra el "sistema" en una lucha justiciera. Cuando le ofrece a su hermana que trabaje con él y Lucila le contesta que se niega a "trabajar con delincuentes", Franco se pone furioso porque piensa que el novio de ella seguro es un "empresario turbio, explotador de familias" y que Lucila está "recontra cogida por el sistema y todos sus secuaces".
Al referirse al reclutamiento de los que van a participar en los robos de supermercados, explica: "Somos evangelizadores [.] Los que aprenden serán seminaristas. Dos seminaristas por barrio [.] Formaremos seminaristas como en una iglesia. Vamos a adorar el billete que no debería ser nuestro, pero calienta el bolsillo propio".
En estas jactancias y otras ("Vamos a concentrarnos todos los días para ser los mejores"; "La sensación que me genera llevar adelante el método es maravillosa") se adivina un sentimiento de revancha por la muerte prematura de su padre y el ansia descarada de una aprobación ("Mirá, papá, estoy estudiando"; "Mirá, mamá, hice una tesis").
Los éxitos en las incursiones se multiplican y son celebrados con fiestas sexuales en las cuales abundan el alcohol, la "merca" y el Viagra. Todo en un ambiente de erotismo decadente: "Comemos y garchamos todos con todos. Creo que en un momento me garcho a la vieja de la habitación uno.".
Cuando uno de los "seminaristas" es atrapado en un supermercado "chino" y recibe una golpiza, Franco decide vengarse. Los brotes de violencia no llegan a mayores y el muchacho tiene tiempo para iniciar un romance con una cajera. Sin embargo, paralelamente crece en él un deseo incestuoso por Lucila ("Estoy recontra caliente con mi hermana.") que podría entenderse como otra transgresión de los valores morales burgueses.
Hacia el final, la obra da un giro hacia el absurdo con la pensión convertida en el "Ciudadela Petit Hotel" (donde los turistas extranjeros pueden "quedarse a vivir la experiencia del conurbano") y un toque de humor negro gastronómico. No por esto abandona su mensaje contestatario que algunos lectores juzgarán un poco ingenuo y otros valorarán como bastante original.
INSTRUCCIONES PARA ROBAR SUPERMERCADOS
Por Haidu Kowski
Tusquets. 223 págs., $ 299
F. F.
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