sábado, 18 de febrero de 2017

MUSEO IMPERIAL DE GUERRA DE LONDRES


“Secret War” se lee en el piso al ingresar. Las letras, proyectadas con sigilo en el cemento con una luz azul, dan la bienvenida y preparan el clima para recorrer la muestra que expone piezas icónicas del mundo del espionaje en el Museo Imperial de Guerra de Londres.

La colección extrae de las sombras objetos genuinos de las operaciones encubiertas de las fuerzas especiales. Lejos de la glamorosa narrativa de las películas de espionaje, queda expuesta no sólo la dimensión real de los riesgos y la capital importancia de los agentes secretos en el curso de los conflictos bélicos, sino también la antesala de las actuales guerras por la información en tiempos de revolución tecnológica.
“Nuestra habilidad para defendernos de amenazas como el terrorismo y el espionaje dependen de nuestra habilidad para guardar secretos”, afirmó en 2012 Sir Jonathan Evans, ex Director de los Servicios de Seguridad. ¿Es posible cumplir ese objetivo en tiempos de hackers? Sólo un repaso por las noticias, donde se explora hackeos en cuentas de los principales líderes mundiales, filtraciones masivas como Wikileaks y hasta intervención en las elecciones de los EEUU, revela la importancia estratégica de la protección de la información confidencial.


¿Vivimos en un nuevo mundo sin secretos? ¿O simplemente vencerá el que sepa protegerlos y descubrirlos? ¿Estamos ya mismo ante una guerra de espionaje de alta precisión tecnológica?
Todas estas preguntas afloran ante una consigna que era la misma en tiempos sin internet en los que a la gente se le pedía discreción en carteles callejeros. “ADVERTENCIA. Miles de vidas se perdieron en la última guerra porque se le dio información valiosa al enemigo a través de conversaciones descuidadas. MANTENGANSE EN GUARDIA”, advierte un afiche con el escudo de la corona. “Las conversaciones descuidadas cuestan vidas”, reconviene otro, mientras muestra a alguien que cree hablar seguro en una cabina telefónica, sin saber que es espiado por muchas cabecitas que asoman tras el típico “booth” colorado, ícono de las calles londinenses. Carteles advirtiendo a la población sobre el espionaje
Hoy a cualquier espía que requiriera información le bastaría hackear chats de cualquier red social o del teléfono. Y para seguir a las personas tendría decenas de opciones antes de acudir personalmente para hacerlo.
Pero en aquellas épocas de “espionaje artesanal”, los agentes y su sagacidad hacían la diferencia.
Las novelas de Ian Flemming, autor de 007, quedan como folletines cuando se toma conciencia de los riesgos reales. También se observa que los gadgets famosos no fueron precisamente una invención de ficción. Tinta invisible usada para cartas y comunicaciones estratégicas; cámaras en miniatura, como la famosa Minox, considerada la más efectiva cámara espía de la Segunda Guerra Mundial; micrófonos ocultos en objetos como pipas; las primeras máquinas para pinchar teléfonos; suelas de goma para colocar bajo las botas de los espías con forma de pie descalzo para disfrazar las huellas en la playa; o simplemente la tableta letal para cometer suicidio en caso de caer en manos enemigas. La impresionante colección de objetos repasa la acción de agentes y doble agentes que, bajo la fachada de una vida en sociedad, escondían lealtades cruzadas y operaciones encubiertas.
Entre los objetos se destaca una verdadera gema cuya historia completa recién fue desclasificada en tiempos más recientes. A simple vista aparenta ser una máquina de escribir, pero es en realidad uno de los ejemplares auténticos de las llamadas Máquinas Enigma usadas por las fuerzas armadas alemanas para enviar mensajes cifrados durante la guerra. Actualmente su historia se popularizó por la película “Código Enigma” o “The Imitation Game”(según su nombre en inglés) que cuenta la hazaña de Alan Turing, el científico que sentó las bases para la invención de la computadora al diseñar una máquina que fuera capaz de intersectar y descifrar los mensajes alemanes, cuyos códigos de encriptación comenzaron a ser cambiados en forma diaria al desatarse el conflicto. Alan Turing
Para tener una idea de la magnitud del logro de Turing, basta mencionar que el propio Winston Churchill reconoció que su aporte fue ni más ni menos que “la mayor contribución personal a la victoria aliada” sobre Hitler.
El ejemplar exhibido en las vitrinas de Museo Imperial de Guerra de Londres corresponde a la máquina Enigma usada por las fuerzas de ocupación alemana en Noruega durante la Segunda Guerra Mundial. A su lado se pueden ver tres de los cinco rotores que se insertaban cada día y también el manual para su uso publicado en 1937. Maquina Enigma (Ejemplar usado en Noruega por el Ejército de Ocupación Alemán II Guerra Mundial)
La máquina, patentada en 1919, comenzó a ser usada por los alemanes en 1926; y en 1930 ingleses, frances y polacos comenzaron los intentos por descifrarla. Turing inventó la llamada Bomba: máquina precursora de la computadora para descifrar el código.
El rol crucial del brillante matemático de Cambridge y Princeton durante la guerra no impidió que en 1952 fuera perseguido y arrestado por homosexualidad -entonces ilegal en el Reino Unido-. Para evitar la prisión debió aceptar la castración química y poco después apareció muerto por envenenamiento. Se cree que mordió una manzana con cianuro para quitarse la vida.
A este hecho apunta una de las teorías sobre el origen del logo de Apple. La manzana mordida sería según esta hipótesis un homenaje al heroico precursor del mundo que vivimos.

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