miércoles, 22 de febrero de 2017

TEMA DE REFLEXIÓN


Los que eligen
En las grandes ciudades, cada vez más personas privilegian el proyecto personal y descartan la vida en pareja


En las grandes ciudades cada vez hay más personas que viven solas. Formar pareja ya no supone un mandato de durabilidad a largo plazo. Más aún, hoy en día permanecer soltero -eso que en generaciones anteriores equivalía a un fracaso, sobre todo para las mujeres- es una opción de vida elegida por mucha gente. Tanto en Nueva York como en Buenos Aires, el número de hogares formados por una sola persona aumenta cada año. Probablemente no haya otra ciudad en el mundo en donde este fenómeno sea más visible que en Tokio. Una de las cosas que más me llamaron la atención durante mi primera noche allí fue la cantidad de hombres y la ausencia casi total de mujeres que había por las calles del barrio financiero de Shiodome.


En el izakaya en el que entré a comer con mi hijo, yo era la única mujer. Los demás comensales eran hombres jóvenes o de mediana edad. Dado que la población se divide más o menos por igual entre hombres y mujeres, supuse que en algún lugar debían de estar ellas: las mujeres solas. Pero esa primera noche no las vi. Durante el resto de mi estadía sí pude ver grupos de amigas -dos o tres jóvenes juntas- casi siempre durante el día. Hacían compras, comían, caminaban alegremente por las calles. Me sorprendió no ver más chicos y chicas juntos.
"No sé qué le pasa a esta generación de jóvenes," me dijo unos días después Ryukichi Terao cuando le comenté mi extrañeza ante el hecho de que los chicos estuvieran por un lado y las chicas por otro. Terao es el traductor al japonés de obras de Cortázar, Donoso y Fuentes. "Cuando yo tenía veinte años, la relación con las chicas ocupaba gran parte de mi tiempo mental. Ahora, los jóvenes prefieren estar solos." Lo mismo me dijo Ryota Matsumoto, un arquitecto y artista plástico que trabaja con proyectos interdisciplinarios. "Esta generación está convencida de que formar pareja representa un trabajo y un gasto de energía que no vale la pena", afirmó.


Dos libros recientes muestran distintas facetas de este fenómeno: Hombres sin mujeres, de Haruki Murakami, y El verano sin hombres, de Siri Hustvedt. Ambos autores retratan personajes que llevan adelante sus vidas sin desasosiego, pero, también, sin nada que los ancle a la existencia. Todos parecen estar un poco a la deriva, como globos que surcan el aire a merced del viento, sin nada ni nadie que los atraiga con la fuerza de un cable a tierra. Y es que el amor opera como un ancla. "Tengo la sensación de que algo tiene presos nuestros corazones", dice un personaje de Murakami que se enamora. "Cuando su corazón se mueve, tira del mío. Como dos barcas atadas por una cuerda." Tanto Murakami como Hustvedt parecen escribir desde la nostalgia. No en vano ambos pertenecen a una generación en la que formar pareja todavía era un mandato y un ideal de vida.




En contraposición a esa nostalgia amorosa, lo que pude observar en Japón y lo que me dijeron los jóvenes con los que hablé es que están satisfechos con su soledad. Mi hijo, que vive y estudia allí desde hace un año, hizo de intérprete durante las entrevistas. "Enamorarse está muy bien y te da mucha energía", me dijo Nana, una documentalista de veinticinco años. "Pero prefiero estar sin pareja. Eso me tomaría mucho tiempo y de todas maneras después la pasión se pierde. Para mí, el tiempo es algo muy importante." Naoki, un hombre de treinta que trabaja en una compañía exportadora, justificó su decisión de estar solo haciendo énfasis en el aspecto económico: "Si me enamoro no podría gastar en lo que quiero ni ahorrar para mí. Estar en pareja supondría tener que ir a conciertos y comer afuera. Significaría un gasto muy alto". Ayumi, una diseñadora de modas de veintisiete años, lo explicó de esta manera: "Prefiero estar sola porque ya sé lo que pasaría después del casamiento. Ocurre lo mismo en todas las parejas. Me dan lástima. Viven y trabajan para ahorrar dinero, para comprar una casa, para comprar un coche, para mantener un hijo...".
Según un estudio realizado en 2016 en Japón por el Instituto Nacional de Población, el 42% de los varones y el 44,2% de las mujeres entre 18 y 34 años son vírgenes. Más aún: el sexo no les interesa. Lo consideran un asunto engorroso. Aunque en nuestra geografía estamos muy lejos de esa indiferencia hacia el sexo, también entre nosotros las relaciones amorosas son cada vez más efímeras. Sin duda, una de las causas de que tanto aquí como allá el amor dure menos es la independencia económica de las mujeres y las libertades que hemos adquirido en las últimas décadas. Ahora podemos trabajar y ser exitosas profesionalmente.

 Ya no estamos obligadas a aguantar aquello que no queremos aguantar. Pero hay también muchas otras razones. Zigmunt Bauman habló del "amor líquido"; otros hablan de un individualismo corrosivo. En todo caso, la idea detrás de la fugacidad de las relaciones amorosas -o de la ausencia total de ellas- parece ser que no vale la pena esforzarse por sostener una relación a lo largo del tiempo. El costo sería mayor que todos los beneficios. Los jóvenes no quieren anclas.

"Yo quiero seguir mi camino. Quiero mi libertad," me dijo Nana, la documentalista. "No quiero estar en un lugar fijo. No quiero ser siempre la misma. Quiero irme cada vez que necesite respirar. Si me enamoro, pierdo una parte de mí." "¿Qué parte pierdes?", le pregunté. Nana se quedó pensando. Le llevó un tiempo encontrar las palabras. Finalmente, lo explicó de esta manera: "Perdería esa energía masculina que también tenemos las mujeres y que nos permite avanzar firmemente y con determinación en el camino que queremos. Si me enamorara, esa parte de lo que soy perdería potencia".



Las palabras de Nana me recordaron a los personajes de Hombres sin mujeres. En uno de los cuentos del libro, dos jóvenes se enamoran, pero deciden verse sólo una vez por semana a tomar el té para que la relación no interfiera en sus estudios; en otro, el narrador justifica el estilo de vida de un solterón de cincuenta y dos años diciendo que "los empalagosos conflictos emocionales no eran de su agrado". En efecto, los lazos de unión profunda suelen ser conflictivos y nos predisponen al dolor. Cuando Nana me dijo que no quería "ser siempre la misma" también recordé un personaje de Hustvedt que decide presentar su obra artística con diferentes pseudónimos -cada uno con una biografía propia- para experimentar cómo es crear siendo alguien totalmente distinto.
En todas las grandes ciudades del mundo desarrollado, cada vez hay más hombres sin mujeres y mujeres sin hombres. Según The Japan Times, que cita el censo de 2015, en Tokio el porcentaje de hogares formados por una sola persona es del 45,8%. Según datos publicados por The Guardian, en Estocolmo, alcanza al 58% y en Nueva York, 33%; en Buenos Aires, según el censo de 2010, el porcentaje de hogares de una sola persona es de 30,6%. The Wasington Post confirma que "más de la mitad de los habitantes de Manhattan y Washington viven solos".



Por lo visto, preferimos estar solos y sentirnos libres a tener que lidiar con las complicaciones del amor. ¿Estaremos perdiendo algo en el camino? Uno de los personajes de Murakami habla de un órgano del amor y dice: "Sin la intervención de ese órgano que eleva nuestras vidas, nos empuja hacia el fondo, perturba nuestros corazones, nos muestra hermosos espejismos y a veces nos empuja hacia la muerte, nuestra existencia seguramente sería mucho más anodina". No sé qué diría Nana de esta idea. Para ella, quizá, los hermosos espejismos nazcan de un órgano que no tiene que ver con el amor.

M. P. 

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