lunes, 27 de febrero de 2017
¿TOMAMOS UN TÉ?
Las Violetas
Medrano y Rivadavia
Nació un día de primavera, el 21 de septiembre de 1884, y desde entonces Las Violetas florece en la esquina de Rivadavia y Medrano.
Cuando se fundó, la calle Rivadavia estaba atravesada por un tranvía tirado a caballo. La confitería se plantó con elegancia en una de las paradas del tranvía, contrastando con la pulpería que se ubicaba justo en diagonal.
Entre 1998 y el 2001 estuvo cerrada, y mucho se temió por su pérdida. Pero finalmente reabrió, y los trabajos de restauración salvaron su fisonomía y sus tesoros arquitectónicos.
Entrar allí es perderse en un mundo coqueto y mágico. Es abrir una caja de bombones. Es habitar una caja de música.
Hay que estar muy despierto, para no perderse detalle.
Primero el pequeño mundo de tu mesa: la silla de tapizado bordó, la tapa de mármol de carrara, la masita de crema que acompaña el café, o la bandeja exquisita del Té María Cala, las servilletitas con el logo violeta, los sobres de azúcar que replican los vitrales.
Luego, echarse a circular por el salón, subir la escalinata, observar la panorámica: espejos, cuadros, tulipas, arañas, columnas engalanadas de dorado, la boiserie lustrada.
Sus emblemáticos vitrales (tiene 80m2 de vitraux) fueron realizados con materiales franceses pero diseñados en Buenos Aires por Antonio Estruch, quien ya había hecho los del Café Tortoni.
Entrar a Las Violetas nos trae a la memoria imágenes de la Belle Époque.
Su vidriera se engalana de adornos recargados, máscaras, tazas, globos de corazón, cintas de colores.
Sus vitrinas con tortas ornamentadas y puro placer.
Ante tanto despliegue me invade un recuerdo banal, el de sus sándwiches de miga. Porque de joven yo estudiaba muy cerca de allí, entonces a veces antes de volver a mi casa pasaba a comprar esos manjares.
En sus mesas recuerdo haber escrito por primera vez un cuento, con letra desprolija en servilletas de papel, y experimentar la convicción de que yo tenía cosas para contar. No tengo esa servilleta guardada pero si recuerdo la historia. Era la de una sutil despedida de dos amantes apasionados.
Manos que se entrelazan. Manos que se separan. Un café compartido. Una lágrima.
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