sábado, 18 de febrero de 2017

UNA VIDA NIKE


Alos 78 años, Phil Knight luce un aspecto jovial y el mayor tesoro que puede deparar el final del camino: la sonrisa satisfecha de quien tuvo -alegrías más, tristezas menos- la vida que quiso. Cuál fue su proyecto y cómo lo realizó lo cuenta en su autobiografía Nunca te pares, a través de las etapas de formación y crecimiento de su gran obra: la poderosa empresa de indumentaria deportiva Nike.



A la hora de enhebrar éxitos y fracasos, intrigas, grandezas y miserias humanas en torno a su colosal emporio, la historia del empresario se asemeja a la de otros self made men. Es en la evocación de la juventud donde radica la diferencia.
Significativamente, Knight elude la infancia y comienza el relato en 1962, cuando tenía 24 años y el proyecto Nike, que sería la verdadera columna vertebral de su vida, estaba a punto de ver la luz. La paradoja que hace singular la historia de Phil es que no parece haber en ella singularidades excesivas: no fue pobre y se vislumbra que no tuvo una niñez desdichada, más allá de algunas tensiones con su padre; tampoco se vio forzado a luchar contra mayores adversidades que el común de los jóvenes. Creció en un hogar de clase media acomodada en Oregon, fue un adolescente respetuoso de las reglas y se graduó en buenas casas de estudios. Lo que lo distinguía de otros compañeros suyos que también querían hacer dinero era su vasta curiosidad y una sensibilidad especial. Sabía, por ejemplo, algo que a los 24 años se suele soslayar: la vida es breve. Y el joven Phil estaba dispuesto a dotar de sentido y valor cada minuto que le tocara estar entre los vivos.


Cosas como ésas pensaba cuando se calzaba las zapatillas y salía a correr, antes de que amaneciera, por el entorno agreste de la casa que compartía con sus padres y hermanos. Knight quería que su vida fuera un juego y quería ganar. También, dejar una huella. Había soñado con ser novelista, periodista, político, aunque lo que más había anhelado era convertirse en atleta de elite. "¿Y si hubiera algún modo de sentir lo mismo que los atletas sin necesidad de ser uno de ellos? -se preguntó- ¿De jugar todo el tiempo en lugar de trabajar? ¿O bien de disfrutar tanto del trabajo que éste llegara a convertirse en un juego?"

Decidió que pondría en marcha su propio emprendimiento tal como lo había planeado mientras estudiaba en la universidad: importaría zapatillas. Y recorrería el mundo. Quería conocer, sentir, experimentar.


Sus ahorros y el dinero que le prestó su padre le permitieron partir, primero a Hawai y más tarde a Japón, donde, con astucia y cincuenta dólares, dio inicio a su precaria empresa importadora. Antes de volver a casa viajó a China, Filipinas, Tailandia, Vietnam. Se intoxicó en la India, anduvo entre guerreros en Kenia, conoció las pirámides en Egipto, meditó en Jerusalén, descubrió lo que significa la belleza en Italia, conoció la París de sus escritores predilectos y atravesó la Cortina de Hierro en Berlín. Pero fue en Grecia donde experimentó una epifanía. Atenea, la diosa portadora de la Niké, de la victoria, le hizo sentir que allí acababa de encontrar, a un mismo tiempo, el punto de partida y el destino de su trayectoria vital. El círculo perfecto. En estado de conmoción, Knight pasó horas en el templo de Atenea Niké. Y al abandonarlo creyó recibir un mensaje rotundo: lo último que vio fue una estatua de la diosa portadora de la Niké inclinada para sujetarse la correa de su sandalia.

Meses más tarde, en su hogar de Oregon, recibiría por fin aquellas primeras zapatillas, que saldría a vender sin tener todavía plena conciencia de que así comenzaba su gran aventura; la travesía que ahora narra en un libro dedicado a sus nietos, "para que sepan", y que, a juzgar por los resultados, ha contado con la protección de la exigente diosa, acaso complacida por el tributo inesperado de un joven inquieto en el atribulado siglo XX.

V. CH.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.