Hay que estar en una cierta esquina de la ciudad y a una determinada hora. Una funcionaria de la Secretaría de la Tercera Edad del gobierno porteño pasa para llevar a conocer el lugar. El taxi da varias vueltas y después de 20 minutos, se detiene. Previamente, se debió firmar un acuerdo de confidencialidad para no revelar la ubicación de esta casa en la que viven un hombre y cinco mujeres que tienen entre 67 y 83 años.
Es un refugio secreto para mayores que denunciaron a sus familiares por maltratos, violencia física o abandono, y que necesitan, por orden judicial, vivir de forma protegida y anónima hasta que se resuelva su situación. Sus parientes los buscan porque ellos fueron por muchos años, su mayor fuente de recursos. No sólo les gritaban, los insultaban y hasta les pegaban, sino que además les impedían usar su propio dinero o disponer de sus propios bienes. Desde que se creó el refugio, en 2014, pasaron 74 personas.
Las fotos que se guardan en los expedientes muestran cómo estaban cuando llegaron aquí. Las imágenes duelen: moretones, poco pelo y delgadez extrema.
Casi ninguno mira a cámara. Ninguno sonríe. Los ojos son esquivos y desconfiados. No hay sentimiento de dignidad. No hay noción de futuro. No queda nada. Son personas que sobrevivieron al peor de los infiernos. Sus hijos o sus nietos, -su propia sangre- los hostigaron, los echaron de la casa y hasta, en algunos casos, intentaron matarlos.
Sin embargo, cuando se ingresa al refugio, que tiene una locación desconocida hasta para el jefe de gobierno, se escuchan risas. Cantos. Conversaciones picarescas. Hay mandalas en las paredes. Después de algunos meses en esta casa, la mayoría parece ser otro. Con el cuidado necesario, la correcta asistencia médica y en un ambiente sin los hostigadores cerca, aparentan varias décadas menos. Con dignidad. Con ganas de muchas cosas.
El cambio en Marta -este no es su nombre real- fue tan grande que el juez que interviene en su caso pidió las fotos del antes y el después y las pegó en su oficina. Cada vez que entra uno de sus colaboradores a su despacho, el magistrado le señala las fotos. "Esta es la diferencia entre trabajar o dejar dormido un expediente", dice. La diferencia es la vida actual de Marta. Con casi 70 años, llegó a esta casa hace poco más de dos meses. Vivía con su hija, que durante años la maltrató. La insultaba, la humillaba y, en el último tiempo, hasta le negaba la comida. Aunque ella cobraba una pensión, su hija se quedaba con el dinero. Marta terminó deambulando en la calle perdida y sin medicación. Finalmente, su caso llegó a la Oficina de Violencia Doméstica y se dio participación al juzgado, que consideró que había que protegerla de su hija. La mujer no sólo la había abandonado, sino que quería vivir de su pensión y sus bienes. Pero, desde entonces, con atención médica y cuidados, Marta dejó de sentirse asediada. Come. Participa de talleres en el refugio. Sonríe. Aunque todavía sufre delirios persecutorios, se involucra en las actividades de la casa. Le tramitaron una jubilación y ahora tiene obra social. Además, el juzgado ordenó bloquear las cuentas y tarjetas que usaba la hija.
Garantía
A este refugio llegan los casos más extremos que se denuncian, en los que hay que impedir que la familia encuentre a la persona para garantizarle la vida. Tal fue el caso de Alfredo, un hombre que pese a tener varias propiedades y recursos suficientes, vivía en un pasillo del hospital Rivadavia. Estuvo allí por un mes. Su cuñada, que era su familiar más cercana, quería obligarlo a hacerle un poder para vender las propiedades que estaban a nombre suyo y de su hermano. Sin cuidados de ningún tipo y sin su medicación psiquiátrica, Alfredo tuvo un brote. Y se potenció su condición de acumulador. Juntó tanta basura en su casa que uno de sus vecinos, cansado de quejarse, le dio una terrible paliza. Quedó tan mal, con tanto pánico que se instaló en un pasillo del hospital y vivió allí para no tener que no volver a su casa. Y se desequilibró por completo. Cuando su caso se judicializó, se denunció a la cuñada y al vecino agresor y se decidió llevarlo al refugio hasta garantizar que pueda salir sin correr peligros.
"En realidad, en la mayoría de los casos existe también una situación de maltrato económico. Sin embargo esta figura legal no es tan conocida y percibida en una primera instancia por quien denuncia como una situación de abuso", explica Claudio Romero, secretario de Tercera Edad del gobierno porteño.
"Yo estaba muy triste. Creía que ya no tenía futuro. Que nada bueno me podía pasar. Sólo esperar la muerte. Hoy, a tres meses, me siento otra persona. A mis 78 años, tengo ganas de todo. De escribir, de pintar, de dibujar, de conversar. Hace mucho que no me pasaba. Siento que no me alcanzan los días para hacer todo lo que quiero", cuenta Rosario, otra de las mujeres que viven en este refugio.
Nueva vida
"En realidad, en la mayoría de los casos existe también una situación de maltrato económico. Sin embargo esta figura legal no es tan conocida y percibida en una primera instancia por quien denuncia como una situación de abuso", explica Claudio Romero, secretario de Tercera Edad del gobierno porteño.
"Yo estaba muy triste. Creía que ya no tenía futuro. Que nada bueno me podía pasar. Sólo esperar la muerte. Hoy, a tres meses, me siento otra persona. A mis 78 años, tengo ganas de todo. De escribir, de pintar, de dibujar, de conversar. Hace mucho que no me pasaba. Siento que no me alcanzan los días para hacer todo lo que quiero", cuenta Rosario, otra de las mujeres que viven en este refugio.
Nueva vida
El relato era otro cuando llegó. Lo cuenta y se quiebra. Mira por la ventana y dice que lo pasó muy feo. Vívía con su hijo y su nuera. Ahora impulsa contra ellos una causa por violencia psicológica y privación ilegítima de la libertad. Primero empezaron con insultos, que pronto se convirtieron en amenazas. La mantenían encerrada en un dormitorio y le prohibían usar el baño y otras partes de la casa. Un día, alguien la encontró en la calle, muy desvalida. Llamó al SAME y la llevaron al hospital. Quedó internada. Pero la familia nunca la fue a visitar. Ni a buscar. Cuando volvió a su casa, su hijo la echó. Sin lugar adónde ir y, sin más familiares a los que recurrir, Rosario empezó a desear la muerte. Sólo cosas horribles podían ocurrirle de ahí en más. Pero se equivocó. Una patrulla del Ministerio de Desarrollo Humano porteño la llevó a un hogar para personas sin techo. Y allí la orientaron para que hiciera la denuncia. El juzgado abrió una causa contra el hijo de la mujer y le revocó el poder con el que el hombre disponía de los ingresos de Rosario.
Por eso, para protegerla, la ubicaron temporalmente en el refugio. El hijo y la nuera tienen una orden de restricción. Ahora Rosario recuperó la sonrisa. Pinta, borda y escribe. Siente que tiene una nueva vida. Saca de la mesa de luz un cuaderno Allí, con letra grande y trazo seguro, escribió un texto lleno de esperanza sobre el otoño. Otro de los escritos, es un hermoso recuerdo de su infancia sobre las sopas que le hacía su madre. Es evidente que ya no es la mujer triste y devastada de la foto de su expediente. Cuando uno le da un beso, y la toma de la mano para despedirse, sostiene la mirada y se le llenan los ojos de lágrimas. Después, ofrece un abrazo. "Perdón -dice-. Por tanto tiempo no supe lo que era esto".
"En la mayoría de los casos, hay maltrato económico"
Claudio Romero
Sec. de la Tercera Edad
"No tenía futuro. Nada bueno me podía pasar. Sólo esperar la muerte. Hoy, a tres meses, me siento otra persona"
Rosario
Residente
Denuncias
Secretaría de la Tercera Edad porteña
Por teléfono al 147, opción 5 o al 0800-222-4567. Y por mail:proteger@buenosaires.gob.ar. Las denuncias pueden ser anónimas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.