sábado, 22 de julio de 2017

ALGUNOS BUENOS CONSEJOS


Los chicos y su manejo de la mentira
Maritchu Seitún


Los niños mienten, eso lo sabemos, y hasta los cinco o seis años lo hacen porque no tienen un criterio de realidad suficiente que les permita saber lo que es verdad y lo que no lo es. Y algunas veces crecen y siguen mintiendo.
Lo cierto es que los niños mienten para zafar, para evitar un reto o un castigo ("yo no le pegué", "yo no pinté la pared"). O bien mienten para mejorar su realidad, como expresión de deseo ("hice cinco goles", "me voy de vacaciones a Disney").
El conocido amigo invisible de los chicos de cuatro años técnicamente es una mentira, muy real para ellos, que los ayuda en el proceso de integrar en ellos aspectos de sí mismos que les cuesta reconocer como propios: no por casualidad el amigo invisible es el que tiene las peores ideas y hace las macanas más grandes.
Hay chiquitos muy vivos que rápidamente descubren que pueden obtener cosas con sus historias falsas: "Yo todavía no comí ningún alfajor", dicen con su mejor cara de angelitos. Si son especialmente hábiles (unos cuantos lo son) y sus padres medio distraídos, puede empezar a instalarse la mentira como forma de conseguir lo que quieren. Los padres y otros adultos debemos ocuparnos de que sepan que sus mentiras tienen patas cortas, que nosotros somos más vivos que ellos y que desarticulamos sus cuentos sin demasiado enojo, desilusión nuestra o penitencias.
Enorme diferencia con lo que ocurría sólo unos años atrás: ante nuestras mentiras infantiles nuestros padres se habrían enojado mucho, nos habrían mostrado su tristeza y desilusión, nos habrían castigado y aleccionado con lo terrible que era la pérdida de confianza. Hoy tenemos claro que basta con estar atentos y no dejarnos embaucar con sus historias, comprendiendo las mentiras como expresión de deseos, y desde esa forma de mirar la situación decirles sonriendo "ojalá no hubieras sido vos, pero pintaste la pared, andá a buscar el trapo y limpiála", o " todos tenían el boletín a la salida del colegio, mostrámelo".
Tratemos de no tenderles trampas para saber si nos mienten. Si lo hicieron fue por falta de confianza o de fortaleza interna para enfrentar la situación, y sentirse bajo sospecha no va a hacerlos sentir más fuertes sino que los va a asustar y a hacer sentir más inseguros, lo que puede llevarlos a mentir más (¡y mejor!)
De todos modos si mi hija está en penitencia y no puede ir a una fiesta el viernes, y nos informa que va a hacer un trabajo para el lunes a la casa de una amiga y se queda a dormir, es importante confirmar (con la mamá de la amiga por ejemplo) que de eso, y sólo de eso, se trata el programa. Esa hija, ya grandecita, que intenta sortear nuestros controles, o ese hijo que esconde los boletines, o nos dice que encontró plata tirada en el patio del colegio, quizás nos estén invitando a preguntarnos si no tenemos algo de responsabilidad en esas mentiras. ¿Será que no los escuchamos? ¿Que los castigamos por demás? ¿Que nos tiene miedo? ¿Que no confían en nosotros?... O quizás no fuimos suficientemente hábiles para desarticular sus mentiras cuando eran chiquitos...
Una última cuestión: para que a la larga los chicos no mientan tienen que poder vivir en un clima familiar sin mentiras, desde las pequeñas "decile a la abuela que todavía no llegué" hasta "la semana que viene te lo compro" o "no me pasa nada" (cuando estamos alterados). En este último caso no se trata de decir toda la verdad sino lo suficiente para seguir instalando la confianza y la verdad en nuestras casas. En el truco y el póquer "vale" mentir, pero sabemos lo caras que podemos pagar esas mentiras. Los chicos tienen que saber que no se van a salir con la suya con sus cuentos; no necesitamos poner en juego cada vez su autoestima o nuestra valoración.
La autora es psicóloga y psicoterapeuta

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