lunes, 24 de julio de 2017

CÚANTO NO INTERESA, SE SABE IMPORTANTE...DIRÍA FUNDAMENTAL



Un kilo trescientos gramos. Un volumen de unos 1200 centímetros cúbicos. Una superficie extendida de unos 2000 milímetros cuadrados. Unos 2 a 3 milímetros de corteza. Nosotros. (O sea, nuestro cerebro). Siempre es tentador ponerle números a las cosas, y el cerebro no es excepción. Claro que no sentimos ese kilo y pico sobre el cuello y hay diferencias de edad, de sexo, de individuo en individuo. Lo cierto es que tenemos más o menos el mismo cerebro desde que somos humanos: el cerebro del Homo sapiens de las cavernas que sigue evolucionando pero a tiempos imperceptibles, casi invisibles.
Claro que sí se dan cambios a medida que nos desarrollamos: ese cerebro tiene que crecer, y encuentra algo duro a su alrededor: el cráneo. Qué paradoja: hacerse más grande cuando se está aprisionado por los huesos. Y la solución es sorprendente: hacer rulitos en la parte exterior, de manera que aumente la superficie efectiva (algo parecido hace el intestino con sus microvellosidades, pero ése es otro cerebro.). Allí están: se llaman circunvoluciones y las podemos ver en el seso de vaca que está en la góndola del supermercado.



Estos rulos responden al mandato biológico y, según un estudio reciente que representa un gran aporte de los físicos a la neurociencia, a fuerzas mecánicas, a medida que, desde la semana 23 de gestación, se forman los giros en la corteza cerebral. No todos los animales tienen esas circunvoluciones, aunque hace unos años se logró expresar en ratones los genes que producían el plegado de la corteza cerebral: el resultado fue transformar a Pinky. en Cerebro, una especie de súper-ratón con corteza humana. No es para preocuparse porque no se puso a resolver fórmulas o hablar en mandarín, fue sólo una curiosidad neuroanatómica. Y dentro del cerebro, números astronómicos, ceros y ceros, y eso es un gran desafío: ¿cuántas neuronas hay? ¿Cambian con el tiempo? Para redondear, se suele decir que tenemos 100.000 millones de neuronas, cada una se conecta con otras. ¿5000? ¿10.000?



Una gran investigadora brasileña, y gran divulgadora de las neurociencias, Suzana Herculano-Houzel, no se quedó conforme con el se suele decir que. (que, además, nadie sabía de dónde venía) y quiso contarlas. Contarlas de a una, o en rodajas, resultaba una tarea imposible, por lo que Suzana intentó una manera muy imaginativa: el fraccionador isotópico (suena muy científico, ¿verdad?). O, dicho de manera más entendible: la sopa de cerebro, disolviendo el tejido en una especie de detergente hasta tener una suspensión homogénea en la que pudiera contar núcleos de células, identificando específicamente a las neuronas. Después, por regla de tres simple, calcular a cuántas células corresponde en un cerebro entero (o en alguna de sus partes). Con esto la investigadora se convirtió en la mejor calculadora de células cerebrales del mundo, y sin decir aquí me pongo a contar logró ponerle números a los cerebritos de ratones, ratas y hámsters, y a los cerebrotes de monos, gorilas, elefantes y otras bestias. Y acá la cosa se pone interesante: el cerebro del elefante es tres veces más grande que el nuestro, por lo que podría ser un bicho particularmente inteligente.

 Vayan al zoológico: simpáticos son, pero no particularmente geniales. Resulta que lo más importante parece ser el número de neuronas en la corteza cerebral, esa cáscara del cerebro responsable de las habilidades cognitivas de las que podemos estar muy orgullosos. En el camino, Herculano-Houzel había desterrado el mito de los 100.000 millones de neuronas: son, en realidad, 86.000 millones (¡14.000 millones menos que el mito!), de los cuales unos 16-20.000 millones están en la corteza.
 El número total nos hace un primate hecho y, sobre todo, derecho, pero la proporción cortical (así como el tamaño y el peso de la corteza) parece ser bastante única.
Ya saben: no sólo somos nuestro cerebro, sino un puñado de números cerebrales. Qué complejo de inferioridad.

D. G.

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