"Las mujeres tomarán el control del país, política y económicamente. La era de la nueva mujer ha llegado." La frase es de William Moulton Marston, el creador de la Mujer Maravilla, que firmaba sus cómics como Charles Moulton. La soltó en una conferencia de prensa, en 1937, tras inventar el personaje que nacía con la explícita intención de hacer "propaganda psicológica feminista".
Marston, psicólogo e inventor del primer detector de mentiras basado en la presión sanguínea (cualquier similitud con "el lazo de la verdad" no es pura coincidencia), abrazaba la causa feminista. De hecho, contó con la ayuda de varias mujeres militantes para dar forma a aquella que rompería cadenas metafóricas y literales. Además de su esposa, Elisabeth Solloway, Marston tenía una amante que había sido su alumna en la carrera de Psicología, Olivia Byrne. Ambas eran feministas, ambas tuvieron hijos con él y ambas aceptaron una convivencia de tres (de ocho, en realidad, ya que los hijos fueron cinco en total).
Según cuenta Jill Lepore en The Secret History of Wonder Woman, ellas aportaron los componentes más ricos del personaje. De Solloway y su interés por el mito de Safo proviene la filiación con la mitología griega que desemboca en la figura de las amazonas, mito fundante de la princesa Diana y origen de la Mujer Maravilla. Una comunidad de mujeres autosuficientes que fue una de las utopías más celebradas por el feminismo de la diferencia. También fueron sus concubinas las que influyeron en la decisión de cruzar las misiones de la Mujer Maravilla con protestas basadas en hechos reales, como el reclamo de las trabajadoras textiles de la fábrica Lawrence, en 1912.
A nadie le asombró toparse con historietas en las que la heroína, atada de pies y manos (cualquier similitud con la afición al bondage de Marston tampoco es pura coincidencia), se liberaba ante un grupo de jovencitas y arengaba: "¿Ven? Es fácil romper con las ataduras. Sólo hay que saber que se puede". El personaje ganó popularidad, pero el clima de posguerra y la muerte de su creador, en 1947, posaron sobre él un manto de silencio. Sumando a eso el hecho de que, poco antes, Marston había entrado en una batalla con los guionistas de Detective Comics (luego DC), que excluyeron a la Mujer Maravilla de la Liga de la Justicia relegándola al rol de... ¡secretaria! No es difícil imaginar lo que vino: Diana Prince perdió sus poderes.
Tuvo que cambiar el siglo para que surgiera un film que la tiene como protagonista. Dirigido por una mujer (Patty Jenkins) y protagonizado por Gal Gadot, era una gran oportunidad para reivindicar tantos años de olvido. El comienzo es prometedor: una isla de amazonas rebosante de acción e hipnótico poder femenino. La joven princesa exhibe aquello que también la distinguió en su momento: belleza, valentía, autodeterminación para salir de la isla y pelear contra el Eje. Pero a medida que avanza la trama es inevitable sentir sabor a poco. ¿Alcanza verla luchar contra el ejército enemigo a puro brazalete antibalas si es un hombre quien le marca el camino? ¿Por qué la potencia del personaje aparece recién cuando la furia la invade porque su adorado capitán Trevor se marcha y la deja sola en un mundo desalmado?
Tal vez Jenkins quiso priorizar el entretenimiento al desarrollo psicológico del personaje, pero el costo fue que su espíritu original, que supo ser emblema de la lucha por los derechos de las mujeres, quedó congelado en la década del 40. "Es preocupante cómo nos ve el mundo -decía hace poco Jessica Chastain, jurado del Festival de Cannes-. Espero que cuando haya más mujeres encargadas de contar las historias también tengamos personajes femeninos en los que podamos reconocernos." A lo mejor, fue eso lo que le faltó a Jenkins: la voluntad de crear una heroína acorde con el siglo XXI, cuando el solo hecho de romper cadenas ya no es suficiente.
V. G.
V. G.
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